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Mujeres artistas: ¿Por qué seguimos asociando el genio artístico con lo masculino?

Desde que Giorgio Vasari escribiera sus Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos, el relato del arte ha estado monopolizado por una idea: el genio como un hombre (blanco, burgués, perturbado o iluminado) que crea desde lo individual, lo sagrado o lo incomprendido. Esta idea ha sobrevivido durante siglos, colecciones, movimientos, e incluso, algoritmos. Pero ¿y si el genio no es más que una de muchas construcciones patriarcales? Hoy reivindicamos a las mujeres artistas.

El origen del mito: Vasari y el nacimiento del genio masculino

La figura del “genio artístico” no es un concepto universal ni neutro. Es una construcción cultural que arranca con nombre y apellidos: Giorgio Vasari. Su obra Vidas de los más excelentes pintores, escultores y arquitectos (1550) no solo fundó la historia del arte como disciplina, sino que sentó las bases del mito del artista excepcional. En este panteón solo cabían hombres, todos blancos, todos europeos y todos investidos de una especie de divinidad creativa. El arte pasaba de ser un oficio a convertirse en una expresión del alma… masculina.

Mientras Vasari exaltaba la figura de Miguel Ángel como cumbre del genio renacentista, las artistas de la época apenas encontraban espacio para producir ni mucho menos para ser reconocidas. Nombres como Sofonisba Anguissola, Lavinia Fontana o Artemisia Gentileschi quedaron relegados a la nota a pie de página o directamente al olvido, no por falta de talento sino por exceso de patriarcado. La idea de genialidad empezaba a definirse como una cualidad innata, individual y exclusivamente masculina.

Bernardino Campi pintando a Sofonisba Anguissola. Pintura de Sofonisba Anguissola. Mujeres artistas.
Bernardino Campi pintando a Sofonisba Anguissola. Pintura de Sofonisba Anguissola. Mujeres artistas.

Sin rastro de las mujeres artistas: el siglo XIX consagra al genio torturado y solitario

Con el Romanticismo, la cosa no hizo más que empeorar. El genio dejó de ser un elegido de Dios para convertirse en un maldito: marginal, atormentado, alcohólico, enfermo. Van Gogh, Delacroix, Beethoven, Munch. Todos comparten el aura del artista incomprendido que sufre por crear. Y todos tienen otra cosa en común: son hombres. El sufrimiento creativo se volvió así un privilegio de género.

Mientras tanto, las mujeres artistas seguían siendo invisibles o, peor, “musas”. Eran el cuerpo inspirador, pero nunca la mente que crea. Camille Claudel, por ejemplo, fue eclipsada por Rodin, Clara Schumann por su marido Robert, y Berthe Morisot o Mary Cassatt tuvieron que pintar desde el espacio doméstico porque el acceso a la calle, al café, al taller compartido, les estaba vetado. El genio era masculino porque la vida pública lo era. La mujer podía ser artista, pero mejor si era discreta y no pedía demasiado reconocimiento.

La crítica feminista de arte, desde Linda Nochlin y su famoso ensayo Why Have There Been No Great Women Artists? hasta nuestras días, ha diseccionado este mito con bisturí. La genialidad no es una cualidad biológica, sino un relato que se reproduce en libros, en museos, en documentales y, por supuesto, en las subastas de arte.

Berthe Morisot -Sommertag- 1879. Mujeres artistas.
Berthe Morisot –Sommertag– 1879. Mujeres artistas.

Siglo XX: del artista como marca al mercado como canon

La modernidad no destruye al genio masculino: lo convierte en producto de consumo. Picasso, Dalí, Warhol. Todos crean arte, pero también se convierten en personajes, en logotipos, en instituciones. Se premia el ego, la excentricidad, la ruptura… Warhol no necesitaba sufrir como Van Gogh: le bastaba con reproducirse a sí mismo. El genio se hizo pop, pero no se hizo plural.

Mientras tanto, las mujeres artistas quedaban relegadas a categorías menores: el arte textil, el collage, la ilustración. En el caso de muchas mujeres, su trabajo era considerado “manual” en lugar de “artístico”. Judith Scott usaba hilos y fibras para crear esculturas, pero durante años fue ignorada por no encajar en la narrativa masculina de la genialidad.

Incluso artistas como Frida Kahlo han sido absorbidas por el mercado como iconos de moda antes que como figuras de ruptura. Su dolor, su cuerpo, su política se han convertido en camisetas, mientras su legado artístico se simplifica.

Judith Scott. Mujeres artistas.
Judith Scott. Mujeres artistas.

Mujeres artistas geniales: colectivas, silenciadas, resistentes

Pero, ¿qué pasa si dejamos de buscar genios individuales y empezamos a valorar otras formas de producción artística? Lo colectivo, lo colaborativo, lo no mercantil. Muchas mujeres artistas han trabajado desde estos lugares, no por falta de talento sino por imposición del sistema. Judy Chicago, con su obra The Dinner Party, quiso rescribir la historia del arte con una mesa en la que se sentaban mujeres de todas las épocas. Está considerada como la primera gran obra de arte feminista.

Las Guerrilla Girls llevan décadas denunciando la invisibilidad femenina en museos y galerías, señalando con humor y rabia el sesgo patriarcal de la historia del arte. Y artistas como Ana Mendieta han hecho del cuerpo un arma política y poética.

Incluso hoy, cuando vemos un listado de los artistas más cotizados del mundo, siguen dominando los nombres masculinos. Jenny Saville es una de las mujeres artistas más cara en subasta, pero ni de lejos se acerca a los precios de Koons, Hirst o Basquiat. El “genio” sigue siendo rentable. Y sigue siendo él.

Jenny Saville. Mujeres artistas.

Desmitificar al genio: hacia un arte más plural

¿Y si el genio no fuera una categoría natural, sino una herramienta de exclusión? ¿Y si empezáramos a hablar de artistas brillantes, rupturistas, innovadoras sin necesidad de que cumplan con el mito de lo extraordinario? Quizá el futuro del arte no esté en descubrir nuevos genios, sino en desmontar la necesidad de tenerlos.

El arte no es una lucha de egos, es una forma de contar el mundo. Y el mundo es demasiado complejo, hermoso y diverso como para dejarlo en manos de unos pocos privilegiados. Quizá es hora de poner la mesa de Judy Chicago de nuevo, y de invitar a otras mujeres artistas a sentarse.

Imagen de la portada: Ana Mendieta.