‘Manhattan Transfer’ o cómo enamorarse de una tal Ellen Thatcher en trescientas y pico páginas

 En los años veinte del siglo pasado, un grupo de jóvenes escritores americanos abandonaron su patria, marcados por los horrores vividos tras la Primera Guerra Mundial. Esta Generación Perdida (como se la llegaría a conocer) hizo de París la capital literaria del mundo. Mezclándose con las vanguardias artísticas del momento, escribieron sobre sus lugares de origen en los numerosos cafés y bistrots del margen izquierdo del Sena.

Siguiendo los pasos de Dos Passos

 “París es un festín móvil”, dijo Ernest Hemingway, y entre los muchos comensales que tomaron parte en él, John Dos Passos fue uno de los más destacados. Nacido en Chicago en 1896, se pasó la infancia viajando con sus padres por Europa. Cuando estalló la Gran Guerra, rechazó una vida de privilegios para alistarse como voluntario en el servicio de ambulancias.

Decaído al ver que la sangrienta contienda no había servido para nada en absoluto, dedicó los siguientes años a continuar viajando y a escribir. Partiendo siempre desde la capital francesa, visitó España en numerosas ocasiones. Dedicó “Rocinante Vuelve al Camino” a nuestro país, así como varios escritos periodísticos.

 Del mismo modo en que James Joyce hiciera con Dublín, Dos Passos escribió sobre su tierra natal desde la distancia, con la mezcla de apego y desapego propia de su generación, en su primer gran éxito comercial.

“Manhattan Transfer” es una novela que abarca desde la última década del siglo XIX, hasta los comienzos de la Era del Jazz. La prosa de Dos Passos oscila entre el vigor de Hemingway y el primor de F. S. Fitzgerald. Contundente en ocasiones, dura, incluso, pero marcada por una gran sensibilidad poética. Con varias marcas de estilo propio que la hacen única e indispensable.

Origen

Sus dos mayores influencias fueron “Ulises”, de Joyce, y el poema épico de T. S. Eliot “La Tierra Baldía”, así como sus propios recuerdos (“de oropel”, como él los definía).

 “Manhattan Transfer”, cuyo autor estaba muy familiarizado con los movimientos artísticos avant-garde, es una novela rica en colores, matices y texturas. De la que es tan fácil hablar en términos pictóricos como literarios. Se dividide en tres partes.

Como hizo George Grosz con Berlín en pintura con su cuadro “Metrópolis”, Dos Passos reflejó con palabras el barullo de Manhattan, ciudad a la cual personifica otorgándole atributos humanos, voluntad y carácter.

La novela

 El libro presenta una estructura fragmentada, en la que nada ocurre al azar. Cuenta con un crisol de personajes (al estilo de las novelas rusas) reflejo de la realidad americana de la época. Desde peces gordos del mundo de las finanzas hasta trabajadores de a pie buscándose las mañas para arañar un dólar en calles mugrientas. También retrata a inmigrantes huyendo de la pobreza en Europa y del fantasma de la guerra.

Su cualidad de collage literario, gran carga metafórica, y uso del estilo libre indirecto, así como su multitud de personajes y bruscos saltos en el tiempo, exigen del lector un pequeño esfuerzo que recompensa con creces.

 La novela trata de temas tan controvertidos como el amor, el desamor, el éxito, el suicidio, la paternidad, la maternidad, el aborto, la paz, la guerra, los excesos, o el sistema de clases. Siempre de forma ocurrente, saltando del esplendor a la cochambre (o volviendo la cochambre esplendorosa), con el corazón en la mano y el ingenio afilado. Y es que “Manhattan Transfer” está llena, además, de ironía y sentido del humor, reflejado especialmente en sus vivaces diálogos.

Ellen Thatcher

 A medida que uno lee, se va tropezando como de bruces con los dos protagonistas de la obra: Jimmy Herf (espejo del propio Dos Passos) y la mujer que nos ocupa, Ellen Thatcher. Hija de un contable y de una mujer de sociedad.

Ellen marca el comienzo de “Manhattan Transfer” con su gozoso nacimiento en una clínica del Lower East Side de Nueva York, al este del río Hudson, presente en toda la novela como una especie de deidad que maneja los hilos de las vidas de los personajes.

 Desde muy pequeña, Ellen mantiene una relación desigual con sus padres, que marcará su forma de ser. El padre se muestra siempre cariñoso con ella, atento a sus dotes para las artes escénicas desde el momento en que la ve bailar sobre unos periódicos en el suelo. La madre, sin embargo, es distante, fría, mostrando unos patrones de conducta que Ellen repetirá de adulta, aun sin darse cuenta.

