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‘La señora Dalloway’: Virginia Woolf y las horas de Clarissa Dalloway

“La señora Dalloway dijo que ella compraría las flores”. Virginia Woolf inaugura así una de sus novelas más queridas, La señora Dalloway, una historia como no hay otra sobre la madurez, el peso del pasado y la intensidad, mezclada no en vano con la ligereza, de la vida humana.

La señora Dalloway, de Virginia Woolf
La señora Dalloway, de Virginia Woolf.

Publicada en 1925, La señora Dalloway recorre la vida burguesa londinense de la época. Se enmarca dentro del período de entre guerras, en un momento en el que todo eran preguntas sin respuesta para los habitantes de un mundo convulso.

Clarissa Dalloway da una fiesta y en el trascurso de un único día de junio, el lector le da la mano para observar, como por una mirilla, el flujo incansable de vida que chorrea de esa ciudad que, por momentos, puede ser un sumidero que se lo traga todo, dejando leves rastros que acaban siendo borrados en el devenir incansable del tiempo.

La novela de Woolf caló tanto en el imaginario del escritor Michael Cunningham que no pudo evitar calcar las partes más brillantes y trasladarlas a su libro Las horas (1998). Este hito hizo que su autor se alzara con el premio Pulitzer de novela en 1999 y que, unos años más tarde, en 2002, la historia fuera llevada a la pantalla por Stephen Daldry, contando en el reparto con Nicole Kidman (oscarizada por su interpretación de Virginia Woolf), Julianne Moore y la siempre eterna Meryl Streep.

Las Horas, de Stephen Daldry.
Las Horas, de Stephen Daldry.

La señora Dalloway: el delicado equilibrio de Clarissa Dalloway

Entendidos en la materia recomiendan empezar a leer a Virginia Woolf con La señora Dalloway. Ahora comprendo por qué. El flechazo con ese discurrir de hilos de pensamiento, como telas de araña que se entretejen y que la autora presenta en este libro, ha sido total.

La obra no tiene capítulos y, a pesar de que Clarissa es la indiscutible protagonista, está ausente durante un gran número de páginas. Esta señora acomodada, ya en la cincuentena, es el transporte elegido por la autora para mostrar cómo era la vida en el Londres de esa época.

A pesar de parecer frívola y solo preocupada por cosas mundanas, Clarissa Dalloway no es simple y encuentra un placer intenso (el de celebrar la vida) en dar una fiesta, hace lo que la sociedad espera de ella: ser una señora de su casa. Muchas veces está presente sin estarlo, lo impregna todo como un ente, como un ectoplasma.

En este día de junio, el día de su fiesta, Clarissa está algo abstraída y la visita inesperada de su antiguo amor, Peter Walsh (al que ella rechazó y que ha llevado la vida de lo que se podría llamar crápula) le revuelve todo. La mujer no sabe si quiere desandar lo andado para reencontrarse con su yo de veinte años.

Paralelamente a esto, se nos narra la historia de Septimus, que ha vuelto de la Primera Guerra Mundial, de combatir en Italia. Está deprimido, es un poeta ahogado al que los médicos no sirven. Unos le mandan reposo y tranquilidad en casa, otros quieren internarlo en un sanatorio.

Estas dos historias van a unirse en una escena que es la que justifica la novela. Al leerla uno sabe que Woolf ha levantado todo el andamiaje del relato única y exclusivamente para llegar a ese punto, para que Clarissa pudiera hacer la reflexión que hace. Y es que alguien tiene que morir para que los demás puedan apreciar la vida.

La señora Dalloway está hecho de hilos finos y endebles, terriblemente frágiles, que conectan a sus personajes, que se rompen en cualquier momento o se estiran durante décadas o se reconstruyen. Un hilo que los une a todos, el del tiempo, el devenir de las horas de ese día de junio. El tiempo es el hilo conductor que lleva al lector de un personaje a otro, de un flujo de pensamiento a otro, amarrando a los diferentes personajes y haciéndose una idea sobre la complejidad de sus mentes.

