‘Canto yo y la montaña baila’: fantasía mitológica catalana
¿Qué diría una nube si pudiera hablar? ¿Y un corzo? ¿Y las flores y plantas de la montaña? Irene Solà (Malla, Barcelona, 1990) fue una de las revelaciones de 2019 gracias a su novela Canto yo y la montaña baila. La jovencísima autora no solo se hizo estas preguntas, sino que su libro está narrado por nubes cargadas de tormenta, por corzos que huyen atemorizados y por flores que anuncian la muerte.
La autora catalana se inspira en sus raíces, su pueblo en la montaña barcelonesa, para contar una historia de leyenda y fantasía sobre la pérdida, la mutabilidad y la naturaleza.
El ecosistema de las montañas catalanas
Desde la primera frase, Solà muestra su visión de la naturaleza. La de los ecosistemas vivos, que piensan, sienten y padecen igual que nosotros y que en todas las circunstancias y casos nos permiten sobrevivir.
De una forma desestructurada a priori, como si se tratase de un puzle, se va construyendo una historia mágica, llena de reflexiones sobre lo que de verdad importa. Ese corzo que corre veloz por la montaña, huyendo del peligro, y que se separa de su madre y sus hermanos. Ese rayo que le cae a Domènec al inicio y que desencadena una debacle en su familia. Esa casita en la montaña en la que mientras no pasa nada pasa todo, la vida.
Muchas personas no han soportado la estructura del libro. Cada capítulo tiene un narrador diferente, que bien puede ser una persona o un animal o una planta. Parece que no hay conexión entre una historia y otra, pero todo tiene un sentido y va cobrándolo hacia el final de la trama.
Así, la novela se presenta como un ecosistema mismo, como un animal vivo que se mueve y se retuerce, que piensa y siente. Esta visión tan amplia hace que los humanos del libro solo sean una pieza más de ese ecosistema. Una parte muy pequeña de un todo que no podemos controlar por mucho que nos afanemos.
Solà pone el acento en remarcar que no somos tan importantes como nos creemos. Lo más interesante está fuera de pantallas y ciudades atestadas hasta la bandera de gente mediocre.
Canto yo y la montaña baila: Un cuento mitológico
Canto yo y la montaña baila es también una historia sobre brujas y gigantes, sobre seres mitológicos que habitan las montañas del noreste del país. Tres brujas encuentran el cuerpo de Domènec en la montaña, un gigante acaba cometiendo un crimen y mientras la naturaleza baila en su eterno fluir a su alrededor.
Solà tiene varias referencias de las que se sirvió a la hora de montar esta historia. Una de ellas está en un libro, en un poema, escrito por Jacint Verdaguer y llamado Canigó.
Este poema pertenece a la poesía romántica catalana, fue publicado en 1885 y cuenta una leyenda pirenaica sobre hadas y caballeros del macizo del Canigó, que hace de frontera natural entre España y Francia.
Aunque realmente está en Francia es muy importante dentro de la cultura catalana, tal es así que en 2013 el país vecino decidió cambiarle el nombre en francés de Canigou a Canigó, por considerarlo una montaña sagrada para los catalanes.
La autora no solo se inspira en la atmósfera de fantasía y cuento de obras como Canigó, sino que se permite hacer mención en su libro al personaje protagónico de este poema, Can Gentil.
También está presente El ball de la civada (El baile de la avena), una canción tradicional que habla sobre las labores del campo y las goges, seres de la mitología catalana, mujeres encantadas emparentadas con el agua de los ríos, arroyos, fuentes o agua dulce en general. Según la traductora al castellano de Canto yo y la montaña baila, Concha Cardeñoso, las goges son parecidas a las ninfas grecorromanas o las xanas asturianas.
Cuando muere Domènec al inicio de este cuento mitológico, la bruja Margarida dice mientras llora: “¡Qué lástima que los hombres se consuman tan deprisa, y que los otros hombres se aferren a los cuerpos vacíos y los escondan y los entierren por no ver lo que les pasará a ellos también!”. Lo dice porque le parece que el cuerpo sin vida del hombre quedaba muy bien en el claro en el que le había caído el mortal rayo.
Y otra bruja narra la desesperación de Margarida: “Y lloró cuando fueron a buscarlo y se lo llevaron, y no se quedó a hacernos compañía. Pero dejaron una cruz en el sitio en el que lo partió el rayo. ¡Qué manía de ensuciar la montaña con cruces!”.
El peso de la tradición
La originalidad de la escritora al contar esta historia es total. Es realmente un puzle de dos mil piezas que se va haciendo muy poco a poco. Los capítulos cortos y narrados por diferentes personajes hacen que la lectura sea más ligera y rápida. Sin dejar de apreciar los detalles, los guiños y el cierto humor que destilan los protagonistas de esta bonita historia.
La conclusión, quizá algo básica, pero que hace falta recordar más a menudo de lo debido es que nos necesitamos. Pero no entre humanos como tal, necesitamos de la naturaleza porque también está viva y siempre presta a recogernos en sus brazos cuando queremos huir de la vida gris de la ciudad.
Se ponen en valor, asimismo, cosas tan importantes como la familia, la complicidad, el medioambiente y el peso de las tradiciones. El peso de lo heredado y lo aprehendido, para bien y para mal.
El libro se construye a base de tradiciones, bien familiares de los personajes, bien de la cultura catalana. Esto está presente para todos, para los humanos de la historia y para las plantas, las nubes y el agua de los arroyos.
La catalana consigue atrapar hasta la última página, si bien quizá peca de tener un final algo precipitado, pero igualmente cargado de significado y simbología. Canto yo y la montaña baila aporta frescura y originalidad, algo que no se estila en exceso en autores tan jóvenes como ella.