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Françoise Sagan: un tórrido verano en la Costa Azul en ‘Buenos días, tristeza’

El sol calienta la terraza en la que Cécile se broncea despreocupadamente. La joven de 17 años va y viene de la casa al mar en un verano que se presenta lleno de aventuras hasta la madrugada y mañanas resacosas, pero apacibles. Todo va como debe ir. El mejor compañero de batallas de Cécile es su padre, Raymond. Son cómplices en todo lo que hacen y ninguna de las amantes de él interfiere realmente en nada de lo que sucede alrededor del padre y la hija. El verano en la Costa Azul es todo el porvenir que la peculiar familia se plantea. Más allá del calor de agosto no existe nada.

Françoise Sagan (1935 – 2004) escribió Bonjour Tristesse (Buenos días, tristeza) cuando tan solo tenía 18 años. La obra se publicó en 1954. Rápidamente se convirtió en uno de los libros más leídos, elevando a su jovencísima autora al podio de personas influyentes y reconocidas en Francia.

La historia de Cécile y Raymond caló tan hondo en esa época que, solo cuatro años después, en 1958, Otto Preminger adaptó el relato al cine, con una película homónima protagonizada por Deborah Kerr, David Niven y Jean Seberg. Aunque el filme se aleja un poco de la idea original de la escritora, le valió una nominación a los premios Bafta a mejor guion.

Deborah Kerr en Buenos días, tristeza, de Otto Preminger. Françoise Sagan
Deborah Kerr en Buenos días, tristeza, de Otto Preminger.

El París de Françoise Sagan era una fiesta

Cécile lleva dos años fuera del colegio de monjas en el que estaba interna. Su madre murió hace años y la adolescente vive una existencia despreocupada junto con su padre, Raymond. Ambos salen de fiesta, a quemar la noche parisina, como dos camaradas que se ayudan mutuamente.

Raymond, seductor y superficial, pero afectuoso, cambia de novia como de chaqueta. A Cécile le parece bien que su padre se divierta y no se comprometa más que con ella. Así es como la extraña pareja encara el verano, alquilando una casa en la Costa Azul para unas semanas, y haciéndose acompañar por la alocada y descerebrada Elsa, la nueva amiga temporal de Raymond.

La fiesta se traslada de la gran urbe a la orilla del mar. Los tres pasan días espléndidos llenos de sol (tanto que Elsa acaba pelándose por las quemaduras); de una vida basada en superficialidades y una apacible ligereza.

Todo se da la vuelta, no obstante, cuando Anne aparece en escena. Ella era amiga íntima de la madre de Cécile, e incluso instruyó a la adolescente durante unos meses cuando esta salió del internado. Anne es todo lo contrario a Raymond y Cécile. Lleva una vida cerebral, equilibrada, pausada y alejada de las chanzas y obscenidades que hacen y dicen el padre y la hija.

Françoise Sagan. Buenos días, tristeza.
La escritora Françoise Sagan.

La dualidad de Cécile

Anne viene a poner patas arriba la vida de Cécile y Raymond. Tiene unos cuarenta años, igual que el padre, y es elegante y educada. Quizá demasiado seria para Cécile, pues empieza a imponerle a la niña un estilo de vida más acorde a su edad, en el que debe estudiar para recuperar sus exámenes y no repetir curso.

Cécile ve tambalearse sus privilegios de niña mimada y los de su padre. Él también está cambiando debido a Anne, se va alejando de Cécile y de las fechorías que ambos hacían juntos. La joven empieza a descubrir dualidades de sí misma.

Por un lado, no le gusta nada Anne y lo que intenta imponer en su casa, pero por el otro la admira y adora, le gustaría ser como ella cuando sea mayor. Le parece bien que su padre y la mujer acerquen posturas, pero ve peligrar al mismo tiempo su estabilidad inestable con Raymond. Aprecia a Anne porque es una antigua amiga de la familia, aunque también quiere alejarla. Devolverla a la posición en la que estaba en un principio.

Sin embargo, lo que más turba a Cécile de Anne es que la hace mirarse a sí misma y verse tal y como es. Una joven descerebrada, que admite no pensar en nada (aunque esto sea mentira), preocupada solo por las cosas superficiales y que no da importancia al porvenir. Para Cécile el futuro no existe, vive y habita el presente en una posición hedonista, cogiendo absolutamente todo lo que la vida tiene que ofrecerle.

