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Anne Sexton, con abejas en la boca (Perfiles Poéticos I)

Anne Sexton se engarza el pelo con versos de Neruda antes de emprender la huida sobre el asno de Rimbaud. Bruja y Señora Perro, deja tras de sí un rastro sanguinolento en su horrible remar hacia Dios.

Corre el año 1957. Los inviernos en Boston son especialmente duros. El frío muerde bajo un cielo de uralita y el viento levanta espíritus de polvo blanco sobre las aceras. La calle Arlington se extiende desde el Public Garden hasta el cruce con Tremont. La iglesia de Arligton y el Castillo de Park Plaza le dan al entorno una cierta solemnidad.

A poca distancia del viejo castillo se alza un modesto edificio de ladrillo visto. Se trata del Boston Center for Adult Education, fundado hace casi veinticinco años. En su interior, el aire huele a una mezcla de tiza y chanclos húmedos. El taller de poesía está conducido, pipa en boca, por el poeta y crítico literario John Holmes.

Una de sus alumnas es Anne Sexton, una mujer que ronda la treintena, alta, delgada, y provista de unos brillantes ojos azules. Podría pasar por una modelo. No en vano, había ejercido como tal para la Hart Agency durante un breve lapso de tiempo.

Anne Sexton
Anne Sexton.

Pese a carecer de una extensa formación académica, Anne destaca por su vocación y talento. También por su inclinación a tratar temas tabúes. Sus versos son como hachas que rompen el alma helada. Holmes alaba sus capacidades, pero recela de su flagrante exhibicionismo. Ella, sin embargo, no puede (ni debe) evitarlo.

Como ya hiciera Miguel Hernández, Anne Sexton sostiene entre sus manos un carnívoro cuchillo.

Anne Sexton zurce palabras tan solo para los dolientes.

Anne Sexton tiene abejas en la boca.

© Sergio Glegg
© Sergio Márquez Glegg

Las mismas caras naranjas y rosas

Sus padres, de eso estaba convencida, no habían deseado que ella naciera. Sus hermanas, afirmaba, competían con ella y le ganaban. También sus maestros, incapaces de despertar la inteligencia dormida de su lugar escondido, la trataban con impaciencia y enojo. […]. Así, la niña temerosa se volvió una mujer extravagante y provocativa.

Maxine Kumin

La poeta que nos ocupa nació como Anne Gray Harvey el 9 de noviembre de 1928. Cursó la educación básica en Wellesley, en el condado de Norfolk, Massachusetts, seguida de dos años en una escuela preparatoria de Lowell, su pueblo natal. Después estudió un año en la Garland Junior College, ya en Boston.

Su familia tenía una holgada posición económica derivada del éxito de su padre en la fabricación de lanas. Anne era la menor de tres hermanas, con las que mantenía una relación enconada. El trato con sus padres tampoco fue bueno, oscilando entre una necesidad continua de aprobación y la certeza de no sentirse deseada. El pariente al que se sentía más próxima era una tía abuela soltera, Anna Ladd Dingley.

Anne Sexton no fue feliz, tampoco, en el mundo académico. Debido a sus problemas para concentrarse en las lecciones era reñida a menudo por sus profesores, que la consideraban algo así como una bala perdida.

Anne Sexton.

En su obra escrita habló a menudo de sus progenitores. A su madre le profesaba sentimientos contradictorios, a menudo de reproche. Ejemplo de ello es Soñando pechos, un poema registrado en El libro de la locura, publicado en 1972.

Por otro lado, la figura de su padre cobró una importancia central en su poesía, casi mítica, extrapolándose, incluso, a su idea de Dios (de la que también hablaremos en este artículo). En el poema que da nombre a su segundo libro, Todos mis seres queridos, Sexton interpela directamente a un Ralph Harvey ya muerto acerca del álbum fotográfico que este le lega (en metáfora).

A estas viejas fotos se refiere, también, en Calle de la Misericordia 45, publicado de forma póstuma en 1976. Ahí, Sexton vuelve una mirada triste hacia el pasado, ofreciéndonos, de paso, un vistazo a su hogar familiar como a través del ojo de la cerradura de una puerta. También deja lugar para la ternura al referirse a “Nana”, su siempre añorada tía abuela.