 La protagonista de Manhattan Transfer toma conciencia del miedo ya de joven. Siendo niña, sufre terrores nocturnos, y ansía librarse de ellos con gran vehemencia.

Con trece o catorce años, pasea junto a una amiga por Central Park, una tarde de invierno, al salir del colegio, y se encuentra con unos “hombres horrendos” sentados en un banco. Su amiga se atemoriza, pero Ellen se rebela ferozmente contra este sentimiento. «Yo no tengo miedo», afirma, «podría volar como Peter Pan si quisiera».

 Esta cerril oposición al temor la acompaña hasta la adultez. Su resolución por caer de pie y que nadie la vea derramar una sola lágrima roza lo obsesivo.

Ellen Thatcher, siendo una actriz en ciernes, ya casada, camina con paso firme entre “deslumbrantes charcos de luz eléctrica”, por una Nueva York de la que se admira y detesta a partes iguales.

Las consecuencias de sus actos en el transcurso de la novela la abruman, a veces, pero odia el papel de víctima, y desprecia a aquellas personas que lo ostentan. Ellen añora el amor, pero, más que eso, se afana por vivir de forma independiente, según sus propios términos (en ocasiones, incluso, en prejuicio suyo).

 El narrador la muestra todo el tiempo bajo una luz positiva, incluso cuando incurre en acciones moralmente reprobables. Juega con las simpatías del lector o la lectora, que no puede evitar ponerse de su lado y desearle la mejor de las suertes. Entre sus virtudes están su inquebrantable espíritu, entereza, sentido lúdico de la vida, visceralidad y ternura.

 Ellen vive su sexualidad de forma intensa, consciente de su cuerpo y sus deseos, sin por ello caer en la vulgaridad. Se mueve en un mundo ostentoso y macho, hostil y en pleno cambio, donde “los bares bostezan, luminosos, en las esquinas de las calles empapadas de lluvia”. Lo hace con gran soltura.

No le asustan ni el sudor ni el fango, ni se apoca ante la vista de una botella de whisky. Ellen es, sobre todo, un personaje enérgico y apasionado, “humanamente joven”. En su corazón caben una multiplicidad de afectos que expresa libremente, sin tapujos, creando así buena parte de los conflictos interpersonales presentes en la novela.

 En su camino, Ellen se topa con artistas, actores, banqueros, picapleitos chupasangres, vividores, buscavidas, ladrones, incendiarios, capitalistas, sindicalistas, y miembros de la alta sociedad americana. A ninguno deja indiferente.

Dos Passos la describe como una mujer guapa, “fresca como una violeta”, a la que se prendían miradas como “pegajosos zarcillos de vid”, pelirroja, y de ojos grises. A medida que ella crece, el narrador se va fijando en sus más mínimos detalles, como haría un enamorado. Rozando a veces el voyerismo: sus pechos pequeños, duros como manzanas, rodillas, mandíbula, predilección por los quimonos y demás prendas de seda…

En determinados momentos, el lector o la lectora tiene la sensación de estarla observando a través del hueco de la cerradura de una puerta. Apartando la vista justo a tiempo y quedándose con una sensación de anhelo que no por ser romántica deja de tener algo de perversa.

 Ellen Thatcher es, sin duda, el personaje más interesante de una novela que transcurre sobre un “estruendoso pavimento”, y el más atrayente. Resulta imposible no prendarse de ella, un poco, hasta que levantas la vista de la página y caes en la cuenta de que se trata, tan solo, de una persona ficticia, ay. Y quisiera uno quedarse más rato en aquellos truculentos años 20, ahí, a orillas del Hudson, observando el “oleaje que termina en una línea ondulante cortando un cielo de níquel”.

 No es exagerado afirmar que John Dos Passos creó un triunfo literario para admiración de futuras generaciones (perdidas o no, quién sabe). La distancia en el tiempo no la hace menos actual, pues nuestras mayores inquietudes como sociedad siguen siendo bastante similares. A parte de que el jazz no pasa de moda, ni el ragtime, ni tantos otros de los elementos que colorean esta novela y la hacen girar vertiginosamente “como polillas a través de la ardiente noche amarilla”.

 No cabe duda de que “Manhattan Transfer” es mucho más que las vivencias de Ellen Thatcher, su protagonista. Pero qué protagonista.

 Qué protagonista…