‘La máscara del Zorro’: círculos de venganza

El romanticismo lo impregna todo en el género de capa y espada cuando es ejecutado acorde a sus cánones. Viajamos a México a la altura de 1821, a los días donde un malvado gobernador llamado don Rafael Montero explota a su pueblo sin piedad. Son años turbulentos, nadie intuye que estamos a apenas unas décadas del general Antonio López de Santa Anna y el controvertido asunto de la soberanía sobre California. En realidad, para nuestra fábula solamente hay un paladín para la gente corriente: un enmascarado y hábil esgrimista a quien únicamente se lo conoce como El Zorro.

Un cuento que suena a deliciosa aventura de épocas remotas, a tiempos menos cínicos y más inocentes. Sin embargo, el estreno de La máscara del Zorro (1998) se expuso como una de las últimas abanderadas de una forma de entender esa clase de cine. Sorprende poco que compartiera tiempo y espacio con otro testamento de esas grandes acrobacias con el sello de la Escuela de Alejandro Dumas: El hombre de la máscara de hierro.

Hoy desempolvamos el viejo uniforme de las jornadas heroicas para traer del baúl de los recuerdos a una zeta que, cada cierto tiempo, vuelve a ser resucitada por los estudios cinematográficos y televisivos como la leyenda que es.

Póster de La máscara del zorro.
Póster de La máscara del zorro.

La máscara del zorro: Hallar las espuelas adecuadas

Su éxito había venido con otro icono de la literatura que luego fue llevado al celuloide con gran éxito: Martin Campbell se convirtió en una garantía para los grandes estudios a través de su flamante GoldenEye (1995), una de las cimas del agente 007 bajo el rostro de Pierce Brosnan en los noventa. Es menos conocido que en la carrera por resucitar al Zorro en la gran pantalla estuvo a punto de colocarse Robert Rodríguez detrás de las cámaras. Indudablemente, el gran amigo de Quentin Tarantino no habría dejado a nadie indiferente, pero la aventura habría albergado mucha menos preceptiva clásica.

A medida que avanzaba el proyecto y se revisaban los guiones, quedaba patente que habría dos espadachines: uno veterano y otro novel. Sean Connery llegó a sonar muy fuerte en las quinielas para encarnar al primer héroe original. El actor escocés había demostrado adaptando la obra maestra de Umberto Eco que su registro permitía héroes de acción que no fueran planos o carentes de sensibilidad, si bien finalmente surgió otra opción que se reveló igualmente acertada, como veremos a continuación. Connery supuso la primera elección de Mikael Salomon, quien estuvo cerca de dirigir la epopeya.  

El otro unicornio debía ser un intérprete de ascendencia latina que pudiera garantizar por edad, si el film era un éxito, hacer alguna secuela en el futuro. Desembarcado en Los Ángeles a la altura de 1989, acompañando a Pedro Almodóvar por Mujeres al borde de un ataque de nervios, Antonio Banderas había ido escalando posiciones en el star-system de Hollywood, tarea nada sencilla para un artista de origen foráneo.

Teniendo en cuenta que el nuevo Zorro iba a tener el espaldarazo económico de Steven Spielberg como productor, Banderas se vio beneficiado de ser recomendado por el propio Robert Rodriguez.

Antonio Banderas es el Zorro.
Antonio Banderas es el Zorro.

La máscara del zorro: Obertura

Anthony Hopkins es una de las presencias actorales más importantes de las últimas décadas. Su tono puede ser el de un fino y discreto mayordomo inglés o esconder el sofisticado salvajismo de Hannibal Lecter, uno de sus personajes más célebres. Con una capacidad camaleónica, le veremos encarnar la sonrisa de un Douglas Fairbanks o un Tyrone Power para el prólogo de la cinta de Martin Campbell. El inicio de un héroe flamante y animado asaltando al corrompido poder colonial casa a la perfección con la mitología orquestada por Johnston McCulley en los albores del siglo XX.

Don Rafael Montero (Stuart Wilson) recibe la marca con la letra zeta en una danza que ambos hombres han jugado en multitud de ocasiones. Cuando vuelve a su identidad civil de don Diego de la Vega, el Zorro recibe a su antagonista con la burlona sonrisa que Alain Delon lucía en la versión italiana del mito en 1975, convencido de conocer el cuento con final feliz de un miembro de la élite que en secreto lucha por las capas desfavorecidas.

