‘La sirena varada’ de Alejandro Casona: vivir fuera de la geometría
Fundemos una república. Pero una en la que no exista el sentido común. La vida es demasiado aburrida y falta de imaginación. “En cualquier rincón hay media docena de hombres interesantes, con fantasía y sin sentido, que se están pudriendo entre los demás”. En la puerta habrá un cartel que rece: “Nadie entre que sepa geometría”. Y así, apartando todo lo feo del mundo, viviremos en uno inventado por nosotros mismos. Uno en el que los pintores se vendan los ojos para descubrir nuevos colores; el fantasma de Napoleón, llamado don Joaquín, se pasea por la casa o las sirenas emprenden una huida salvaje y suicida hacia el mar.
Eso es lo que quiere Ricardo, el protagonista de La sirena varada del asturiano Alejandro Rodríguez Álvarez, mejor conocido como Alejandro Casona. La pieza, breve, pero directa y, sobre todo, certera, se estrenó en el Teatro Español de Madrid en el año 1934, cosechando bastante éxito en ese momento y cultivando el llamado teatro poético.
De Asturias a Buenos Aires
Casona nació en Besullo de Cangas del Narcea en 1903, pero hasta su muerte en Madrid en 1965, su vida sería pura itinerancia. Tenía cuatro hermanos, y sus padres, Faustina y Gabino, fueron determinantes en la idea de pedagogía del autor, pues ambos eran maestros.
Esto sería esencial, ya que los primeros años de carrera profesional los desarrollaría ligado siempre a la enseñanza. Vivió en Villaviciosa, Gijón, Palencia y Murcia hasta que en 1922 se trasladó a Madrid, a la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio. Su labor pedagógica estuvo, no en vano, ligada a la literatura y concretamente al teatro. Siendo regente de la Escuela de Les en el Valle de Arán fundó El pájaro Pinto, un grupo de teatro infantil.
El 16 de febrero de 1929 se estrenó por primera vez en las tablas con El crimen del lord Arturo, en el Teatro Principal de Zaragoza, y bajo el nombre por el que sería ya conocido de por vida, Alejandro Casona.
Durante cinco años, en la Segunda República, fue director del Teatro del Pueblo y del Teatro Ambulante, organismos integrados en las Misiones Pedagógicas. Esto eran compañías que llevaban obras clásicas a los pueblos, donde los campesinos no sabían nada de autores, actores o dramaturgias.
Obtuvo en 1932 el Premio Nacional de Literatura por Flor de Leyendas y, en 1933, el Premio de Teatro Lope de Vega por La sirena varada, que se estrenó el 17 de marzo de 1934 en el Teatro Español de Madrid.
La Guerra Civil truncó sus planes y su carrera en España. En el 37 se exilió a Francia y más tarde a México, donde se estrenó Prohibido suicidarse en primavera (1937), uno de sus escritos más reconocidos. Pasó por muchos países del nuevo continente para establecerse finalmente en Buenos Aires en 1939, donde siguió estrenando La dama del alba (1944) o Los árboles mueren de pie (1949).
Su reencuentro con el público español llegó en abril de 1962, pero el idilio duró poco, ya que Casona fallecía el 17 de septiembre de 1965.
Margarita Xirgu, sirena salvadora
No se puede hablar de La sirena varada sin hablar de Margarita Xirgu en varios sentidos. En el más literal, sin ella quizá no habríamos conocido esta singular obra de Casona, a mitad de camino entre sueño y pesadilla.
Casona la escribió durante su estancia como docente en el Valle de Arán. Hasta la fecha solo había presentado públicamente una creación enteramente suya en Zaragoza, pero Madrid era dar el salto a lo nacional y, con algo de fortuna, a lo internacional.
El joven movió el texto por la capital, pero no era conocido y no consiguió nada. No obstante, gracias a un contacto barcelonés le llegó una carta de una de las actrices del momento, Margarita Xirgu. Ella sí había leído la obra y estaba entusiasmada. Quería ser la sirena varada y así se lo dijo a Casona. Eso, y que se estrenaría en el Teatro Español de Madrid porque ella, con su compañía, se iba a encargar personalmente de esto.
Y así pasó. Xirgu ejerció de sirena, mientras que Enrique Borrás, también parte de la compañía que llevó la pieza a las tablas, se adjudicó el papel de Samy. El protagonista, Ricardo, fue Pedro López Lagar.