Virginia Woolf.
Virginia Woolf.

Las horas: el hito de Cunningham

Quede a nosotros

turbio vivir, terror nocturno,

angustia de las horas.

Dámaso Alonso.

Estos versos de Dámaso Alonso parecen dar en el clavo en cuanto a la historia que Michael Cunningham presenta en Las horas. La novela tiene tres líneas temporales. En una es 1923 y Virginia Woolf escribe La señora Dalloway mientras lidia con sus problemas de salud mental. En otra son los años 50 en Los Ángeles y Laura Brown lee La señora Dalloway mientras va repudiando a cada rato más su vida de ama de casa y madre simplona que la aburre tremendamente.

La tercera se sitúa a finales de los años noventa, en el momento actual, cuando está escrita la novela. Una mujer de unos cincuenta años, llamada Clarissa, da una fiesta para un amigo que ha ganado un premio de poesía. Este amigo llama a Clarissa, por motivos casi obvios, señora Dalloway.

La historia de Cunningham también sucede en un único día. No hace falta más para condensar, la vida, concentrarla y que su sabor sea mucho más intenso. Vuelve a haber aquí una suerte de telaraña que lo conecta todo a través del tiempo. El autor reinterpreta la obra de Virginia Woolf, copiando diálogos, escenas enteras, haciendo un trabajo impecable y tremendamente atrayente.

No tiene mucho sentido leer Las horas si no se ha pasado antes por La señora Dalloway. El escritor estadounidense, coge a los personajes de Virginia Woolf, les cambia los papeles y los trae al presente, imaginando cómo serían, cómo se comportarían y las nuevas relaciones que surgirían entre ellos.

Las horas es un complemento perfecto a La señora Dalloway, una historia tierna, profunda, de mujeres atrapadas, cada una en un ámbito distinto. La vida son las horas que la llenan y, aunque es posible que la novela de Cunningham sea algo más oscura (si es que se puede hablar en esos términos de ella), por su parte, la de Woolf resulta esperanzadora y en un canto a la vida, a lo maravillosa que es pese a que la muerte ande traficando por las calles. A cómo nos agarramos a ella con los dientes pese a esa angustia de las horas.  

Las horas, de  Michael Cunningham.
Las horas, de Michael Cunningham.

La señora Dalloway: siempre las horas

El tremendo éxito de la novela de Michel Cunningham hizo que la industria cinematográfica no quisiera perder el salto de crear un producto manufacturado para intentar replicar ese éxito en la pantalla. David Hare se encargó del guion y Stephen Daldry de la dirección.

Podría haber salido muy mal, pero lo cierto es que la historia de Cunningham ya estaba casi hecha para la pantalla. Es un relato muy visual, que permite crear imágenes muy inspiradoras y potentes, que no puede ser aburrido, además, gracias a los saltos temporales.

Esta mezcla en la dirección y escritura del filme se combinó con un reparto espectacular. Nicole Kidman encarnando a la atormentada Woolf, Julianne Moore en el papel de Laura Brown y Meryl Streep como Clarissa Vaughan / Dalloway. A ellas se unen como secundarios un maravilloso Ed Harris, John C. Rilley y Jeff Daniels.

El resultado es una pieza de una belleza enternecedora. Los temas que trata son, por supuesto, los mismos que Cunnigham en el libro y algunos de los de Virginia Woolf en La señora Dalloway: la bisexualidad, el feminismo, el proceso creativo, las enfermedades mentales y, en definitiva, el complejo enredo de cables de colores que los humanos solemos llevar por corona.

Lo que enamoró a Stephen Daldry de esta historia fue que no se parecía a nada que hubiera leído. Su gran ojo para la dirección (ya había sido bastante laureado por su trabajo en Billy Elliot) hizo que la adaptación cinematográfica de Las horas fuera, como el libro, todo un éxito.

Y es que las horas del pasado, las del futuro, son inciertas. Solo tenemos estas de ahora, este puñado de horas para, como la señora Dalloway, festejar que estamos vivos.

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