La médula de su hueso intacto

[…] primero el psiquiatra y después el sacerdote pusieron en escena un imprimatur en poesía como salvación, como una digna meta en sí misma. Estoy convencida de que la poesía mantuvo a Anne viva durante los dieciocho años de su empeño creativo.

Maxine Kumin

Tan disconforme estaba Sexton con la educación seglar, que la abandonó en cuanto le fue posible. A los diecinueve años se fugó de casa con Alfred Muller Sexton (“Kayo”, para los amigos), comerciante textil con el que se casó en 1948.

El matrimonio vivió en Baltimore, San Francisco, y de nuevo en Massachusetts. Su relación estuvo marcada por las múltiples crisis de ella, aquejada de lo que hoy conocemos como trastorno bipolar. Su primer ingreso en Westwood Lodge, un hospital psiquiátrico, se produjo en 1954, el mismo año en que falleció su tía abuela.

El día de su 28 cumpleaños se produjo su primer intento de suicidio documentado, seguido de otros tantos, casi siempre alrededor de la misma fecha. A causa de estos episodios conoció al Dr. Martin Orne, graduado cum laude en Psiquiatría y Psicología por la Universidad de Pensilvania. Fue este quien, asombrado por su agudo intelecto, animó a Sexton a escribir poesía.

De modo que con este propósito se matriculó ella en el taller de poesía de John Holmes. Ahí depuró su técnica y conoció, también, a Maxime Kumin, otra escritora, con la que entablaría una larga y prolífica amistad. En la poesía, Sexton encontró un alivio, cuando no un remedio, a sus males.

Entre tanto, tuvo tiempo de dar a luz a dos hijas, Linda y Joyce (en 1953 y 1955, respectivamente). Como inconformista que era, Sexton se mostró reticente a la maternidad en un principio, algo de lo más atípico en su época y contexto social. Años después, sin embargo, les dedicó a sus hijas muchas palabras de afecto, sobre todo a la mayor. Pese a que esto sea cierto, su relación con ellas está marcada por la polémica, como recoge la propia Linda en su libro Buscando Mercy Street, publicado en castellano por la editorial NAVONA.

Anne Sexton
Anne Sexton.

El dulce peso

Ella se esforzaba en usar la rima inesperada pero siempre acertadamente. Incluso la rima menos usada, creía, nunca debe obstruir el sentido del verso, ni tiene que romper el orden normal de las palabras, el fácil tono de la lengua vernácula sólo para salvar una rima.

Maxine Kumin

A la vida matrimonial le dedicó muchos versos. En su libro Vive o muere (por el que ganó un premio Pulitzer) encontramos Marido y mujer, por ejemplo, y también La noche de bodas. En estos, Sexton expresa su desencanto matrimonial abiertamente, sin paños calientes. Al parecer, el fugarse con Kayo fue más un medio para escapar de su familia que otra cosa.

Su obra no está desprovista de poemas amorosos, sin embargo. Sexton habla sobre amor y sexo con pasión y desgarro, y no sin falta de belleza. Ejemplo de ello son Ahora y Nosotros, incluidos ambos en su cuarto poemario, titulado, apropiadamente, Poemas de amor.

La salud mental es otro de los temas principales de su obra. Al doctor que la animó a escribir se refirió a menudo. En su primer libro, publicado en 1960, figura Usted, Doctor Martin, en el cual llega a darle las gracias (a su forma).

A la locura en sí misma le dedicó un poemario entero, el sexto. En este, se refiere a su condición como a un Maleficio de cuento que le echó su tía abuela. Posteriormente, parece trasladar esa culpa a su madre, como se infiere en Los zapatos rojos. Esta noción de la locura como herencia se repite a menudo en toda su obra poética.

Otra constante es su búsqueda de una figura masculina positiva (tanto humana como divina). Para John, que me ruega que no siga preguntando está dedicado a Holmes en Al manicomio y casi de vuelta. En dicho poema, le agradece a su maestro el abrirle una puerta a un lugar que define como bello y ordenado: el de la escritura.

Y es que Sexton sentía una reverencia casi mística por el ejercicio de escribir. A este aludió a menudo en poemas tales como El arte negro, en Todos mis seres queridos.

