‘Domicilio conyugal’: El ciclo Doinel de Truffaut (III)
Dos años después del estreno de Besos robados, François Truffaut se encontraba en una vorágine creativa que le costaría la salud física y mental. Entre Besos robados (1968) y Domicilio Conyugal (1970), siguiente filme del ciclo Doinel, el francés rodaría otras dos películas, ambas fechadas en el año 1969, La sirena del Mississippi y El pequeño salvaje.
Cuatro películas en tres años es mucho trabajo, pero sorpresivamente esto no pasó factura (o no la esperada) a las obras terminadas que, además, siguieron cosechando éxito de taquilla y hoy son cintas de culto.
Siguiendo con nuestro análisis sobre el ciclo Antoine Doinel, le toca el turno a la cuarta pieza, Domicilio Conyugal. El presupuesto conseguido para este rodaje fue tan bajo, que tuvieron que situar la mayor parte de la escena en el piso superior de las oficinas de Les Films du Carrose, compañía creada por Truffaut para producirse a sí mismo.
La historia comienza dejando claro que Christine Darbon y Antoine Doinel se han casado y viven como un matrimonio joven y feliz. Ella da clases de violín y él juega a la jardinería, tiñendo flores blancas de colores y tratando de conseguir el rojo absoluto.
Doinel, eterno niño
Antoine, como su creador, es una suerte de enfant terrible, o al menos, enfant éternel. Nunca va a madurar, salga el sol por donde salga. Su infancia, retrotrayéndonos a Los cuatrocientos golpes, fue algo abrupta y cruda, y parece que parte de su mente se ha quedado ahí para siempre. No tiene claro qué quiere hacer con su vida, pero por el momento es feliz viviendo con Christine.
El ambiente generado por el bloque de pisos en el que vive la pareja acompaña a este infantilismo del protagonista. La película se nutre de personajes atípicos y cómicos. Entre estos comiquillos tenemos a un vecino que no va a salir de casa hasta que entierren al mariscal Pétain en otro lugar; una camarera que está, no muy secretamente, enamorada de Antoine y le acosa; un vecino inquietante que no habla y sobre el que surgen todo tipo de rumores o un antiguo amigo de Antoine que cada vez que le ve le pide dinero, y que se convierte en un gag recurrente durante el filme que tiene, además, un cierre redondo.
Así, François viste el drama por el que va a pasar el joven matrimonio de comicidad. Le da una capa de ligereza, presentando la película como puro entretenimiento, a priori.
Desentrañando las relaciones maritales
Casarse es una movida y Truffaut lo sabía. De hecho, no hacía mucho que se había separado de su mujer, con la que tuvo dos hijas, Madeleine Morgenstern. Barnizar la cinta de comedia hace que el gran público se acerque de una manera más orgánica y masiva a ella, pero además, imprime cierto aire inquietante en la trama.
Christine se queda embarazada y nace el pequeño Alphonse. A ella ya no le hace tanta gracia lo despreocupado que es Antoine, ahora tienen un hijo y la cosa se pone seria. Además, Doinel ha obtenido un trabajo en una empresa norteamericana, por pura chiripa, y después de que hiciera casi explotar las flores tratando de conseguir el rojo absoluto.
Es en este nuevo empleo donde el francés conoce a una japonesa, Kyoko, que le deja obnubilado con su aire oriental y sus rasgos perfectos. Con una maestría de genio cinematográfico, Truffaut nos cuenta la atracción que Kyoko genera sobre Antoine, pero también lo incómodo de la situación en ocasiones (estar con Kyoko no es como estar con Christine). Esta última, acaba enterándose de la aventura de su marido y aquí merece la pena hacer un alto en el camino.
Kyoko le regala a Antoine unas flores que, por error y casualidad, acaban en la casa de este. Christine las pone en el salón. Sin embargo, con el paso de los días, los pétalos de estas flores se abren y desvelan mensajes de amor que la japonesa había dejado ahí para Antoine. Cuando este llega a casa, después de estar con Kyoko, se encuentra con lo siguiente:
En un alarde de originalidad total, Truffaut eleva al personaje de Claude Jade y deja como un pusilánime al de Jean-Pierre Léaud.
Al igual que no sabe mantener un trabajo, Doinel tampoco sabe mantener una relación de pareja a largo plazo. En un momento dado, cuando han dejado su matrimonio, Christine, dentro de un taxi, le pide a Antoine que la bese. Él lo hace y le dice:
– Eres mi hermana, mi hija, mi madre.
– Hubiera querido ser también tu esposa. – le responde Christine.
Vuelve a brillar aquí la confusión de Antoine, el no saber lo que realmente quiere y le hace feliz y el arrastrar con él a Christine, hacia ese agujero negro lleno de dudas. Refulge también la maestría de Truffaut en el diálogo y en este broche final a una escena que transmite ternura, confusión, amor y desamor a partes iguales. Básicamente, sintetiza de este modo lo complejo de las relaciones personales entre adultos.
Domicilio conyugal imprime una visión realista sobre las parejas, alejándose de romanticismos absurdos y centrándose en lo que les pasa a todas tarde o temprano: que su amor muta, se transforma, dando paso a otro tipo de uniones y lazos, o acabando para siempre con lo poco que quedaba.