La sirena varada impulsó definitivamente la carrera de Casona y cosechó éxito de público en la época. En un ejemplar de la revista Crónica, que puede consultarse en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, hacen una pequeña crítica del estreno. “No queremos consignar el triunfo de Casona con las palabras ritual. Fue magnífico y profundo. Hizo suyo al público y lo electrizó, llevándole siempre por donde quería. La admirable Compañía del Español, y en plano predominante Margarita Xirgu, Borrás, Lagar, realizaron una interpretación magnífica. Y la dirección escénica, el decorado y el vestuario fueron modelos de buen teatro moderno y de dignidad artística”, escriben en la publicación a modo de conclusión.
La sirena varada: Vivir fuera de la geometría
Pero ¿de qué hablamos cuando hablamos de esta obra de teatro? De algo que, a nivel personal, me ha sorprendido gratamente encontrar en un libro de los años 30: fantasía, mucha fantasía.
Ricardo es un niño rico que claramente está aburrido. Debido a esto alquila una casa junto al mar y se decide a crear una república en la que el sentido común no exista. Daniel, un pintor que se venda los ojos para descubrir nuevos colores, le acompaña en esta empresa; y también Pedrote, un criado, que sí tiene los pies más en la realidad, pero que sigue ciegamente lo que su amo le ordena. El presidente de la república es Samy, un clown de circo, borracho y soñador, con una hija a la que Ricardo salvó una vez de una caída (premeditada o no) al mar.
Además, la casa, por contrato, viene con fantasma. Se trata de don Joaquín, que cuando la vivienda no estaba alquilada se metió en ella y, para que no le echaran, se paseaba vestido de blanco y con una antorcha por el salón.
Vivía así tranquilo con su fachada de ente infrahumano mientras cultivaba las berzas del jardín hasta que llegaron estos señores, como él los llama. Entonces empezó a documentarse sobre la materia, la de los fantasmas, para presentarse correctamente ante ellos. Ahí comenzó a malograrse su suerte, pues don Joaquín vive en el miedo de las sombras tras sus lecturas.
Así las cosas, aparece en escena don Florín, el personaje que va a llevar al lector a través de la locura de Ricardo y que va a ser su antítesis debido a su gran ética y moral y, especialmente, a su sentido común. Claro, y es que don Florín es médico, alejado de la fantasía y ensoñaciones de Ricardo y metido de lleno en los datos y los hechos.
Ricardo quiere vivir fuera de la geometría, esto es, fuera de cálculos, de razón y de la cotidianidad gris y así se lo cuenta a Florín que, a medida que avanza la trama, no da crédito a lo que sucede en esa casa.
La locura de sirena
Entonces, hechas las presentaciones, una sombra trepa por el balcón. Al principio se piensa que es Samy, el presidente de esta república bananera, pero no, es una joven que se hace llamar Sirena y que trata a Ricardo con una familiaridad inusual.
Ella es la verdadera protagonista de esta historia, la que hace saltar la trama por los aires y la única que verdaderamente sufre de locura. Sirena va a comenzar un idilio con Ricardo y poco a poco se va a ir descubriendo un entramado que, en medio de la comicidad de las escenas, va a destapar el gran drama detrás del ser mitológico que es Sirena.
Ricardo y Sirena se retroalimentan, la locura de ella nutre el afán por la fantasía de él y viceversa. Pero cuando Ricardo se da cuenta de sus sentimientos por la joven, y quiere conocerla, la fantasía ya no le basta.
El relato se construye por contraposición de opuestos. El mar invita a la fantasía y lleva a la locura, la tierra es firmeza, seguridad y realidad. Don Florín, como ya se ha dicho, representa el sentido común, mientras que Ricardo y Sirena son la fantasía y la locura respectivamente. Daniel aparentemente es uno más que se ha dejado llevar por la imaginación de esta república inventada, pero tras su venda se esconde un drama que trata de ocultarse a sí mismo. Detrás del empeño de Ricardo por vivir fuera de la geometría hay un aburrimiento atroz de todo cuanto le rodea, incluido él.
Realidad y fantasía se encaran frente a frente en esta historia, no para que la balanza se incline hacia una u otra, Casona las muestra como son. Primero te enseña el alborozo, lo atrayente, lo cómico de vivir en una ficción, en contraposición está lo gris y crudo de la realidad. Pero luego da paso a las desventajas de la fantasía para poner pie sobre seguro en la verdad, que acaba prevaleciendo por encima de todo gracias a Sirena. El amor de Ricardo por ella es real y, como tal, busca la realidad en la joven, pero esta, no hay que olvidarlo, sí que padece un mal psicológico y no recuerda nada, o es demasiado doloroso para recordarlo. Así, tras esa máscara ligera de ensoñación se esconde el trauma de la sirena varada.
De vuelta a la realidad
En un momento dado, en conversación con el médico, Ricardo dice: “Sirena es una deliciosa mentira que no estoy dispuesto a cambiar por ninguna verdad”. Pero las palabras de don Florín acaban haciendo mella en él: “¿Y si debajo de su ropaje fabuloso no hubiera nada? ¿Si cuando tu amor la busque no encuentra más que el vacío?”.
