‘Contrato con Dios’: el nacimiento de la novela gráfica
Will Eisner comenzaría a publicar The Spirit en 1940. Apenas dos años después de que se publicará el primer cómic de Superman en Action Comics o la Antorcha Humana en Timely Comics. La petición de crear un cómic llegó a Will Eisner de un periódico que pretendía unirse al momento de interés que estaban viviendo los cómics en ese entonces. Y pilló la cresta de la ola para mantenerse en publicación durante más de diez años, llegando a publicar el último número de The Spirit en el 52.
Estos más de diez años le permitirían a Will Eisner experimentar con lo que se estaba publicando. El mismo autor reconocía en el prólogo de Contrato con dios que empezó a ser consciente de que estaba haciendo algo completamente diferente a lo que se había visto en el mundo de la historieta:
“…en realidad estaba haciendo una historieta para un publico mucho más sofisticado y exigente que el que compra comicbooks en un kiosko”
Influenciado por la obra de Lynd Ward, ilustrador estadounidense que crearía novelas únicamente con imágenes, sin incluir ni una sola palabra, en grabados de madera, Will Eisner se aventuró hacia nuevos territorios en el mundo del cómic. Las tramas estaban enfocadas para un público más adulto, los temas, los personajes, incluso los recursos empleados.
“En retrospectiva, me doy cuenta de que estuve trabajando sólo una idea central: que el medio, la disposición de palabras e imágenes en el arte secuencial, era una forma artística en sí. (…) Claro está que el dibujante tiene a su disposición algo más que superhéroes que se esfuerzan por salvar al mundo de la maldad de los supervillanos”.
Este camino experimental es lo que lo llevaría treinta años después de la primera publicación de The Spirit a crear su opus magnum. El gran hit de Eisner y la biblia para muchos de lo que se empezaría a conocer como novela gráfica: CONTRATO CON DIOS.
Contrato con dios y otras historias
Lo cierto es que, pese a lo que se suele pensar, Contrato con Dios no fue la primera novela gráfica. Sin embargo, sí fue la primera en reconocerse como tal. Tan grande fue su reconocimiento que sería a partir de entonces cuando se popularizaría el término. Así como se abrirían nuevas vedas en la creación dentro del medio.
Empezando por la trama. Contrato con Dios reúne una serie de historias cortas que suceden dentro de una misma una avenida, la famosa avenida Dropsie. Llena de personajes que se mueven por las mismas calles, marginación, inmigración y cotidianidad, pero sin falta de sorpresa. A través de ellos, Eisner se mete en los rincones más escondidos de la gran ciudad. Los pisos que apenas se pueden pagar, los secretos de los edificios, los gestos más tiernos y también los más despreciables. Y lo hace con una intención deliberada de tratar temas personales, basados en la propia experiencia del autor. Intentando reflejar la realidad de cierta parte de América y las condiciones de vida en las que se encontraban.
Eisner consigue captar a la perfección el fluir de la ciudad, se mete en sus entrañas y el lector se adentra con él. La inmersión, gracias a la habilidad narrativa, es completa. Parece que se escucha a través de las imágenes el bullicio de la calle, el llanto de los personajes y esa tormenta que acompaña al estado emocional de algunos protagonistas. Como si la ciudad fuera la auténtica protagonista de todo.
Si con The spirit ya se alejaba de ese tono quizá considerado más juvenil y planteaba tramas más complejas o “adultas”, en Contrato con Dios se separa de todo aspecto naif. Las historias, presentadas con más o menos ligereza, son duras: la muerte de un hijo, suicidios, engaños, abusos… los edificios de la avenida Dropsie están llenos de corazones rotos.
Sin embargo, la historia no era lo único que trataba de una forma diferente. Había algo más que no se había visto antes y de esto sí era muy consciente Eisner: la manera de tratar el texto y el dibujo; el lenguaje en el mundo del cómic empezaba a cambiar.
Palabra e imagen, dos caras de una misma moneda
Lenguaje e imagen se entrelazan de una forma muy particular. Eisner rompe la parrilla cuadriculada de viñetas, la sucesión de imágenes al estilo de la tira cómica desaparece y el texto deja de ser un pegote que en ocasiones parece un añadido lejos de la imagen.
Tanto texto como imagen son una misma cosa. Fluyen de manera paralela. La palabra se integra perfectamente con el dibujo y la emoción, la historia en sí misma, generando aún una mayor inmersión.
Pero no solo juega y experimenta con la integración y complementariedad del texto e imagen, sino que las viñetas pasan a ocupar la página completa, dándole un fluir mucho más orgánico. No hay un orden de lectura en tanto en cuanto a que la viñeta no imita el reglón, sino que todo se dispone en la página, según el propio Eisner, tal y como lo requiere aquello que se está contando. No hay una ruptura de la historia ni de la narrativa. Casi del mismo modo que se disponen los paneles del manhwa coreano actual (en cuanto a la imagen).
“Al contar esas historias, he querido adoptar una regla del realismo que requiere que la caricatura o exageración se ciña a los límites de la realidad. Para lograrlo, tuve que desechar dos constricciones básicas que tan a menudo reprimen este medio: el espacio y el formato. (…) Cada historia desarrolló su propio formato”
Estaba claro que eso supondría un antes y un después en la forma de percibir el cómic. De hecho, que el propio Eisner lo mencionara en el prólogo de la historia. Hace parecer que casi se está justificando o excusando por hacer algo que era del todo inesperado encontrar en una historieta.
El cómic como arte
Aunque ya había habido a algunas incursiones en este enfoque más “serio” que traía Eisner, no fue hasta Contrato con Dios cuando por fin se percibió algo realmente distinto. Y es que no solo usaba otros recursos, sino que contaba algo que también era inesperado para un cómic.
El QUÉ y el CÓMO. Las dos cosas cambian, se diferencian de lo que predominaba. Las dos cosas se complementaban a la perfección para traernos la idea que se tiene en la actualidad de lo que es eso que empezó a llamarse novela gráfica.
“En aquel entonces, sostener que el cómic era una forma artística, o sencillamente tratar de defender su valor, pasaba por ser una presunción disparatada, tachada de ridícula. Ahora bien, con el paso de los años, el reconocimiento y la aceptación dieron su fruto, y el arte secuencial se encuentra a un paso de incorporarse a la cultura del sistema”.
Esto lo escribía Eisner en el 78. Si el cómic sigue luchando o no por hacerse un hueco en la cultura “oficial” queda a criterio de cada uno. Podría decirse que sigue apartado a un lado en algunos ámbitos y, sin embargo, pese a las reticencias que se puedan seguir mostrando, hoy se puede sostener que el comic es una forma artística sin ningún tipo de duda o riesgo de ridículo. Y uno de los puntos de inflexión para esto, fue, de nuevo sin ninguna duda, el Contrato con Dios de Will Eisner.