Sara Montiel: la transgresora que mostró al mundo a la otra mujer española

Lejos de la imagen que el régimen franquista quiso hacer de ella, Sara Montiel, controvertida y ambigua, fue una de las artistas más incómodas para el franquismo. Aquella bella e inteligente mujer nacida el 10 de marzo de 1928 en Campo de Criptana, ponía en entredicho lo que la Dictadura, la Falange y la Iglesia marcaban como la virtud en la mujer española: callada, sumisa, prudente y ahorrativa; madre y esposa, “el ángel del hogar” para la que el matrimonio y la crianza de los hijos era su única misión.

Sara Montiel: la española que pisaba con garbo

Ella era retadora y valiente, desafiaba la austeridad impuesta a la mujer por la dictadura franquista. Sara Montiel, Antonia de nacimiento, creo un modelo disruptivo al ideal femenino en la mente de Franco y mostró al mundo que había otra mujer española, la que pisaba con garbo. Dijo León Felipe de ella que debería llamarse “libertad”. Su erotismo y descaro, esa forma digna de estar en el mundo, fue uno de los pocos soplos de aire fresco de la época.

Sara Montiel

 La investigadora y profesora de la Universidad de Salamanca, Gloria Durán, ha escrito el libro Sara, sicalíptica, que forma parte de la colección “Hacer Memoria”, editado por el Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes y Memoria Democrática. Realizamos un repaso por la obra de la investigadora para bañarnos en la esencia cupletista de Sara Montiel.

Sara no solo quería brillar, soñaba con desafiar

En pleno páramo moral y estético de la posguerra española, cuando las mujeres eran reducidas al papel de “mujer muy mujer” —sumisa, recatada, y siempre a la sombra del hombre y de la familia—, irrumpió una manchega imposible de domesticar. Sara Montiel se convirtió en la encarnación viva de una feminidad insurgente, seductora y profundamente libre. Con cada mirada desafiante y cada palabra cantada a media voz, Sara desmontó las normas de género impuestas por el franquismo y se convirtió en un icono que redefinió lo que significaba ser mujer en España.

Nacida como María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández en Campo de Criptana (Ciudad Real), la niña que soñaba con seda mientras vestía humilde ropa de labranza se forjó un destino que trascendió todas las expectativas de su tiempo. Desde sus primeras saetas en Orihuela hasta su salto al cine y la canción, Sara llevó siempre consigo el anhelo de algo más grande. No sólo quería brillar: quería desafiar.

Sara Montiel en La violetera

Sara Montiel, pionera del feminismo popular

En demasiadas ocasiones, el feminismo resulta demasiado académico y encorsetado. Si no llega a todas y a todos, no conseguirá hacer valer su mensaje. Por eso el feminismo debe ser popular y Sara Montiel lo sabía. No fue una simple actriz o cantante de éxito. Fue la primera española en conquistar Hollywood, abriendo caminos que antes parecían vedados para una mujer de origen humilde.

Pero lejos de mimetizarse con el glamour americano, supo mezclar sabiamente la sofisticación internacional con la esencia popular de su país. En cada gesto, en cada vestido de seda o de papel de caramelo (literalmente, como ocurrió en algunas de sus películas), Sara era un manifiesto andante de autodeterminación femenina.

Una feminidad incómoda

Su papel en El último cuplé no solo revitalizó un género musical censurado y olvidado por el franquismo, sino que desató una ola de fervor popular que rescató del ostracismo a toda una tradición de mujeres cantantes transgresoras. Como antaño La Fornarina o Raquel Meller, Montiel se atrevió a jugar con la picardía y la insinuación cuando las reglas del régimen exigían recato extremo. Con su voz grave y sensual, y un estilo que mezclaba descaro con sofisticación, podríamos decir que Sara convertía cada actuación en un acto de resistencia.