Es ahí cuando se abandona la fantasía. Don Joaquín puede, por fin, dejar de ser el fantasma de Napoleón (bautizado así por Ricardo, cómo no) y dedicarse a las berzas del jardín. Sirena empieza a recibir tratamiento de don Florín y así recuerda y pide, por favor, alejarse del mar que la altera y que la llamen María, que es su nombre.
La verdad gana definitivamente a la fantasía cuando aparece Samy, que resulta ser el padre de Sirena, y les cuenta el trauma que hay detrás de esta mujer. Entonces ya sí, la república ilusoria de Ricardo se deshace. María comienza a recordar y, curiosamente, la conversación que sintetiza esta historia se da entre el médico y el pintor a colación de la curación de Sirena y su transmutación de nuevo en María.
DANIEL. – ¿Cree usted que es un bien devolverle la razón y abrirle los ojos otra vez a este mundo sucio que la rodea?
FLORÍN. – No sé… En todo caso es mi deber.
DANIEL. – Deber. Bien, pero muy cruel. ¡La vida fue tan piadosa con ella! Le dio, a cambio de esto, todo un mundo de fantasía para refugiarse en él. ¿Por qué se lo quita usted?
FLORÍN. – Por que es mentira.
DANIEL. – Si ella se lo cree.
FLORÍN. – Aunque se lo crea.
DANIEL. – Allá usted don Florín.
FLORÍN. – Mire, Daniel, ahora tal vez le diera la razón; pero mañana me arrepentiría. Si emprendí la curación de Sirena fue porque Ricardo me lo pedía con gritos del alma. Y cuando le devolví las primeras luces y fui adivinando la verdad de su vida a través de sus ramalazos de razón, sentí espanto de mi propia obra. Vi bien lo que le quitaba y lo que le iba a dar en cambio. ¿Cree usted que no dudé? Pero no importa: Ricardo la quiere. Que la quiera tal como es; yo no puedo hacer otra cosa.
DANIEL. – Allá usted don Florín.
FLORÍN. – Mentirle, no; por dura que sea la verdad, hay que mirarla de frente. ¿Me oye, Daniel? Por dura que sea. De nada sirve vendarse los ojos.
La sirena varada: Reminiscencias de otras obras
El discurso de Daniel, igual de válido que el de don Florín, recuerda a una creación de otro grande de la escritura, Miguel de Unamuno. En San Manuel, Bueno, Mártir, el de Bilbao nos presenta a un cura que no cree en Dios, pero que mantiene la mentira para que sus parroquianos sigan viviendo, felices, en la ignorancia.
Esto es lo que le pasa a Sirena. En la balanza están la fantasía y la verdad. Si se inclina por la primera quizá pueda evocar algo de felicidad ingenua, pero ¿sería esto verdad o solo una ilusión que se desvanecería con el tiempo? Si se opta por la segunda el sufrimiento está asegurado, pero también puede superar el trauma y tener una vida plena una vez hecho esto.
Daniel y Florín son polos opuestos. Casona los enfrenta para mostrar las dos caras de la moneda, pero ahora sí, desviándose ligeramente hacia la verdad y alejándose de la fantasía.
La sirena varada es un cuento amargo, tierno y cómico a partes iguales. Esbozado con una maestría absoluta en la que se puede apreciar que el autor tiene las ideas más que claras. No es casualidad que recuerde a La vida es sueño de Calderón de la Barca, ya que esta fue una de las primeras lecturas que impactaron a un joven Alejandro Rodríguez y cuya estela marca La sirena varada, actualizando el relato del siglo XVII.
Volviendo a la época contemporánea, hay artistas que se han inspirado en este teatro para hacer sus propias creaciones. Así, en el Museo de Arte Público de Madrid se puede ver una escultura llamada La sirena varada llevada a cabo por el artista Eduardo Chillida. La pieza, de más de 6.000 kilos, se encuentra suspendida bajo un puente, colgada de cuatro cables de acero.
Sin embargo, la referencia más conocida (aunque muchos desconozcan en qué se inspira) es una canción de los Héroes del Silencio, homónima y que bebe directamente de las palabras de Casona.
“Sirena vuelve al mar varada por la realidad. Sufrir de alucinaciones cuando el cielo no parece perdonar” es uno de los versos más reconocidos del tema y que sin lugar a duda apela a La sirena varada del asturiano.
Sea como sea, desde este pequeño rincón animamos a leer esta historia y, en general, a leer a Casona, uno de los miembros de la Generación del 27 eclipsado por sus coetáneos y que se merece un lugar más destacado en nuestra literatura.