‘Los pasajeros de la noche’: mirada a los años 80 desde la nostalgia de sentirse libre
Mikhaël Hers dirige Los pasajeros de la noche (Les passagers de la nuit), una película protagonizada por Charlotte Gainsbourg, que sienta realmente bien. El director retrata con todo tipo de detalles todo lo que le marcó en su infancia durante una década que para muchos fue maravillosa. Los colores, los estrenos en cine de la época, la ausencia de móviles, la ropa y el grano analógico en la imagen, ayudan a que conectemos con la historia más bonita que se estrena este fin de semana en cines.
Sí, Los pasajeros de la noche es bonita. Es bonita por su historia, por sus imágenes, por su música y por la inocencia de una sociedad en la que aún se confiaba en el prójimo. Mikhaël Hers ha rodado una película que hay que disfrutar sin prisa. Una película con la que no sentirás que has perdido el tiempo. Que te hará recordar y reflexionar. Con la que sonreirás aunque te entristezcas. Que te dejará un agujero en el pecho cuando te des cuenta, viendo los títulos de crédito, de que ya ha acabado.
Los pasajeros de la noche: Los años 80 en París
La película nos cuenta la historia de Elisabeth (Gainsbourg), una madre con dos hijos que se acaba de divorciar y necesita resituar su mundo, curar sus heridas y comenzar a trabajar por primera vez en la vida. Ella no tiene experiencia laboral, pero en el París de los años 80, atributos como la bondad o la sensibilidad, tenían valor.
Consigue trabajo en un programa de radio nocturno atendiendo las llamadas de los radioyentes. Su jefa (Emmanuelle Béart), en un ejercicio de sororidad, empatizó con la situación de Elisabeth cuando acudió a la entrevista de trabajo.
Una noche conoce a Talulah (Noée Abita), una enigmática chica que vive en la calle y se autodefine como nómada. Elisabeth decide darle cobijo en su casa. Talulah modificará a esa familia. Será ese factor externo que de una u otra manera abrirá los ojos internos, los del corazón y los de la razón, de sus hijos e incluso los de ella misma.
Aun salvando las distancias entre la situación que vivía Francia y España en los 80, Los pasajeros de la noche nos recuerda aquellos momentos en los que la vida parecía ser más lenta. En los que podías parar para pensar y no te sentías mal por no hacer “nada”. Momentos en los que la reflexión era una práctica habitual. En los que el existencialismo era parte de la vida. Se sentía más y más fuerte. La vida se notaba. Estaba en el aire. Se podía masticar.
Los pasajeros de la noche: un guion delicioso en el que no sobra ni falta nada
En la década maravillosa que retrata Los pasajeros de la noche, la curiosidad era el motor de la juventud, la picaresca y su osadía nacían de la curiosidad. Colarse a ver una película como Las noches de la luna llena, de Rohmer, fumar un cigarrillo o algo más, besar esos labios que no podías dejar de mirar, bailar escuchando a Joe Dassin, o buscar tu auténtico yo entre la lectura, la experiencia o la droga, era lo habitual para unos jóvenes ávidos de emociones, de conocer y de sentir.
En esa época, los currículums no eran tan importantes, ni tampoco ser joven para desempeñar un trabajo. Había tiempo para enseñar un oficio. Te dejaban aprender. Era algo normal. No se daba por hecho que tuvieras que llegar con el oficio aprendido de casa. La confianza aún funcionaba como moneda de cambio entre las personas.
Que no parezca que Los pasajeros de la noche o yo, tan solo hablamos desde la nostalgia, desde un recuerdo maquillado por el tiempo, no es tan así. En los 80 no eran todo noches de vino y rosas, el dolor existía y era tan fuerte o más que ahora. También existían los aprovechados, los explotadores, los imbéciles y los indeseables, de eso no hay duda.
Los pasajeros de la noche no los obvia, pero pone el foco en los elementos más diferenciadores y positivos de los 80. Muestra todo lo bueno que dejamos atrás y que debimos salvaguardar de los inesperados cambios que sacudieron a la sociedad.
Los pasajeros de la noche: un reparto conectado con la verdad
Charlotte Gainsbourg vuelve a recordarnos por qué es la actriz que es. Como Elisabeth desata su versión más sensible, emocional y profunda. Interpreta a una mujer real y con miedos, que soporta los embates de la vida de una forma valiente. Que se permite llorar y tener momentos de flaqueza. Que aprende de sus errores y que no le da vergüenza pedir ayuda si le llega a hacer falta. Una mujer con una empatía fuera de lo normal, con una forma de mirar que va más allá de lo superficial. Una mujer que aprende a quererse tanto como quiere al resto. Gainsbourg, lo borda. Su interpretación es maravillosa.
La actuación de Noée Abita como Talulah, también es fascinante. Su halo de misterio, su cadencia a la hora de hablar, su mirada. Realmente da la sensación de ser una chica que ha vivido todo lo que se intuye viendo Los pasajeros de la noche. Noée Abita es una actriz a la que hay que seguir su carrera de cerca, otra de esas pocas actrices con el don de la verdad.
Tanto Quito Rayon Richter, como Megan Northam también están perfectos como los hijos de Elisabeth. Realmente da la sensación de que estén viviendo aquellos años y que no pertenezcan a la generación Z.
En definitiva, Los pasajeros de la noche es una de esas películas experiencia que se deben de ver en el cine. Cine de personajes en el que lo importante es la historia que está contando. Cine para que sientas. Una película que funciona como espejo en el que mirarse y ver todo lo que has dejado atrás.