‘Maricón Perdido’: la herida de una vida

Bob Pop, conocido por sus grandilocuentes discursos en Late Motiv, se ha estrenado en el mundo de la ficción televisada con Maricón Perdido. Una serie autobiográfica de seis capítulos en la que narra parte de su vida ficcionada, como ya hicieran antes que él compañeros como Ignatius Farray con El fin de la comedia o Berto Romero con Mira lo que has hecho.

La serie Maricón Perdido tiene, además, un regusto a producto hecho por los Javis. Recuerda a Veneno en algunas de sus formas, especialmente en lo referente a la música y a los números musicales cargados de fantasía y purpurina (si bien Veneno es mucho más ducha en esto).

Cartel promocional de la serie Maricón Perdido, creada por Bop Pop.
Cartel promocional de la serie Maricón Perdido, creada por Bop Pop.

La historia del adolescente homosexual

La vida de Bob Pop, o lo que de ella nos cuenta en esta serie, es la historia compartida de muchos adolescentes que crecieron entre los 70 y los 80 en pueblos (o más tarde, por supuesto) y tuvieron que soportar insultos y vejaciones relativos a su orientación sexual.

El argumento se inicia en un pueblo de Madrid, en el seno de una familia normal y corriente. Candela Peña forma parte del reparto haciendo el papel de la madre, Carlos Bardem ejerce de padre, aunque nunca se le ve la cara y Gabriel Sánchez, interpreta a Roberto (más adelante conocido como Bob Pop) de adolescente. A ellos se suma el abuelo de la familia, encarnado por el fabuloso Miguel Rellán. Al Bob Pop adulto lo representa Carlos González y el propio creador del producto audiovisual forma parte del reparto haciendo un par de apariciones estelares.

Bob Pop, creador de la serie de autoficción Maricón Perdido.
Bob Pop, creador de la serie de autoficción Maricón Perdido. ©El Terrat.

La literatura como refugio y salvación

Algo que está claro que salvó a ese Roberto inexperto de la situación penosa en su casa, pues tenía mala relación con su padre y con su madre, fue precisamente la ficción. En la literatura encontró un refugio y esto es algo que está muy presente especialmente en los primeros capítulos de la serie.

Esta historia del adolescente se mezcla, quizá antes de la cuenta, con partes más avanzadas del relato de la vida de Pop. Tan pronto está en su instituto, como ya de universitario teniendo su primera experiencia sexual en una sauna gay de Madrid.

Al principio, esto resulta algo confuso. Como espectadores expertos que somos todos hoy en día, estamos más que acostumbrados a los saltos temporales y a que una serie o película no sigan un esquema cronológico muy riguroso, más bien nos atrae que no sea así. Sin embargo, los saltos temporales de Maricón Perdido a veces te pierden un poco, si bien es cierto que una vez que nos adentramos en la historia todo rueda con relativa fluidez.

La carga familiar

La familia tiene un peso importante en el relato de Roberto. La familia ausente, esa que no está cuando se la necesita o que añade más leña al fuego cuando uno ya no puede más. Es cierto que el propio formato de la serie (seis capítulos de unos 20 a 25 minutos de duración) no permite que se profundice mucho en esto. Sobre todo en la relación de la madre con el protagonista. Este vínculo materno filial es muy importante al inicio del relato, pero se va diluyendo a medida que avanza el metraje, perdiéndose entre otras tramas, también interesantes, pero dejando la sensación de que se retomará cuando no es necesariamente así.

Candela Peña en el papel de madre de Roberto (Bob Pop) y Gabriel Sánchez como Roberto adolescente.
Candela Peña en el papel de madre de Roberto (Bob Pop) y Gabriel Sánchez como Roberto adolescente.

El padre, al contrario, toma protagonismo cuando la historia ya está avanzada. Se trata de un protagonismo relativo, al inicio es el más ausente, mientras que la madre está 100 % presente. No obstante, hacia el final aparece para reafirmarse como hombre de la casa, para dejar claro que Roberto no es lo que se espera de él y para subrayar, desde su tierna adolescencia, que es un maricón perdido.

El único que está ahí de verdad, que no se desvanece de la vida de Roberto en ningún momento, es su abuelo. Miguel Rellán tiene pocos momentos, pero los que tiene están pensados para dejar huella en el protagonista y el espectador a partes iguales. Él es el que impulsa al joven Bob Pop a escribir, a leer buena literatura y a tener conversaciones que van más allá de decir cuatro frases arquetípicas. Él también es refugio y salvador de un chaval que solo se expresaba de forma diferente a como lo hacía la mayoría de su círculo en aquella época no tan lejana a esta.

Maricón perdido y el auge de la autoficción en España

Bob Pop no ha sido el primero en hablar de sí mismo a través de una ficción seriada. Uno de los primeros, compañero suyo, fue Ignatius Farray. Con El fin de comedia consiguió lo que no se esperaba nadie, mucho menos él mismo: una nominación a los Emmy internacionales como mejor serie de comedia.

El relato de Ignatius es lo opuesto a lo que se conoce de él como cómico. Es deprimente, es crudo, es real y también divertido, pero mucho más serio viniendo de un animal escénico y loco como es el Ignatius de los monólogos y la comedia pura. Berto Romero, que además es productor ejecutivo de Maricón Perdido, siguió la estela de Farray con Mira lo que has hecho, narrando sus aventuras como padre de tres niños. Lo interesante de la historia de Berto es traer a lo extraordinario algo que se asume tan cotidiano como tener hijos. La crianza es todo un proceso y sí, una aventura, que muchos dan por supuesta sin otorgarle el valor que merece.

Por su parte, Bob Pop ha acabado de abrirse con Maricón Perdido. Ha hablado de sus traumas y su visión del mundo siendo homosexual. Ha hablado de la mala relación con sus padres y también de su enfermedad, ya que padece esclerosis múltiple.

Alba Flores y Carlos González (Bob Pop adulto) en Maricón perdido.

La valentía de hurgar en la herida

Al igual que pasa con la relación con sus padres, la historia de la enfermedad de Bob Pop queda diluida y apagada por otras o por reforzar otras más ligadas a su orientación sexual (no en vano la serie se llama Maricón Perdido). Creo que habría sido muy interesante profundizar más en los conflictos familiares y en la enfermedad, pero se entrevé que hay mucho más de realidad que de ficción en su narración. Lo que está claro es que hace falta mucha valentía para hurgar de esa manera en la herida de una vida entera.  

Lo cierto es que Maricón Perdido te deja con ganas de más. Habría sido un acierto hacer capítulos más largos y poder zambullirse mucho más en algunas tramas, como ya se ha comentado. A juzgar por cómo acaba la serie, no tiene pinta de que vaya a haber una segunda temporada, pero en estos tiempos nunca se sabe. Quizá Roberto nos sorprenda queriendo hablar más tiempo y más alto sobre esa herida.