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‘La Compasión Difícil’ de Chantal Maillard y cómo hacer soportable la existencia

Decía Chantal Maillard en una reciente entrevista que poesía y filosofía están vinculadas entre sí de alguna manera porque tienen que ver con lo universal. “Hay en ambas una universalidad, pero, más allá de eso”, continuaba, “la poesía debe tener que ver con lo singular, porque ese es el material de la experiencia” y eso es, en definitiva, lo que resuena y acaba llegando a todos. Lo que comunica.

Quizá es la mejor forma de adentrarse en lo que consigue en La Compasión difícil, esa miscelánea de pensamientos pero vinculados entre sí, hilvanados formando un todo cuyo corazón reside en un gesto pequeñito. Gesto a partir del cual se adentra en la relectura de Medea, a través de la película de Lars Von Trier, y la revisión aforística sobre la condición humana.

Chantal Maillard: Entre poesía y filosofía

Chantal Maillard es filósofa, ensayista, poeta y vive en una continua búsqueda de conocimientos que la han llevado a numerosos viajes por la India. También fue profesora de estética y teoría de las artes, lo que explica en cierta forma su amplio universo creativo, donde el control de la palabra la lleva a lugares literarios bellísimos, pero quizá también oscuros.

Se mueve, por todo ello, en esa frontera entre la poesía y la filosofía. Y lo hace con tanta facilidad que los textos que consigue parecen la dos cosas a la vez.

Chantal Maillard, autora de La Compasión Difícil.
Chantal Maillard, autora de La Compasión Difícil.

La Compasión Difícil da buena cuenta de ello pues, como escribiría Gonzalo Torné en la revisión que hizo del texto, es un libro “en el que se piensa mucho – un libro de pensamiento”, pero, más allá de eso, es un libro donde se percibe y se siente desde lo singular. Sí, justamente eso que asociaba a la poesía, y como ese gesto pequeñito de un niño –Mérmeros– nos lleva hasta lo universal, lo que llega a todos, lo que mueve a todos y lo que hace, en sus propias palabras, este mundo más soportable. La compasión que viene de la ternura más instintiva, la inocencia más instintiva.

Por eso es complicado definir qué hace y cómo lo hace en este ¿ensayo? La lectura que puede hacerse del texto, así como su propia creación entiendo, es algo absolutamente personal e íntimo. Un sumergirse en la espiral de pensamientos, en la emoción encontrada en el gesto singular, sin prejuicio alguno. También sin prejuicio a nivel estético. ¿Qué es esto que voy a leer? Muchas cosas a la vez. Saltarse las delimitaciones. Poesía, filosofía, diálogo, pensamientos con una intención estética sin perder de vista nunca el pensamiento. Parece incluso una invitación a abandonarse ante la sensación desconocida, mirar hacia donde poco se mira.

Por eso más que un resumen de ideas o una visión general, lo único que se puede hacer, quizá lo que se debería hacer con la inmensa mayoría de la literatura, sea una lectura personal e íntima, impresiones que, a fin de cuentas, no dejan de estar hilvanadas, vinculadas al corazón que sostiene todo el pensamiento que elabora: el gesto de Mérmeros, que antes de su muerte tiende la mano a Medea. La compasión difícil. El entendimiento.

La Compasión Difícil, editado por Galaxia Gutenberg.
La Compasión Difícil, editado por Galaxia Gutenberg.

La Compasión Difícil: El hambre

Para que entendamos un poco más de va el asunto, todo queda estructurado en tres partes. En la primera, desde el aforismo, se mete en los lugares complicados de lo humano: la culpa, la ausencia de dioses, el abandono del hombre, el suicidio. Es decir, la vida a la intemperie, salvaje, el depredador humano movido por el hambre, idea sobre la que se sustenta casi toda la reflexión.

El hambre no deja hueco para nada más, todo desaparece y parece que la vida, por esa necesidad de supervivencia incuestionable, solo puede entenderse como un bien. Pero no es así dirá.

