Apartheid de género: cuando la desigualdad es ley
Hace tiempo que teníamos que haber tocado este tema, uno de los más sangrantes dentro del feminismo: el apartheid de género. En el mundo, la discriminación contra las mujeres y las niñas adopta muchas formas, y aunque es cierto que esta discriminación la tenemos también a la puerta de casa, hay lugares donde esa discriminación es sistemática, oficial y legalizada.
Hablamos, como avanzábamos, del apartheid de género, un término que ya llevamos tiempo escuchando para describir la opresión institucionalizada contra las mujeres en países como Afganistán, Irán o Arabia Saudí. Un sistema en el que el hecho de ser mujer marca profundamente el acceso (o más bien, la negación de él) a derechos, libertades y oportunidades.

Una vida de segunda clase
El apartheid como concepto nació para describir la segregación racial en Sudáfrica, pero hoy se usa también para señalar la separación, subordinación y exclusión de mujeres en sociedades donde su estatus jurídico y social es inferior al de los hombres. No se trata de desigualdades casuales o de prácticas machistas sueltas: es un sistema estructurado, con normas explícitas que imponen una vida de segunda clase para millones de mujeres.
En Afganistán, por ejemplo, el regreso de los talibanes al poder en 2021 significó el retorno de un régimen que borra literalmente a las mujeres del espacio público. Ellas no pueden estudiar a partir de secundaria, no pueden trabajar en la mayoría de los empleos públicos y privados, no pueden viajar sin un tutor masculino (el mahram), y deben cubrirse por completo en público. Son prohibiciones que van más allá del machismo: son políticas de exclusión que constituyen una forma de apartheid.
Afganistán: el epicentro del apartheid de género
Desde que los talibanes recuperaron el control de Kabul en agosto de 2021, se han reinstaurado leyes que niegan a las mujeres los derechos más básicos. Los cierres de escuelas para niñas mayores de 12 años fueron solo el principio. En diciembre de 2022, se prohibió la educación universitaria femenina, y unos días después, también se vetó el trabajo de las mujeres en ONGs, afectando así no solo su sustento económico, sino también la asistencia humanitaria a otras mujeres.

En las calles de Kabul, las pocas mujeres que todavía se atreven a salir lo hacen completamente cubiertas, bajo la amenaza de los látigos de la llamada policía de la moral. A las mujeres en Afganistán se les ha prohibido ir a parques, gimnasios, baños públicos, y hasta salir de sus casas si no es por una emergencia. Las mujeres afganas están, literalmente, encerradas en sus casas y sus cuerpos son territorio controlado por el Estado. Todo ello, bajo la idea de garantizar su seguridad.
El relator especial de la ONU sobre los derechos humanos en Afganistán, Richard Bennett, no ha dudado en llamar a esto un “apartheid de género”. Según sus palabras, “el sistema impuesto por los talibanes podría calificarse como un crimen de lesa humanidad por persecución de género”.
En este contexto, algunas mujeres resisten desde la clandestinidad. Colectivos como el Movimiento Espontáneo de Mujeres Afganas (SMAW), organizan pequeñas protestas, graban vídeos denunciando el trato que reciben y los comparten en redes sociales a pesar del peligro.
Irán y el apartheid de género: la revolución de las mujeres
En Irán, tanto de lo mismo. El apartheid de género tiene otro rostro, pero no menos cruel. Desde la revolución islámica de 1979, la ley exige que las mujeres se cubran el cabello con un hiyab y vistan de manera “modesta”. Esto, lejos de ser solo una norma cultural, se ha convertido en un símbolo del control estatal sobre los cuerpos femeninos. La policía de la moral se encarga de vigilar el cumplimiento de estas reglas y castigar cualquier incumplimiento.
El caso de Mahsa Amini, una joven de 22 años arrestada en septiembre de 2022 por, según la policía de la moral, llevar mal puesto el velo y que murió bajo custodia, desató una ola de protestas sin precedentes. El lema de esas protestas, Mujer, vida, libertad, resume la lucha de millones de iraníes que han dicho basta al control y la violencia estatal.

