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‘Un amor’, ‘Dogville’, y ‘En nombre de la tierra’: ¿Estamos ante las brujas del siglo XXI?

¿Qué tienen en común Un amor, de Coixet, Dogville, de Trier y En nombre de la tierra, de Kobiela? Algo que hace tiempo que ya debería haber quedado atrás.

Brujas del siglo XXI

¿Puede una mujer joven y soltera sacudir una comunidad entera y recibir por ello un castigo severo y (no) merecido? ¿Son las mujeres jóvenes y solteras las nuevas candidatas para acabar en una hoguera? La respuesta es: sí, tal como demuestran tres películas analizadas a continuación que hablan sobre diferentes épocas y diferentes comunidades, pero enseñan el mismo mecanismo: una mujer joven y soltera representa una amenaza para el orden establecido y, como tal, debe sufrir las consecuencias.

En comunidades pequeñas no hay lugar para ellas, de la misma manera que en el pasado no lo había para las mujeres consideradas brujas.

¿Es posible que, en el fondo, se trate del mismo personaje? ¿Será que las brujas del siglo XX y XXI adoptan otra forma y ya no viven en lo profundo del bosque, en casitas con patas de gallina, sino que se mezclan entre nosotros, como ciudadanas “normales y corrientes”, seduciendo con su presencia a los hombres y provocando una ira cegadora del resto de las mujeres?

La dinámica de los acontecimientos es similar en las tres películas que nos interesan: Dogville (2003), de Lars von Trier, En nombre de la tierra (2023), de Dorota Kobiela Welchman, y Un amor (2023), de Isabel Coixet. Las tres sociedades retratadas son de tamaño reducido y viven en una supuesta paz y harmonía hasta la llegada de ella: la intrusa.

Cartel de Un amor, de Isabel Coixet.
Cartel de Un amor, de Isabel Coixet.
Cartel de Dogville, de Lars von Trier.
Cartel de Dogville, de Lars von Trier.
Cartel de En nombre de la tierra, de Dorota Kobiela.
Cartel de En nombre de la tierra, de Dorota Kobiela.

Dogville: una para todos y todos… a por una

En el caso de Dogville, se trata de un pequeño pueblo estadounidense de los años 30 en el que, inesperadamente, aparece Grace. En En nombre de la tierra, es decir, en la historia sobre una aldea polaca de finales del siglo XIX, la intrusa se llama Jagna, y en Un amor, nos encontramos con el caso de un pueblo español del siglo XXI al que se muda una tal Nat.

Hablamos, pues, de tres países occidentales diferentes y tres momentos históricos diferentes, repartidos en la línea temporal de unos ciento treinta años. En las tres obras mencionadas se produce, no obstante, el mismo fenómeno: una heroína individual tiene que enfrentarse a un personaje colectivo – la comunidad en la que vive – que intenta convertirla en un chivo expiatorio para redimir sus propias culpas.

Empecemos con el caso de Grace. La mujer aparece en Dogville huyendo de su padre y sus matones (aunque los “dogvillenses” no lo saben). Al principio, los habitantes muestran su recelo hacia la recién llegada; sin embargo, se dejan convencer por un filósofo local de concederle un crédito de confianza.

Dogville.
Dogville.

Parece que todo empieza a ir en la buena dirección y que la forastera, poco a poco, se va ganando el favor de sus vecinos. No nos olvidemos, sin embargo, que estamos hablando de la típica comunidad occidental, basada en su esencia en los derechos y fundamentos patriarcales.

La situación de Grace, por lo tanto, se complica cuando un agricultor local la viola. La mujer del agresor echa la culpa a la víctima, y su opinión empieza a ser compartida por otras mujeres de la comunidad que perciben a la joven y guapa Grace como una amenaza.

La posición de la forastera se va degradando hasta el punto en que Grace se convierte, prácticamente, en la propiedad de Dogville. Los hombres se atribuyen el derecho a su cuerpo, dando rienda suelta a su deseo sexual y sintiendo alivio por no tener que ocultarse con ello. Al fin y al cabo, a los ojos de la comunidad, quien debería cargar con la culpa de ser reiteradamente violada, es Grace.

La protagonista recibe, al final, un castigo ejemplar por su supuesta indecencia y lujuria: los locales cuelgan en su cuello una pesada cadena con una rueda de carruaje, que significativamente dificulta los movimientos y que, como parte de la penitencia, Grace tiene que arrastrar consigo a donde quiera que vaya.

Dogville.
Dogville.

En nombre de la tierra: de niña a mujer

Un esquema similar está presentado en la película En nombre de la tierra, una adaptación del libro Los campesinos de Władysław Reymont, galardonado con el Premio Nobel de Literatura en1924. Es cierto que Jagna no es una forastera, porque nació en la aldea descrita en la obra, pero durante muchos años fue considerada una niña, es decir, un ser domado y controlado, una no-amenaza.

A veces se “liaba” con algún que otro chico y se veía a escondidas con Antek, un hombre casado, pero esos hechos parecían no conllevar el potencial disruptivo para la vida de la comunidad. El papel de Jagna y la manera de percibirla por sus vecinos cambian cuando en la joven se centra la atención y el interés de Boryna, el campesino más rico del pueblo, casi cuarenta años mayor que ella. En ese preciso instante, la chica se transforma a los ojos de los aldeanos de una niña en una mujer.