En cuanto a su rechazo instintivo a ser madre, encontramos el que quizá sea mi poema favorito de Anne Sexton en su segundo libro. La noche estrellada remite al cuadro homónimo de Van Gogh, y nos habla acerca del deseo de su autora a morir “sin bandera, ni grito, ni vientre”, aludiendo inequívocamente al parto.

No fue hasta mucho después de haber dado a luz, de hecho, que comenzó a desarrollar afecto por sus hijas. Muestra de dicho sentimiento (real, aunque algo desnortado) es Muchachita, mi larguirucha, mi encantadora mujer, recogido en Vive o muere. También Madre e hija, de El libro de la locura.

Ríos de sangre

Su atención se concentra en un elenco de mujeres en una variedad de papeles ficticios: la hija princesa diligente, la malvada bruja, la madrastra.

Maxine Kumin

Si tuviésemos que definir la poesía de Sexton con un solo adjetivo, este sería, sin duda, “femenina”.

Incluida dentro del género de la poesía confesional, se caracterizó por una marcada ausencia de pudor y una clara tendencia exhibicionista. Siendo ella mujer, su poesía está llena de reflexiones acerca de su condición como tal, tanto física como espiritualmente. Del mismo modo, y siguiendo la corriente del movimiento feminista de los años 60 en Estados Unidos, Sexton se rebeló contra el papel que la sociedad de su momento le reservaba.

Claras muestras de todo esto es De esa calaña, poema de su primer libro en el que habla del tipo de mujer con el que se identifica.

Anne Sexton se prodigaba en temas como la masturbación y el orgasmo femeninos, la menstruación, e, incluso, el aborto. Y lo hacía de forma tan locuaz que los tornaba universales, al alcance de la comprensión, empatía, y emoción de cualquiera, independientemente de su género.

© Sergio Márquez Glegg.

En Todos mis seres queridos destaca la poesía titulada (sin rodeos) El aborto. Uno de los poemas más conocidos de Vive o muere, por su parte, es Menstruación a los 40. La balada de la masturbadora solitaria aparece en la segunda mitad de Poemas de amor. Y Cuando un hombre entra en una mujer está incluido en su octavo libro, El horrible remar hacia Dios. Todas ellas destacan por su fuerza y visceralidad, que no deja indiferente a nadie.

Tan cercano como el techo

En el poemario que siguió a Transformaciones, El libro de la locura, las imágenes de Dios proliferan cruzando todos los límites entre hombre y mujer, humano y animal, entre historias íntimas y extrañas de comportamiento.

Maxine Kumin

En su retrato de la mujer, Sexton bebe mucho de los cuentos y leyendas populares. Las historias recogidas por los hermanos Grimm, en particular, tuvieron un profundo efecto en ella. Su Nana se las leía, por lo visto, y a través de ellas le transfirió muchos de los temas esenciales de su obra adulta (y quizá una semilla de locura, se deduce).

La narrativa infantil tuvo para Sexton el mismo influjo que los mitos griegos para otros autores, o los relatos de la Biblia. Su quinto libro, Transformaciones, es una colección de episodios de cuentos clásicos vistos a través de su mirada crítica e incisiva, y repletos de anacronismos.

Dedicado a Linda, su hija mayor, se sirve de una imaginaría fantástica (y de marcada tendencia surrealista) para tratar sus controvertidos asuntos de costumbre. Sirva como muestra El pequeño campesino, en el que Sexton se explaya acerca del adulterio, o El príncipe rana, en el que hace lo propio con el complejo de Edipo.

Estas pequeñas narraciones con moraleja no son sino peldaños ascendentes hacia una figura mítica todavía más grande: la de Dios.

La familia de Anne Sexton era de religión protestante, y aunque ella misma se definió como atea o agnóstica en ciertas ocasiones, lo cierto es que nunca cejó en su particular exploración espiritual, llegando a interesarse por el catolicismo. En su segundo libro encontramos el poema Para Eleanor Boylan que habla con Dios, en el que nos expresa su desencanto con la fe que le inculcaron de pequeña.