Es entonces cuando el argumento da un giro con resonancias a deliciosos folletines como El conde de Montecristo, arrancando una tragedia que rompe con el tono jocoso del arranque donde el espadachín sale triunfante y es auxiliado por dos golfillos de la calle, hermanos entre sí.

Montero ya no podrá ser burlado más veces por el antifaz y eso provoca el terrible coste de Esperanza de la Vega (Julieta Rosen), la esposa de Diego que fallece accidentalmente en la reyerta. Si bien despiadado, Rafael estaba perdidamente enamorado en secreto de la dama fallecida y eso le lleva a concebir una extraña venganza: criará a Elena, el bebé del matrimonio, aunque haciéndola pasar por su heredera legítima y arrojando a su enemigo al cautiverio.

Anthony Hopkins en La máscara del zorro.
Anthony Hopkins en La máscara del zorro.

La Vieja Escuela encuentra a la Nueva

A partir de ese instante el personaje de Hopkins se tornará en una especie de Edmond Dantès, alguien que debería dejarse morir de no ser por el motor que le da concebir una revancha a largo plazo contra su infame verdugo. Atendiendo devotamente a la preceptiva del género donde se enclava su mitología, La máscara del Zorro logra una historia de blancos y negros donde solo cabe el único camino de abrazar la causa de Diego, arrojado a sobrevivir en unas circunstancias agónicas.

John Eskow, Ted Elliott y Terry Rossio trazan una epopeya que debe rendir tributo al guerrero clásico que conoce la audiencia más veterana, pero sin perder de vista al relevo generacional que debe prestar el joven valor que en aquellos momentos era un Antonio Banderas lanzado a la conquista de Hollywood. En honor a la verdad, es de justicia citar de igual forma a Randal Jahnson, uno de los artífices del primer borrador de guion junto a los propios Elliott y Rossio.

En el flashforward, Banderas se revela como Alejandro Murrieta, uno de los jóvenes que acudieron al auxilio del Zorro. Acompañado de Joaquín (Victor Rivers), su hermano mayor, y Jack “Tres Dedos” (L. Q. Jones), sus camaradas y él conforman una simpática banda de forajidos al más puro estilo Robin Hood. Huérfanos desde casi siempre, los dos parientes conservan con afecto el collar de plata que el paladín con antifaz les regaló durante su breve encuentro. Probablemente, en ese cariñoso gesto se escondía lo más parecido que habían tenido a una figura paternal.

Sin descubrir la pólvora, uno de los grandes aciertos del rodaje de Campbell es plantear ese hilo conductor entre generaciones de una manera tan directa como amena. De hecho, haciéndolo conectar con otro de los mitos más queridos de la cultura pop.

La máscara del zorro.
La máscara del zorro.

Entre Batman y el Zorro: el callejón del crimen

El vínculo entre Batman y el Zorro siempre ha sido algo evidente. No en vano, los padres de Bruce Wayne habían llevado a su hijo a ver una película sobre el valeroso espadachín justo antes de ser víctimas de un terrible asesinato. Sin embargo, los lazos entre los dos mitos van más allá de ese guiño. Don Diego de la Vega y Bruce utilizan una posición de burgueses acomodados para jugar con gracia el rol de playboys, siempre próximos a aquellos poderosos a quienes quieren combatir secretamente en favor del pueblo.

La máscara del Zorro se convierte en otra pieza destacada de ese engranaje. No en vano, el juego que se plantea entre los personajes de Anthony Hopkins y Antonio Banderas suena demasiado similar al que los geniales Bruce Timm y Paul Dini plantearon con la serie animada Batman del futuro (1999-2001). Estrenada apenas un año después de esta obra de capa y espada, el punto de partida está hermanado: el héroe grande y solitario ya no puede valerse físicamente por sí mismo y necesita un digno discípulo para que herede la máscara. El Alejandro Murrieta de Banderas allana el terreno a lo que será el adolescente Terry McGinnis.

