‘Vida perfecta’: la realidad detrás del “y comieron perdices”
La directora y actriz feminista Leticia Dolera realiza Vida perfecta, una serie redonda donde sus tres protagonistas se erigen como mujeres únicas y naturales. Una trama donde se desmitifica la maternidad y se pone en el foco a la diversidad funcional de forma brillante.
María, interpretada por la propia Leticia Dolera, y Esther, hermanas, junto a su amiga Cristina, son tres mujeres que aparentemente tienen una vida perfecta. María va a casarse y firmar una hipoteca, Esther es una artista bohemia que disfruta cada segundo de la vida y del sexo, y Cristina está felizmente casada, con dos hijas y en búsqueda de otro bebé.
No obstante, desde los primeros minutos del primer episodio de la primera temporada de la serie, comienzan a caerse los primeros mitos. En una notaría donde María está firmando su primera hipoteca con Gustavo. Todo empieza a desmoronarse cuando Gustavo decide que no puede firmar la hipoteca, y tampoco casarse. “¿Esto es por lo de la lavativa?” Pregunta María. Y así, con una discusión sobre una lavativa que María quiso hacerse antes de tener sexo anal con Gustavo, se sienta el precedente de una serie donde se habla de la vida sin tapujos y con alguna que otra risa.
Vida perfecta: La maternidad y las malas madres
Desde diferentes perspectivas, Leticia Dolera plasma de forma exquisita la maternidad más real y devastadora que existe. La denominada de forma patologizante, depresión post-parto, no es más que un concepto adoptado en la sociedad más esencialista para señalar a aquellas madres que no son felices siéndolo. Que quizás desde un primer momento no sienten un vínculo irrompible con la criatura que han traído al mundo. Porque la finalidad de ser mujer no es ser madre, y eso Leticia Dolera lo lleva a la pantalla para gritarlo y reivindicarlo sin tabúes.
Con un formato cómodo y ligero de episodios de 30 minutos, la directora recoge temáticas diversas como la maternidad, la diversidad funcional, el colectivo LGBT y, en definitiva, una visión del gran espectro de mujeres únicas e irremplazables que existen.
El perfil de “la mujer” y “la madre” es un espejismo dibujado por el sistema patriarcal para intentar encajar en los mismos patrones a todas las mujeres. Con Vida perfecta la figura maternal da un giro de 180º y muestra su rostro más duro.
No todas las madres tienen instinto y no todas buscan serlo, aunque finalmente tomen la decisión. El aborto es abordado también con naturalidad en la trama, algo que también destaca como acierto.
Uno de los aspectos centrales y comunes entre las protagonistas es su sexualidad. La sexualidad de la mujer en el audiovisual ha estado tradicionalmente enfocada desde dos perspectivas únicas: o se hipersexualiza a la mujer como objeto erótico o se invisibiliza su sexualidad. En este sentido, Vida perfecta aborda tres sexualidades totalmente diferentes a través de los personajes de María, Esther y Cristina.
Dentro de esta representación, es reseñable cómo la directora muestra los genitales de las protagonistas sin ningún tipo de tinte erótico, sino como se podría mostrar cualquier otra parte del cuerpo de la mujer.
La diversidad funcional no es el hándicap
Junto a la brillante representación de las mujeres, la teleserie aborda otro de los colectivos relegado a los márgenes de la sociedad normativa: las personas con diversidad funcional.
No solo uno de los protagonistas de la serie es una persona con diversidad funcional intelectual, sino que a lo largo de las dos temporadas se presenta un amplio elenco de personas del colectivo. Personas que encarnan un papel de pareja o amistades desde el mismo enfoque que el resto de los personajes.
Es destacable, sin embargo, el hecho de que el protagonista encarnado por Enric Auquer, no sea una persona con diversidad funcional. En este caso, si bien es cierto que el actor lleva a cabo el papel de forma exquisita, habría sido mucho más adecuado integrar también en el elenco a una persona con diversidad funcional.
Volviendo a la trama, el protagonista, Gari, decide ser padre y esquivar cualquier tipo de obstáculo que la sociedad le pone en el camino. Porque ahí reside uno de los mayores aciertos de la realizadora. En lugar de situar los problemas y trabas en la propia persona con diversidad, aborda y hace una crítica a la sociedad que juzga a estas personas.
La sociedad es el hándicap que construye una imagen sobre estas personas alejada de la realidad, considerándoles menos capaces de lo que realmente son. En este caso Vida perfecta muestra de forma clara cómo todas las personas tienen limitaciones para llevar a cabo ciertas cuestiones, independientemente de si tienen o no diversidad funcional.
La situación se da la vuelta y es la madre la que quizás no es capaz de asumir ese papel. Al menos no con la facilidad con la que el padre, con diversidad funcional, cumple su rol paternal con placer.
El colectivo LGBTIQ+ y su representación
Otro de los colectivos que aparece en la Vida perfecta es el colectivo LGTBIQ+, a través del personaje de Esther de orientación homosexual. Uno de los aspectos que se podría destacar como negativo es el cliché de la promiscuidad e inestabilidad.
A pesar de que María y Cristina, hermana y amiga heterosexuales, tienen vidas imperfectas, Esther encarna el papel de la mujer inestable e incluso drogodependiente. Una artista que no sabe qué hacer con su vida y sublima sus inseguridades a través del sexo esporádico.
Es necesario destacar el papel de la actriz Aixa Villagrán. La actriz brilla con luz propia interpretando el papel de forma sobresaliente y dando vida a un personaje totalmente redondo y real.
Respecto al rol de la mujer homosexual, este mejora en la segunda temporada [cuidado, pequeño spoiler], cuando Esther asienta aparentemente su vida con una mujer al menos 10 años mayor que ella. Es en el papel de Julia a través del cual el colectivo LGBT se ve mejor representado. Interseccionando además con un sector etario también infrarrepresentado en el audiovisual.
Una mujer de mediana edad, con todo lo que eso conlleva, tanto a nivel social como hormonal. En este caso, también la directora acierta en la construcción del personaje y su forma de hacerla visible.
Una vida imperfecta, una vida real
La serie de Dolera expone de forma honesta y espléndida un amplio elenco de mujeres. Mujeres que viven situaciones diversas, algunas placenteras y otras más complicadas, pero todas reales.
Sin ningún tipo de ostentación, la directora y actriz traslada a la pantalla de televisión una temática tan real como invisibilizada. Las mujeres han estado comúnmente estereotipadas y silenciadas durante años.
Con obras como esta, que llegan al Festival de Cannes y ganan el premio a mejor serie de televisión, se llevan hasta lo más alto historias que eran esenciales contar. Contar en voz alta y gritar que la imagen de supermamá y mujer empoderada y fuerte no es como la pintan en el audiovisual. Que la mujer empoderada es otra cosa. O, mejor dicho, que las mujeres empoderadas son otra cosa.
Porque no existe la mujer, sino miles de mujeres genuinas que viven realidades totalmente diferentes. Mujeres cisgénero, mujeres trans, mujeres homosexuales o heterosexuales, madres o no, solteras o casadas y un largo etcétera que sería imposible escribir, porque las mujeres, no se pueden clasificar en categorías binarias.
Lo que está claro es, que la vida perfecta que nos vendieron en las películas de Disney con el príncipe azul y el final feliz, era solo eso, un cuento de hadas totalmente irreal.