Es en este punto cuando la adolescente se descubre a sí misma. Conoce su parte más maquiavélica y manipuladora, pero también conoce un sentimiento que hasta entonces no la había tocado verdaderamente de cerca, la tristeza.

Françoise Sagan. Buenos días, tristeza.
Françoise Sagan.

Buenos días, tristeza

Anne llega a imponer orden y cordura a esa relación algo incestuosa, como la propia Cécile la define, entre padre e hija. A la joven le inquietan su mera presencia, sus gestos, casi no la ve como a una persona, al tiempo que ejerce una atracción sobre ella, si bien en la novela no se deja muy claro de qué tipo.

En un punto ya avanzado de la trama, Cécile explica: “Cuando hablaba con Anne, su presencia me absorbía por completo, dejaba de sentirme existir, y eso que ella era la única persona que me ponía en entredicho y me obligaba a juzgarme a mí misma. Me hacía vivir momentos intensos y difíciles”.

Cécile se rebela contra eso, contra lo que Anne ha venido a traerle, que no solo es orden y cordura, sino también un espejo. El reflejo que ve Cécile de sí misma no le gusta, pero no quiere renunciar a él en esa muestra de dualidad y contradicción característica del personaje y de su edad.

Françoise Sagan. Buenos días, tristeza.
Françoise Sagan.

Bajo el efecto del Sol

El calor juega un importante papel, especialmente para Cécile y Raymond. Les vuelve más volátiles e inflamables de lo que ya son cuando están en el invierno de París y es una pieza clave en los amoríos del padre y de la hija.

La historia que relata Françoise Sagan es la de un descubrimiento. Más bien la de una joven que comienza a descubrirse, que quizá decide conscientemente llevar esa vida ligera en la que su padre la ha introducido para alejarse de sentimientos tan potentes como la tristeza, que la abruman.

Pero cuando acaba ese verano en la Costa Azul, Cécile ya no puede volver a ser la misma, aunque lo intentará y creerá haberlo conseguido en multitud de ocasiones. La tristeza, a pesar de ello, la tocará de vez en cuando para recordarle esas semanas de calor en la playa junto a Anne, lo que pudo haber sido y lo que finalmente terminó de forma abrupta y malograda.

Buenos días, tristeza.
Françoise Sagan.

Françoise Sagan: la adolescente prodigio

La obra de Sagan no llega a las 200 páginas. Definitivamente es una lectura de verano. Es un libro a partes iguales ligero e intenso. El estilo es bastante directo y está narrado en primera persona por su protagonista, Cécile.

Cuesta pensar de dónde sacó una Françoise Sagan de 18 años la osadía de escribir un libro con ideas, sentimientos y planteamientos tan complejos, y hacerlo francamente bien. Es posible que, sobre todo para los más sibaritas, esta no sea una obra maestra de la literatura, pero merece la pena asomarse a sus páginas y dejarse envolver por el mar y el calor.

Meterse en la cabeza de Cécile resulta intrigante y estimulante. Es casi un juego psicológico tratar de desgranar la mente de la joven. La diferencia entre lo que dice, o se dice a sí misma, y lo que al final hace confunde al lector y está perfectamente tramada por su autora, de modo que es difícil despegar los ojos de lo que se va sucediendo en el relato.

Adaptación de Buenos días, tristeza en novela gráfica por Frédéric Rébéna.
Adaptación de Buenos días, tristeza en novela gráfica por Frédéric Rébéna.

También se puede ver, si uno hila algo más fino, cierta falta de profundidad en algunos aspectos, probablemente fruto de la tempranísima edad de Sagan. Por el contrario, esto no desmerece la hazaña de la joven francesa y anima a cuestionar esa autoridad de que suele dotar la edad.

Déjense llevar por el movimiento leve de las olas de la Costa Azul, que el sol tueste sus pieles y les haga caer en tórridos amores de verano. Denle la mano a Cécile y Raymond, no está mal, de tanto en tanto, abrazar la ligereza si uno sabe calibrar sus consecuencias.