Desde que se reencuentran, Diego ansía saldar su antigua deuda con aquella pareja de hermanos que le auxilió. Por el camino, buscará ejecutar su venganza. Como bien habría hecho cualquier integrante del linaje de los Wayne, de la Vega pondrá en práctica el adiestramiento en una cueva alejada del mundanal ruido. Con la metáfora de los círculos, la poderosa voz de Hopkins nos sumerge, al igual que a Alejandro, en un mundo de falsas apariencias donde habrá de ser otro rostro para poder ingresar en el cuerpo selecto que está confeccionando el retornado don Rafael Montero, antaño exiliado.

La máscara del zorro.
La máscara del zorro.

Los antagonistas de La máscara del Zorro

La sobria imagen de Matt Letscher sobre su montura y con el uniforme de caballería precede a la introducción de uno de los antagonistas de La máscara del Zorro: el capitán Harrison Love. En su primer diálogo intentando capturar a los bandidos, creemos intuir ciertos rasgos de honor, los cuales rápidamente se difuminan. Bajo unas maneras de guerrero con códigos, se esconde un sádico que disfruta con las piezas diseccionadas de sus víctimas. Alejandro apenas podrá escapar de sus garras y ver con horror cómo su hermano, acertadamente, prefiere suicidarse antes de la agónica tortura.

Sin complicarse en exceso, el argumento acierta a colocar a este mercenario ambicioso a las órdenes del regresado don Rafael, soñando tanto con los emolumentos de las minas de oro que van a explotar como con su atractiva hija Elena. Las piezas encajan y la alianza provoca que se refuerce el lanzo entre Alejandro y Diego. Al final, ambos se necesitan para hacer caer a dos monstruos, si bien uno de ellos es más sutil.

Curiosamente, hay una pequeña confusión de casting que no enlaza con una cinta que en sus coreografía y entendimiento perfecto de cómo entretener suele acertar de pleno. Stuart Wilson y Tony Amendola son dos fantásticos actores, solventes con holgura en sus roles, pero la indumentaria de ambos como ambiciosos políticos es demasiado parecida, además del propio físico similar entre ambos hombres. Eso perjudica el buen hacer de Amendola, puesto que no posee rasgos diferenciadores para hacer de su don Luiz alguien significativo.  

Todo lo contrario que el pérfido capitán, el rival vigoroso que precisa el nuevo Zorro, incluyendo además otro juego muy propio de Batman: su rivalidad se traslada a lo mal que acoge el soldado al nuevo protegido de don Rafael, ese tal Alejandro que le resulta familiar.

El capitán Harrison Love.
Matt Letscher es el capitán Harrison Love en La máscara del zorro.

La máscara del zorro: La auténtica Zeta

Fuego, acero, pasión y glamour. Un cóctel difícil de personificar en una única faz. De cualquier modo, el equipo de Martin Campbell disponía del milagro imposible para resolver la fórmula: Catherine Zeta-Jones. La intérprete se encontraba en la edad ideal para ser la hija de Diego de la Vega, si bien ignora su auténtica ascendencia por culpa de Rafael, quien la educa como si hubiera su propia prole y con un recuerdo adulterado de quién fue su madre.

Se trata de la clásica figura trágica que podemos hallar en tantos relatos de Alejandro Dumas y su equipo de plumas. Como en los cuentos, habremos de creer en la mágica conexión que la joven nota casi de inmediato con el agudo sirviente que el arrogante don Alejandro trae a la finca de Rafael. En una situación asimismo arquetípica, la antipatía que el arribista genera en ella choca con la fascinación que para ella encarna el resucitado Zorro que empieza a hacer acto casi de inmediato. Como Clark Kent y Superman, la convención heroica facilita que nadie tenga la sagacidad de conectar la aparición al unísono de los dos recién llegados a la Alta California.

Con todo, son clichés propios del género y no debería exigirse al guion más que a algunas de sus ilustres antecesoras de capa y espada. Donde flaquea, por momentos, el asunto es en la ejecución de la evolución de Elena, una figura con potencial y que podría haber dado mucho más en el plano de la acción. Por ejemplo, hay una buena idea que en su ejecución ha envejecido realmente mal: el primer duelo de sables entre Elena y el Zorro queda resuelto de una manera bastante vergonzante. La que podría haber sido una sensual danza de aceros se evapora.

Catherine Zeta-Jones.
Catherine Zeta-Jones.