La protagonista no quiere casarse con Boryna porque está enamorada de su hijo, Antek; no obstante, presionada por su madre, acaba cediendo. La boda no consigue borrar sus sentimientos, y los enamorados se siguen viendo a escondidas. Su relación, sin embargo, es un secreto a voces en la aldea, y pronto empieza a molestar a los demás.

En nombre de la tierra.

Boryna al final muere y Antek acaba en prisión. Cuando Jagna, ahora viuda, le pide al alcalde que interceda por su amado, este la fuerza a tener una relación sexual. Está claro, además, que no es el único con ganas de hincarle el diente. Vemos, pues, que al igual que en el caso de Grace, el cuerpo de Jagna y su sexualidad se convierten en el asunto y la propiedad colectiva de la que los hombres pueden disponer libremente.

La ira de las mujeres, rechazadas y celosas por el hecho de que la chica sea el objeto del deseo masculino, se concentra, claro está, en ella. De esta manera la joven y atractiva viuda empieza a representar una amenaza para el orden establecido en la comunidad. El destino de la protagonista queda sellado después de su encuentro con un cura igual de joven que ella. Aunque entre los dos no llega a pasar nada, su encuentro se convierte en la gota que colma el vaso.

Los aldeanos deciden dar salida a la tensión acumulada para lograr así la catarsis colectiva y expulsar a Jagna de su seno: se llevan a la chica, completamente desnuda en un carro lleno de estiércol, fuera del pueblo y le prohíben volver.

Un Amor: ostracismo a la libertad

Una dinámica similar ocurre en la película Un amor, adaptación del libro de Sara Mesa con el mismo título. Su protagonista, Nat, se muda a La Escapa, un pueblo del interior de España. Desde el primer momento su presencia despierta un interés generalizado en el pueblo.

Primero le tira los tejos Piter, un supuesto artista local, pero la chica oye comentarios obscenos también por parte de su casero. Observamos de nuevo que, al principio, una mujer joven y soltera puede generar curiosidad y resultar una anécdota, pero, con el tiempo se convierte en un algo incómodo, en un hueco que hay que rellenar.

El punto de inflexión sucede cuando Nat acepta un intercambio sexual – un coito a cambio de la reparación del tejado que la chica no tiene cómo pagar – con un hombre mayor que ella llamado “el alemán”. Su relación no acaba, sin embargo, con esa vez, y la protagonista empieza a frecuentar la casa de su amante (lo cual, como era previsible, es del conocimiento de todos los vecinos).

Un amor.
Un amor.

Nat se obsesiona con “el alemán”, pero este, al final, la rechaza. Su relación informal hace, no obstante, que los otros hombres del pueblo empiecen a sentirse con derecho a reclamar el cuerpo de Nat. Piter, que hasta el momento se hacía pasar por su amigo, intenta forzarla a tener una relación sexual con él. El casero de la chica la amenaza con una violación.

La joven, además, de manera no intencionada, despierta el interés también de su vecino casado. Y aunque el motivo oficial del ostracismo hacia Nat es el hecho de que su perro haya mordido a la hija de su vecino casado, en realidad se trata de liberar la tensión y vivir la catarsis grupal en La Escapa.

¿Es el orden patriarcal la nueva inquisición?

Vemos, pues, claramente, que, en las tres películas descritas la llegada de un ser del sexo femenino y libre, a una comunidad pequeña y cerrada, no solo no es un hecho neutro, sino que es tratado por dicha comunidad, fruto de las reglas del orden patriarcal establecido, como una potencial amenaza.

Una mujer joven que no es esposa, prometida o, al menos, novia de alguien, es, en el fondo, de nadie, o más bien, de todos. Empieza a ser percibida por el grupo a través de su sexualidad y su aspecto físico, despertando el deseo, potencial o real, de los hombres y, a la vez, convirtiéndose en el peligro, real o potencial, para las mujeres que vuelcan en la forastera todos sus miedos e inseguridades.

De ninguna manera se puede hablar en esos casos de la sororidad o de ayuda mutua: aunque la recién llegada no echa un mal de ojo a ningún bebé o no envenena el pozo como antes – según las creencias populares – hacían las brujas, puede, al fin y al cabo, seducir y arrebatar a maridos, hijos y padres. La tensión acumulada con su mera presencia se vuelve tan palpable que al final necesita una salida. La culpable tiene que someterse al ostracismo y ser desterrada.

Recordemos, no obstante, como acaban las tres películas analizadas:

Grace ordena a los matones de su padre matar a tiros a todos los habitantes de Dogville y borrar el pueblo de la faz de la tierra.

Jagna, aunque desnuda y expulsada de la aldea sobre una montaña de estiércol, se pone de pie y, con la cabeza levantada, empieza a caminar bajo una lluvia purificante.

Nat, en cambio, sube a la montaña a cuyos pies está La Escapa, y vive su propia catarsis, dándole forma de un baile improvisado.

Las tres escenas finales parecen invitar a gritar junto con las protagonistas: ¡somos nietas de las brujas que no pudisteis quemar! No hay duda de que el orden patriarcal sigue sintiendo un temor profundo ante la presencia de una posible bruja. Incluso si esta, en vez de una nariz larga, verrugas y un sombrero puntiagudo, tiene el cabello brillante y una cara suave y sin arrugas.