En Vive o muere, asimismo, Sexton incluyó Pascua protestante, en la que se desvincula definitivamente de la religión de sus padres. La ausencia de una figura divina, benevolente aun severa, continuó perturbando a la poetisa. Muestra de ello es Fausto y yo, que puede leerse en Los cuadernos de la muerte, el primero de dos libros dedicados casi enteramente a asuntos teológicos.

El segundo fue el ya mencionado El horrible remar hacia Dios, en el que Sexton continúa aireando sus inquietudes del espíritu en composiciones tales como ¿Es verdad?. En esta, la escritora se llama a sí misma Mrs. Dog (“God”, al revés).

El rígido desfile a la tumba

Sexton siempre exploraba incesantemente los temas eternos que la obsesionaban: amor, pérdida, locura, la naturaleza del conjunto padre-hija, y la Muerte, la Muerte niña que viene con nosotros desde el momento del nacimiento.

Maxine Kumin

Pero ni el recuerdo de sus seres queridos, el amor, el sexo, o la exploración personal fueron capaces de levantar la sombra negra que se extendía sobre Sexton desde la juventud.

El suicidio está presente en la totalidad de su obra, como una inevitabilidad. Ya en su tercer libro publicó Querer morir, un sentimiento tan macabro como persistente en la atribulada mente de Sexton. También en Vive o muere puede leerse Carta de despedida de una suicida, como un presagio escalofriante de lo que habría de venir.

En Cigarrillos y güisqui y mujeres salvajes, salvajes, que se encuentra entre sus escritos póstumos, la poetisa parece dedicarnos unas últimas palabras. En ellas se manifiesta la rabia con la que vivió, y su actitud desafiante y hermosa sonrisa de perdedora se aparece nítida a través del poema, como un pájaro de fuego.

El 4 de octubre de 1974, Anne Sexton estuvo trabajando en algunos poemas con su amiga Maxime. Después de comer, volvió a casa, se quitó los anillos, se puso un viejo abrigo de pieles de su madre, se sirvió un vaso de vodka, y se encerró en el garaje. Una vez ahí, se metió en su coche con las ventanillas bajadas y, bebida en mano, encendió el motor del coche hasta morir de intoxicación por monóxido de carbono.

Anne Sexton.
Anne Sexton.

Dos días después, el New York Times publicó lo siguiente en su página 65: «Poeta confesional, discípula de Robert Lowell, Anne Sexton creó su arte a partir de la angustia, el colapso y la preocupación por la muerte. Sobre los poemas de Vive o muere, por los que la Sra. Sexton ganó el premio Pulitzer, afirmó que “se leen como un cuadro de fiebre para un mal caso de melancolía”».

¡Volved, hambres mías!

[…] tiene que reconocerse que su profunda franqueza socorrió a muchos que se aferraban a sus poemas como al Santo Grial. El tiempo sacará la ganga entre esos poemas y bruñirá el oro. Anne Sexton ha cosechado su lugar en el canon.

Maxine Kumin

Quede claro que de ninguna manera buscamos romantizar un hecho tan triste como este. Simplemente expresamos nuestra lástima ante el final tan abrupto de una persona tan brillante.

Su obra ha quedado para nuestro disfrute. Y disfrutarse se disfruta, pese a sus aristas, por su indudable fuerza, riqueza literaria, ingenio, y negro sentido del humor.

Ediciones Linteo publicó en 2013 un lustroso volumen con la poesía completa de Anne Sexton, que todavía está disponible en librerías. Esta edición cuenta, además, con una introducción de su traductor, José Luis Reina Palazón.

Igualmente, conserva el prólogo de la versión americana publicada por la Houghton Mifflin Company en 1981, a cargo de Maxime Kumin. De dicho prólogo he sacado las citas que aparecen en este artículo, así como la gran mayoría de los datos.

A continuación os dejamos una versión de audio de cada uno de los veinticinco poemas mencionados en este artículo. Estos están extraídos de la traducción del ya mencionado José Luis Reina, a excepción de La noche estrellada, que corre a cargo del humilde (y furioso) fanático de Anne Sexton que suscribe.

Desde Las Furias esperamos que os haya gustado, y ya estamos preparando un segundo perfil poético: el de Allen Ginsberg.

Hasta entonces, abrazos furiosos.