“Que la vida quiera ser vivida no significa que sea un bien. Ingerimos gustosamente lo que más nos daña.”

¿Cómo sobrevivir entonces a la intemperie despiadada en la que nos deja el hambre? ¿Cómo hacer la realidad más soportable? Ahí es donde entra Medea y la relectura que hace de ella.

Una relectura, que viene de otra relectura, la de Lars Von Trier y como lo vuelca en la película Medea (1989). Un solo plano ante los ojos que miran con cuidado puede revertir el mensaje, puede generar otra lectura, otra comunicación. Es en la segunda parte donde esta relectura se centra en el gesto del hijo de Medea antes de su muerte a manos de su madre. Escena de la película y que genera todos esos cuestionamientos en torno al sacrificio, la inocencia y la compasión.

Compadecer a la víctima, escribirá, es sencillo. Todos podemos ponernos en su lugar, todos queremos ponernos en su lugar antes que en el lugar del verdugo pero,¿cómo compadecer entonces a Medea? ¿Cómo sortear el hambre?

Finalmente, la tercera parte es una suerte de diálogo quizá al estilo de los diálogos platónicos, las conversaciones con Medea, unas conversaciones en las que parece que vence el estatismo, lo imposible del cambio. “No hay refugio. Compréndelo” Dirá Medea, “Acepta la intemperie”. Y con esto el corazón del niño, el candor de la extraña inocencia, se ve envuelto por la intemperie. Que esto sea el final parece dejar la sensación de inmovilidad, si no hay forma de escapar del hambre, ¿cómo un gesto mínimo, casi secreto, puede hacerlo soportable?

La extraña ternura

El niño, inocente todavía, no ha adquirido las normas sociales, las obligaciones, los comportamientos, la moral. El niño no establece juicios, no acusa, no cuestiona. De ahí que Mérmeros, en la escena a la que se refiere Maillard, tenga ese gesto que en un adulto sería imposible, ridículo, una fantasía.

“juzgar es diferenciar. (…) Emprender el camino del conocimiento implicaba, en las vías de hinduismo, la eliminación de las diferencias (…) Sin diferencias, el juicio no es posible”.

Mérmeros no diferencia. No juzga el acto de Medea.  Es el que la compadece. Y ante esto, ¿qué sucede? Ante esto, el desconocimiento de lo que uno experimenta:

“¿Qué tipo de sentimiento es este que me golpea de repente? ¿Qué mezcla de ternura y de pena es esta que me embarga al percibir en el rostro de ella la inmensidad de su tragedia?”

¿Y qué es esto que estoy sintiendo?

Chantal Maillard de joven.
Chantal Maillard de joven.

Hacer una lectura de determinado tipo de textos, como es el caso de La Compasión Difícil, es complicado, a fin de cuentas uno solo puede basarse en impresiones, que acabarán estando condicionadas por su propia realidad; su propia experiencia de vida; su propia búsqueda personal, aunque no consciente, de lo universal.

Si tuviera que reducir de alguna forma todo el telar que va hilvanando poco a poco en La Compasión Difícil, diría, insistiendo en la misma idea, que el asunto va de como una criatura con un gesto imperceptible hace más soportable la existencia.

No anula el hambre, pero se desplaza a un segundo plano. “Cuando veo el gesto de Mérmeros no sé lo que estoy sintiendo, no lo he sentido antes”. Y eso, más allá de que el viaje sea más o menos espinoso, más o menos reflexivo, es lo que queda. Lo universal. La extraña ternura de que aquel que aun no ha sido contaminado. Lo periférico. Lo singular. Incluso, a pesar de la pesadez de ciertas reflexiones, el corazón de Mérmeros acaba siendo, en cierta forma, el corazón de la existencia.

Se iluminan las sombras, se soporta la vida, y puede que, además, más allá de soportarla, se quiera uno agarrar a ella justamente por esa sensación. Esa que no he sentido antes, esa que no sé como explicar. No lo sé, quizá sea justamente lo opuesto a lo que propone, al fin y al cabo, solo es una lectura.