Aunque el movimiento comenzó por el hiyab, las demandas van mucho más allá: piden el fin de un sistema jurídico que considera a las mujeres ciudadanas de segunda. Por ejemplo, en Irán, una mujer necesita el permiso de su marido para obtener un pasaporte o viajar fuera del país. En el caso de un divorcio, la custodia de los hijos se otorga automáticamente al padre a partir de cierta edad. Las mujeres valen, literalmente, la mitad que un hombre en temas de herencia o indemnización por muerte.
Organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional consideran que el régimen iraní mantiene un sistema de discriminación estructural que puede calificarse de apartheid de género. La represión de las protestas de 2022 y 2023 ha sido brutal: cientos de muertos y miles de detenidos, pero la llama de la rebelión sigue encendida.
La cineasta iraní Marjane Satrapi, en su novela gráfica Persépolis, ya había retratado la pérdida de libertades y el peso del fundamentalismo sobre las mujeres. Hoy, esa historia sigue más vigente que nunca y su obra sigue siendo reflejo de ello con la reciente ficción gráfica coral Mujer Vida Libertad, en la que, junto a otras autoras, conmemora el inicio de la revolución del velo en Irán, su país natal.

Arabia Saudí: reformas cosméticas en un sistema profundamente desigual
Entre el lujo y el brilli-brilli, muchos miran a Arabia Saudí y piensan que las cosas están cambiando, que la sociedad saudí está viviendo una época de apertura. Y es cierto que desde 2018 las mujeres pueden conducir, y que en los últimos años se les ha permitido asistir a eventos deportivos o viajar sin la autorización de un tutor masculino. Pero estos cambios son más una estrategia de marketing que una transformación real.
El sistema de tutela masculina sigue vigente en muchos aspectos de la vida. Las saudíes todavía necesitan permiso de sus tutores para casarse o salir de prisión tras cumplir condena. Las activistas que lucharon por el derecho a conducir, como Loujain al-Hathloul, han sido encarceladas, torturadas y silenciadas. Aunque fue liberada en 2021 tras tres años de prisión, sigue teniendo prohibido salir del país o hablar en público de su experiencia.
Arabia Saudí intenta proyectar una imagen moderna con eventos como la apertura de salas de cine o conciertos de artistas internacionales. Pero detrás de estas luces de neón, el apartheid de género sigue intacto.
El apartheid de género es un crimen de lesa humanidad
Los expertos en derechos humanos, desde Naciones Unidas hasta Human Rights Watch, coinciden en que el apartheid de género es una violación gravísima de los derechos humanos. De hecho, el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional incluye el apartheid como crimen de lesa humanidad, aunque hasta ahora solo se ha aplicado en contextos de segregación racial.
Varias organizaciones feministas y de derechos humanos han lanzado campañas para que la comunidad internacional reconozca el apartheid de género en países como Afganistán e Irán como crímenes de lesa humanidad. La Coalition Against Gender Apartheid, que reúne a activistas de todo el mundo, pide medidas concretas: desde sanciones económicas hasta juicios internacionales para quienes diseñan y ejecutan estas políticas.
En palabras de la activista afgana Mahbouba Seraj, “las mujeres no somos una minoría que necesita protección especial. Somos la mitad de la humanidad. Lo que nos pasa no es un problema cultural, es una emergencia global”.

Apartheid de género: ¿Qué podemos hacer desde aquí?
A veces puede parecer que lo que ocurre en países lejanos no nos afecta, o que poco podemos hacer desde nuestros rincones del mundo. Pero hay muchas maneras de apoyar la lucha de las mujeres que viven bajo un apartheid de género.
Podemos visibilizar sus historias, amplificar sus voces y apoyar a organizaciones que trabajan en el terreno, como Women for Afghan Women o Iran Human Rights. También podemos presionar a nuestros gobiernos para que sus políticas exteriores incluyan una perspectiva feminista real y actúen frente a estos crímenes.