Maruja Mallo: mitad ángel, mitad marisco
Mitad ángel, mitad marisco. Con estas palabras definió Salvador Dalí a la pintora surrealista Maruja Mallo. Eran amigos y residentes en uno de esos ‘Madrid’ que tanto se recuerdan: el Madrid al que llegaron fugazmente las vanguardias. A ella parece que le gustó la definición de Dalí, porque así se autodenominó también a lo largo de su vida. Mitad ángel, quizá, por su talento sobrenatural, y mitad marisco por lo especial y exótico de su arte, o por su personalidad explosiva en público y de caparazón cerrado en privado. En cualquier caso, Maruja Mallo es una de esas artistas que sigue brillando a lo largo del tiempo. Una de las grandes que hoy recordamos en este artículo-homenaje.
Maruja Mallo fue una mujer libre que decidió y consiguió vivir su vida sin ataduras, alejada de los remilgos y decoros de la España gris que amenazó con enterrar su arte, y durante un largo tiempo lo consiguió. Sin embargo, este olvido no fue permanente y Maruja se convirtió en una de las mujeres que marcó la historia de España en el siglo XX gracias a la inabarcable magnitud de su surrealismo pictórico.
Aunque su relevancia no se circunscribe únicamente a este país. Su obra trasciende nuestras fronteras y Mallo es hoy una referencia en el surrealismo figurativo internacional. Nos zambullimos en los acontecimientos más importantes de su vida y obra. Quédate con nosotras y te contamos más.
La indómita y libre Maruja Mallo
Puede que la magia no exista, pero lo que Maruja Mallo hacía con los pinceles se le parecía mucho. Resulta complicado poner en palabras todo lo que ha significado esta artista para nuestro país, aunque el propio país ni siquiera sea consciente todavía de ello. Como a otras artistas, no se le ha reconocido lo suficiente su peso en la Historia. Al menos, eso es lo que pienso yo.
Para comenzar, te diré que con Maruja Mallo no podemos tener la certeza de que las fechas y los datos que os voy a dar sean ciertos. Me explico. Solo podemos hablar de aproximaciones, ya que la fabulación fue parte de su relato vital. Su vida es, en cierto modo, una novela repleta de imaginación y fantasía. Tomando, por tanto, los siguientes datos como una mera aproximación, Maruja Mallo (Viveiro, Lugo, 1902-Madrid, 1995) se llamaba en realidad Ana María Manuela Isabel Josefa Gómez González. Sí, todo eso.
Nació y pasó su infancia en diferentes localidades de Galicia, su amada y recordada tierra natal, vivió su adolescencia y parte de su juventud temprana en Avilés (Asturias) donde comenzó a pintar en la escuela de artes y oficios. Se mudó a Madrid con su familia cuando tenía 20 años.
Era la cuarta de catorce hermanos. Pese a pertenecer a una familia tan numerosa, siempre disfrutó de ciertas comodidades ya que su padre fue administrador del Cuerpo de Aduanas. Ya en Madrid, Mallo estudió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando desde el año 1922 al 1926, coincidiendo con la dictadura de Primo de Rivera.
Noches de juerga, amor libre y poesía surrealista
Sin embargo, pronto se dio cuenta de que el academicismo no era para ella. Abandonó la escuela antes de graduarse, ya que estaba en desacuerdo con la forma en la que se coartaba y dirigía a los artistas. Allí, conoció a grandes nombres del arte patrio como Salvador Dalí y comenzó a ser una habitual en los círculos intelectuales de la capital donde conoció a Rafael Alberti, María Zambrano, Federico García Lorca, Concha Méndez, Margarita Manso, Luis Buñuel, Pablo Neruda o Miguel Hernández, entre otros.
Maruja consiguió ganarse la admiración y el respeto de los artistas de la época. Se enriquecían artísticamente unos a otros. Las noches se alargaban hasta las madrugadas entre recitales de poesía surrealista y animadas tertulias. También el amor libre del que disfrutaban estos artistas contrastaba con la España gris y anquilosada que comenzaba a enseñar los colmillos. Un oasis artístico y cultural que pronto se desvaneció.