Catherine Zeta-Jones: La tercera espada

Cualquier persona que haya visto La trampa (1999) podría dar fe del potencial de Zeta-Jones para filmes plagados de acción. No puede negarse que Campbell y su equipo intentan darle un rol activo en las acciones contra la mina donde la población está esclavizada, pero hoy en día cuesta pensar que la hija del Zorro, descubierta su herencia, no cogiera su propio manto y acero para recuperar lo que es justo. Elena poseía todos los ingredientes para ser un personaje en la primera línea de la vertiginosa resolución, pero aquí la cinta se deja caer por los clichés.

Ello no es óbice para que Hopkins y Banderas sí puedan disfrutar de sus respectivos momentos estelares en sus coreografías contra la némesis de cada cual. La codicia del poder a través del oro precede a la caída de Rafael, a la par que el último pulso entre el capitán y Alejandro es todo lo visceral que podría esperarse. Auténticas delicias de aceros cruzados que cogían la esencia de los seriales clásicos y la acompañaban de los avances técnicos de la industria.

Con los defectos de su tiempo, es tarea ardua no dejarse envolver por la trepidante historia que se cuenta, la cual no peca de querer ser más enrevesada de lo que es en realidad. El sello Spielberg está presente al conformar un tono heroico a la Indiana Jones, que no renuncia a danzar con la gracia propia de Elena entre el humor familiar y la oscuridad de algunas escenas en una ecléctica operación que, finalmente, armoniza.

Ver una gigantesca zeta ardiendo para dar un halo de esperanza a los oprimidos conecta con el alma más pura e infantil del público con una fuerza prodigiosa.

La máscara del zorro.
La máscara del zorro.

La leyenda del zorro: Guardia baja

Aunque no lo parezca a simple vista, Arnold Schwarzenegger tiene algo en común con don Rafael Montero: ambos han ejercido el gobierno de suelo californiano. Además, quien fuera el feroz cimmerio en la gran pantalla nunca ha vacilado en señalar que Conan el Destructor (1984) tuvo un terrible error como punto de partida: espoleada por el éxito de la primera, la productora quiso convertir al bárbaro de Robert E. Howard en un producto más adecuado para toda la familia, perdiendo el salvajismo de espada y brujería que hizo memorable a la cinta de John Milius.

Irónicamente, La leyenda del Zorro (2005) pecó exactamente de lo mismo, presencia infantil incluida. Se perdía buena parte de la oscuridad inicial y el melodrama para un argumento de Roberto Orci y Alex Kutzman que se adentraba con poco espíritu crítico en la inclusión de California como el trigésimo primer estado de la Unión. Sin importar que Martin Campbell repitiera en la dirección, la segunda parte del mítico espadachín abandonaba la propia esencia de sus personajes.

Se echaba de menos el carisma de Hopkins, pero la explosiva dupla Banderas-Zeta-Jones podría haber llenado ese hueco con un libreto que no hubiera tornado a la segunda en abnegado ángel del hogar que no quiere que su marido siga cabalgando por las noches para deshacer entuertos. Atrás quedaba esa alma aventurera que había caracterizado a la hija de don Diego.

Un buen villano como el encarnado por Rufus Sewell no podía valerse por sí solo en una sucesión de gags más tontorrones y violencia con mayor grado de contención, incluidas gracias ecuestres. Roger Erbert, sagaz crítico de Hollywood, siempre ha señalado que el gran pecado de una continuación que llegó con varios años de retraso fue no enriquecer el potencial de Elena para tornarla en una gruñona

La leyenda del zorro.
La leyenda del zorro.

La leyenda del zorro: Una consagración

Pese a todo lo antedicho, la segunda entrega de la franquicia tuvo un efecto colateral beneficioso: reforzó la condición de intocable de la primera parte. La de un producto de auténtico divertimento con peleas sin descanso en absoluta desventaja y donde, al final, el bando del bien termina saliendo airoso. Campbell y su equipo hicieron brillar a las espuelas del espadachín, fortalecieron a su negro corcel y enriquecieron su mitología como nunca anteriormente se había hecho. Uno de los testamentos más hermosos de un género tan querido como la capa y espada, el cual hallaba algunos de sus mejores galas en las postrimerías de la década de los noventa del pasado siglo.