‘La naranja mecánica’: ¿Qué esconde el capítulo 21?

La naranja mecánica es principalmente conocida por la adaptación que hizo Kubrick en el 71 y toda la polémica que se generó. Recordemos que ponía en pantalla una violencia totalmente explícita, desmesurada y cruel. Esto sería en realidad lo que acabó haciendo reconocida la historia. De hecho lo que sigue permaneciendo en el imaginario cultural es precisamente la tan nombrada ultraviolencia que encarnaban los protagonistas, en concreto Alex El Grande.

Pero, retrocediendo a la película, la historia que publicó Antony Burgess en el 62 ya también traía cola antes de la hiperconocida adaptación. Sin embargo, tal vez por el bombo y platillo que se le dio a todo lo generado con Kubrick, la novela quedó en un segundo plano, completamente opacada y olvidada.

La naranja mecánica, editado por Booket.
La naranja mecánica, editado por Booket.

De Anthony Burgess…

Las adaptaciones siempre son complicadas, principalmente porque muchos lectores esperan ver en pantalla la historia que ellos se han imaginado al leer. Es recurrente la queja de que muchas adaptaciones puede que sean demasiado libres. Sin embargo no podemos olvidar que son dos obras completamente diferentes pero, viendo lo que pasó con La naranja mecánica es comprensible que a Burgess no le convenciera del todo.

Partamos de que en la historia de Burgess lo complicado venía precisamente de que todo partía de una experiencia personal del autor. Él y su mujer fueron agredidos por una banda callejera en Londres y ella, que estaba embarazada, acabó teniendo un aborto. De esta situación se sirvió para crear a la banda de drugos -como se refieren a los amigos en el idioma inventado por Burgess para la novela, el NADSAT-, los cuatro amigos que ejercen la violencia a diestro y siniestro, en una sociedad distópica donde todo esto no parece tan raro. Una realidad agresiva, con un consumo de drogas excesivo y violencias y abusos como entretenimiento juvenil.

Anthony Burgess, autor de La naranja mecánica.
Anthony Burgess, autor de La naranja mecánica.

A partir de ahí se complica la cosa. Alex acaba recluido en un centro penitenciario y es sometido a un proceso de condicionamiento conocido como la técnica Ludovico. Técnica que le arrancará de cuajo sus deseos de realizar actos violentos y sexuales, pero a la vez también le quitará la posibilidad de disfrutar de sus grandes pasiones: la música de Beethoveen. Con cada indicio de violencia o, en concreto, de la novena de Beethoven aparece un incontrolable malestar que lo acaba poniendo en situaciones cuanto menos complicadas y de riesgo vital.

… a Stanley Kubrick

Esto es a grandes rasgos lo que plantea la historia. Ahora bien, pese a lo escandalosa que pudiera parecer la película de Kubrick, en ciertos puntos se queda lejos de lo que planteó la novela. Ya sea por algo tan sencillo pero significativo como la edad de los protagonistas -las mismas situaciones en adolescentes de quince años acaban siendo mucho más impactantes- o incluso por la violencia o crueldad de los hechos que van más lejos de lo que llegó a escenificar Kubrick.

Pero más allá de todo esto, Burgess tampoco estuvo contento con la adaptación que se hizo de su historia y así lo dejó saber en ediciones posteriores del libro en las que añadía un prólogo señalando aquello que con lo que no estaba de acuerdo y qué se había hecho mal en la película.

Los "drugos" en la versión de Kubrick.
Los “drugos” en la versión de Kubrick.

No solo por las diferencias ya señaladas, que no dejan de ser elementos puntuales, sino por el famosos y esquivo, por lo visto, capítulo 21. Pero ¿de qué va el asunto en el famoso capítulo 21?

Pues básicamente lo que nos encontramos es la redención de Alex el Grande tras todos sus actos vandálicos y es la diferencia fundamental de las dos versiones.

La naranja mecánica: Capítulo 21

La verdad es que la novela acaba siendo moralizante, con un final feliz en el que Álex por fin entiende de qué va la vida y que tiene que dejar la violencia a un lado. Casi como si la violencia representase esos años de rebeldía adolescente en los que uno todavía no ha aceptado el funcionamiento de la realidad. Pero una vez que se pasa el umbral de madurez parece que todos cambiamos y asumimos que nos comportamos mal, que no merecía la pena montar tanto jaleo por tan poca cosa. ¿Verdad?

Cierto es que arrebatar el capítulo 21 arranca por completo la posibilidad de cambio. Subraya que uno es como es y que no hay evolución alguna. Sin embargo, visto desde otra perspectiva, dejarlo también puede entenderse justamente como ceder a la imposición, a que no existe el cambio real sino que uno se va amoldando a lo que la sociedad exige.

El final de Burgess ponía el foco sobre esto: se puede cambiar. Una reinserción real, el desarrollo y cambio humano más allá de la técnica Ludovico que se presenta como algo diabólico.

Malcom McDowell es Alex el Grande en La naranja mecánica.
Malcom McDowell es Alex el Grande en La naranja mecánica.

A fin de cuentas lo que se consigue con la técnica Ludovico es despojar al individuo de toda su humanidad, arranca lo malo pero también aquello que de alguna forma lo hace humano a través del condicionamiento.

Así, Alex el Grande conseguía en el capítulo 21 el equilibrio perfecto, o el aparente equilibrio perfecto, pudiendo entrar en sociedad, perdiendo aquello que lo convertía en un paria y un peligro para el grupo y, aun así, disfrutando de Beethoven. Es decir, el cambio se producía de verdad, el individuo no moría para salvaguardar al grupo.

La redención, el cambio, la evolución social. El entender lo que se ha hecho mal y avanzar. Esta era la propuesta de Burgess.

Propuesta que guillotinó la edición americana y como consecuencia la película.

Adiós al capítulo 21

¿Qué suponía la eliminación del final? Pues básicamente acabar con un Alex liberado de la técnica Ludovico y que remataba la escena final con esa sentencia de “amiguitos, he vuelto”. Pues sí. Había vuelto. Había vuelto a la violencia y a disfrutar de la Novena después de los hechos traumáticos que lo liberaron. Pero más allá de este final, puede que la película, quizá también por plantear una versión un poco más irónica y no tan pesada, pusiera más el foco en la idea de la libertad como tal.

Es decir, Alex al reinsertarse en la sociedad gracias a la técnica Ludovico, cedía su vida. El individuo desaparecía. Y precisamente con ese final se remarcaba que había recuperado el control y que reaparecía.

Alex el Grande sufriendo la técnica Ludovico.
Alex el Grande sufriendo la técnica Ludovico.

No lo sé, pero tal vez, solo tal vez, la ausencia del capítulo 21 permita que se vea más al individuo. Permita lo diferente de manera más visible. El problema viene del elemento elegido como símbolo casi de libertad: la violencia extrema. Ser libre, antes del capítulo 21, significa estar en el camino de la ultraviolencia. La anulación de la ultraviolencia eliminaba también la libertad.

La diferencia más evidente al final viene a ser que en la novela Alex acaba integrado en sociedad, “estoy creciendo” diría para finalizar. Lo que parece que se opone casi a lo que dice en el final de la película: “he vuelto”. La dirección en la que van ambos Alex se presenta como algo diametralmente opuesto. Para Kubrick no existe la integración en la sociedad, pero sí la supervivencia de esa identidad primera, que quiere salvar frente a una realidad que le dice que está mal.

La naranja mecánica.
La naranja mecánica.