Maruja Mallo: la artista que no quiso ser musa
Cuesta imaginar a alguien tan libre como Maruja Mallo en aquella época. Una mujer que no se ciñó al papel de esposa y madre que se le presuponía. Una artista que no quiso ser musa y que habló de tú a tú a los artistas varones de la época. Gracias a su carisma, personalidad arrolladora y a su irrefutable talento, se ganó un firme espacio como una de las máximas representantes de la Generación del 27 y de las conocidas como ‘Las Sinsombrero’, un grupo de jóvenes intelectuales españolas decididas a dejar su huella en la historia y a romper con los corsés que se les imponían.
A finales de los años 20, Mallo realizó algunas exposiciones colectivas e individuales. La primera se dice que fue en la Feria de Muestras de Gijón en 1927 junto a su hermano Cristino Mallo que era escultor. En esta muestra ya se pudieron ver obras tan representativas de la artista como La verbena o La isleña. Obras nacidas tras su breve estancia en las Islas Canarias, que marcó a la artista y definió el uso del color en su primera época artística. También expuso en la sede de la Revista de Occidente en Madrid, publicación dirigida por el filósofo Ortega y Gasset. Esta exposición supuso un antes y un después en su carrera.
En 1932, Maruja Mallo se mudó a París gracias a una beca concedida por la Junta de Ampliación de Estudios. En Francia expuso en galerías como la Pierre Loëb y cultivó relaciones de amistad con artistas como André Breton, Paul Éluard, René Magritte, Max Ernst, Giorgio de Chirico o Andy Warhol.
Maruja Mallo no fue obligada a exiliarse, pero lo hizo por convicción política. Fuera de España, ejerció un firme compromiso con el republicanismo y con el movimiento obrero, especialmente durante su extenso periplo por Latinoamérica, una tierra que la cautivó e influyó definitivamente.
De París a Nueva York, con parada en Buenos Aires
Maruja Mallo pasó por diferentes etapas pictóricas. Una primera etapa más colorista en la década de los años 20 del siglo pasado; un segundo periodo más sombrío y oscuro en los años 30 con obras tan representativas como El espantapájaros; y una tercera época más figurativa en la que también experimentó con la aplicación de materiales orgánicos a su pintura.
El mayor cambio en su obra lo vemos en el paso de la primera etapa a la segunda, cuando se contraponen la alegría, el color y la luz de la primera época, a la etapa más oscura y relacionada con el subsuelo que le prosiguió. Además, cada vez más voces aseguran que a Maruja Mallo no puede considerársela una surrealista pura, ya que en su obra no hay nada que sea fruto del azar, además de que Maruja demostró gran interés por la geometría y la proporción. Después de París, parece que su momento surrealista terminó.
Durante un cuarto de siglo de exilio, Maruja Mallo vivió en París y en Nueva York, aunque también tuvo una base muy destacada en Buenos Aires, donde vivió una época de disfrute y nutrición artística. Su mural para el Cine Los Ángeles en Buenos Aires es un reflejo de lo vibrante de esta etapa. Maruja vivió aquí y allá, pero donde estuvo, siempre prosiguió con su carrera en las artes plásticas, que combinó en ocasiones con la de docente. Expuso en América Latina, en Francia y en Estados Unidos con gran éxito.
Fascinados por Maruja Mallo
Cuando nuestro país comenzó a salir de la oscuridad, Maruja Mallo regresó a España en 1965. Llegó a un país que había olvidado su figura. Sin embargo, las generaciones de los 70 y 80 fueron recuperando y visibilizando su obra, regresó a las tertulias artísticas, fue musa de la movida madrileña, en 1982 recibió la Medalla de Oro de las Bellas Artes y el Museo Reina Sofía recogió parte de su obra de forma permanente.
A lo largo de su agitada vida, Maruja Mallo ocupó por derecho propio los espacios masculinos del arte y fue una influencia clave en las obras de Dalí, Lorca o Buñuel. De hecho, muchos historiadores e historiadoras afirman que el triángulo Dalí-Lorca-Buñuel fue en realidad un cuadrado con Maruja Mallo como cuarta punta a la que, sin embargo, se negó este lugar en la Historia.
Una mujer vital, feminista, curiosa, noctámbula, cósmica, cosmopolita, gran conversadora, rigurosa, contradictoria, solitaria, expansiva, celosa de su intimidad y amante de la naturaleza. Una referencia internacional en la pintura surrealista figurativa. Perfeccionista y meticulosa, su obra no fue amplia, pero logró un importante reconocimiento.
El mito de las vanguardias hecho realidad. Una Maruja que fascina. Una pintora universal. Una artista eterna. Gracias a ella, hoy somos más libres.
Imagen de portada: ©Giselfust