Su feminidad era incómoda para el franquismo, pero también irrenunciable para un país que ansiaba modernizarse. El franquismo la toleraba porque le convenía: Sara se convirtió en un producto de exportación que vestía con claveles y peinetas, pero que viajaba por el mundo con el descaro de una estrella de Hollywood. Ella misma era consciente de esta paradoja. Había que jugar con las reglas del juego.

La serpiente como símbolo de poder femenino

Su relación simbiótica con la serpiente, que adoptó incluso en su iconografía personal, no fue casual. Para las culturas antiguas, la serpiente es vida, tentación y poder femenino; para el régimen, era el símbolo del pecado original. Sara abrazó esa contradicción y la transformó en fortaleza. En sus memorias confesaba su fascinación por estos reptiles, y en sus películas y sesiones fotográficas no dudaba en posar con ellas, reforzando su imagen de mujer peligrosa, sensual e indómita.

Más allá del escenario, Sara fue también una mujer adelantada a su tiempo en su vida personal. Independiente económicamente, gestora de su propia carrera, enamorada sin complejos de grandes figuras de la cultura y el cine, de Burt Lancaster a León Felipe. Entre fiestas, rodajes y escándalos, la manchega universal desafió las expectativas que la sociedad de la época tenía sobre las mujeres, y especialmente sobre las mujeres visibles. Le gritaron “guarra y puta” por las calles, pero ella se mantuvo firme, consciente de que esos insultos no hacían sino confirmar su capacidad de subvertir el orden establecido.

Sara Montiel en Hollywood

Sara Montiel: del escándalo al mito feminista

Desde un enfoque feminista, Sara Montiel representa un caso paradigmático de reapropiación del deseo y del cuerpo femenino en un contexto profundamente represivo. Mientras la Sección Femenina del régimen, con más de 600.000 mujeres inscritas, instruía a las mujeres en la virtud de la obediencia y la austeridad, Montiel enseñaba a las españolas que también podían ser protagonistas de su propia historia, sujetas activas de deseo y placer, modelos de una feminidad dueña de sí misma.

En sus películas, las tramas giraban en torno a ella, desplazando a los galanes a un segundo plano irrelevante. Ella era la estrella indiscutible, la que guiaba la narrativa, la que dominaba el escenario y las cámaras. Más que un icono sexual al uso, Sara fue un modelo disruptivo para las mujeres de su época, que veían en ella la posibilidad —por fin tangible— de escapar de los corsés ideológicos y estéticos del franquismo.

Con el paso del tiempo, Sara Montiel se convirtió en un mito transversal, admirada por distintas generaciones y reapropiada incluso por los movimientos contraculturales y feministas que, aunque a veces la criticaron por su ambigüedad política, reconocieron en ella una precursora de la autonomía femenina.

El deseo no es propiedad exclusiva del hombre

Sara nos enseñó que el glamour puede ser también un arma política, que el deseo no es propiedad exclusiva de los hombres, y que cada paso firme sobre un escenario puede ser un acto de liberación. Su figura, contradictoria y fascinante, sigue recordándonos que otra España fue posible, una España que celebraba la sensualidad y la audacia femenina en lugar de reprimirla.

Hoy, más que nunca, reivindicar a Sara Montiel es reivindicar a todas esas mujeres que, desde los márgenes, desde los salones de varietés o las grandes producciones de cine, desde los cuplés prohibidos o las sesiones de fotos con serpientes, se atrevieron a soñar con la libertad.

La constelación de las transgresoras

Sara Montiel no estuvo sola en este linaje de mujeres que desafiaron el orden moral desde el escenario. Como bien señala Gloria G. Durán, antes de Sara Montiel ya hubo una constelación brillante de transgresoras: Raquel Meller, La Goya, Amalia de Isaura… mujeres que, a través del cuplé y la sicalipsis (un estilo de espectáculo popular de finales del siglo XIX y principios del XX, basado en la insinuación erótica, la picardía y la subversión de las normas morales dominantes, especialmente respecto a la mujer), encarnaron un feminismo instintivo, irreverente y popular. Sara recogió ese testigo para proyectarlo más allá de nuestras fronteras, convirtiéndose en la heredera natural.