·

‘El alma quiere volar’: Historias de mujeres envueltas en una atmósfera poética

Diana Montenegro García debuta como directora de largometrajes con una obra de arte, El alma quiere volar. Un filme íntimo que retrata historias de mujeres. Historias sobre maldiciones con las que muchas mujeres, por desgracia, se sentirán identificadas. La cineasta colombiana lleva a cabo una pieza audiovisual exquisita que permite a la audiencia deleitarse con las imágenes. Al mismo tiempo que la hace transitar por una montaña rusa de emociones. Estrenada y disponible en el Festival Online de Cine de Mujeres 2022.

Diana Montenegro, directora de El alma quiere volar
Diana Montenegro.

Sus primeros pasos en la cinematografía los dio con el cortometraje Sin decir nada (2007). En 2011 realizó su segundo cortometraje Magnolia, rodado en 35 mm. En todas sus producciones, sigue una línea feminista, poniendo además el foco en historias de mujeres latinoamericanas. Algo que mantiene en su primer largometraje. Con este estreno, Diana demuestra su gran potencial como creadora cinematográfica. Su gusto es exquisito. Y la dirección de fotografía llevada a cabo por Andrés Morales es de un valor incuestionable. Del mismo modo, las actuaciones de las actrices son imprescindibles para terminar de sustentar la obra. Una prosa poética visual con un subtexto formidable.

El alma quiere volar

Un paseo físico y espiritual inolvidable

El filósofo René Descartes afirmaba que existía una dualidad entre cuerpo y alma. Que ambos aspectos estaban separados el uno del otro. No obstante, otras filósofas como Isabel de Bohemia refutaron dicha idea. Las teorías afectivas y de las emociones reflexionan sobre la unión de lo corporal, emocional y racional como entes inseparables. Una combinación que da lugar a una atmósfera afectiva casi palpable. La película de Diana Montenegro es un ejemplo de cómo el afecto flota alrededor de todo. Al igual que se establece hacia sujetos y objetos.

La audiencia que visiona la pieza audiovisual no es ajena a las corporalidades y emociones representadas en pantalla. Cada barrido con la cámara va mostrando el rostro de todas y cada una de ellas. Va paseando lentamente por cada gesto y expresión. Construyendo un relato completo y detallado, con personajes redondos. En un tono casi documental, las experiencias de las mujeres en pantalla cobran vida con los particulares rasgos que cada una de ellas les aportan. La atmósfera final se torna cálida y poética, recordando a otras producciones como La novia (Paula Ortiz, 2015). La cual daba vida a las Bodas de Sangre (1933) de Federico García Lorca

El alma quiere volar
El alma quiere volar.

La espiritualidad además está muy presente a través de la religión. Un aspecto también llamativo en relación con la perspectiva feminista. Ofreciendo así una visión genuina sobre el tema. La unión y sororidad en gestos tan triviales como el peinar el pelo. Hasta los rezos compartidos bajo la tenue luz de las velas.

Esta atmósfera íntima es conseguida también gracias a la imprescindible dirección de fotografía de Andrés Morales. Cada plano se compone de forma cuidada y medida. Un hermoso oxímoron que da forma a una entropía perfectamente organizada. Porque dentro del desorden más natural. De las mujeres tumbadas en la cama, una sobre la otra. Se encuentra una composición rica y excelsa. Cada detalle está medido por la directora. Incluidos los reflejos más sutiles. El juego con los espejos, y cualquier superficie con posibilidad de recoger imágenes son inexorables. Con una calidad cinematográfica magnífica y hermosa.  

El alma quiere volar.

El alma quiere volar: una mirada fresca y diferente hacia la violencia de género

Entre las hermosas secuencias que la cineasta construye, también se encuentran imágenes amargas. Y que, volviendo a lo afectivo, hacen que la audiencia retire la vista de la pantalla. Una reacción totalmente física provocada por el retrato más real del sufrimiento de las mujeres representadas. El maltrato de un marido, y el sufrimiento de la madre y su hija. En este caso, el foco además, se pone particularmente en la hija. Esa violencia vicaria donde es la pequeña, a la vez que su madre, la que sufre las consecuencias de la violencia de género. En este foco subjetivo reside su mayor originalidad. Siendo la mayor protagonista la pequeña Camila.

El alma quiere volar.
El alma quiere volar.

El retrato intergeneracional es uno de los aspectos más ricos del filme. La tercera edad, así como la infancia, son grupos normalmente invisibilizados. Si estos además intersectan con el género y la etnia, la invisibilidad aumenta. Con películas como La cama (2018) de Mónica Lairana o la presente El alma quiere volar (2020) estos sectores toman protagonismo. Con una naturalidad apabullante, especialmente entorno a la desnudez y la sexualidad. En este sentido se observa una preciosa referencia a la película de Lairana. Con esos desnudos que recorren cada pliegue de la piel de las mujeres de la tercera edad. Así como incluso se filma una secuencia hermosa donde las mujeres se refrescan frente al ventilador. Transmitiendo a la perfección el calor más húmedo e insoportable, similar al que sufrían Mabel y Jorge en La cama.

También se vislumbran rasgos compartidos con otras directoras como Lucrecia Martel o Antonella Sudasassi Furniss. Esta última destacada por su reciente película El despertar de las hormigas (2019). La cual aborda del mismo modo intimista y cálido, la historia de una mujer que quiere alzar el vuelo hacia un lugar sin opresiones.  

La transgresión del género dramático y la representación de los miedos

Como ya lo hizo la película mexicana Estanislao (Alejandro Guzmán Alvarez, 2020), el esbozo de los miedos se lleva a cabo de forma única. En el caso de la película mexicana se hacía desde una perspectiva lúgubre. En El alma quiere volar, el filme de Diana Montenegro, esta se hace desde una perspectiva tan humana como poética. Con la cadencia necesaria para poder observar y deleitarse con cada pequeño detalle. Un temor que recorre el subtexto sutilmente. Escondido tras las cortinas. Pero que al ser traslúcidas, dejan entrever la silueta tras las mismas.

El alma quiere volar

La maldición que recae sobre la familia es la de todas aquellas mujeres que sufren el peso del patriarcado que las aplasta y asfixia. Pero es gracias a la sororidad y el amor entre mujeres que el peso parece cada vez más liviano. El artista chileno Alejandro Jodorowsky dijo: “Los pájaros que nacen en jaulas creen que volar es una enfermedad”. No obstante, es el revoloteo de otros pájaros el que abre los ojos del pájaro enjaulado. Dejando que el alma que vivía encerrada, pueda finalmente, volar en libertad.

El alma quiere volar es un canto a la libertad y el amor, que recoge en una pieza audiovisual deliciosa, el mantra de una de las mujeres mexicanas referentes para el feminismo:

Pies para qué os quiero, si tengo alas para volar.

Frida Kahlo.