Asco

Siento asco. No puedo remediarlo. Lo he intentado de muchas formas, pero no hay manera, lo sigo sintiendo. Lo peor de todo es que no solo siento asco, también rabia y vergüenza. No puedo entender como hemos adquirido de una manera tan profesionalizada la autocensura.

Por el primero que siento asco es por mí mismo. Un asco que a veces me provoca arcadas. ¿Cuándo comencé a mentirme? ¿A disfrazarme de mí? Y no me refiero a cuando te crees peor o mejor que otros, o a cuando destacas talentos en ti que no lo son en absoluto. Aspectos que, de una forma u otra, todo ser humano adquiere en algún momento. No, me refiero a la traición. A traicionar lo mejor de uno mismo.

Me explico, vivimos un momento en el que la particularidad, la diferencia, lo original, no gusta. Las características necesarias para ser individuos diferentes al resto, las ocultamos, cubrimos o matamos nosotros mismos. No voy a entrar si eso ocurre por alguna forma inducida de más arriba, de más abajo o de los extraterrestres. Eso es algo que no me importa mucho. Lo que me gustaría saber es cuándo comenzó la traición.

¿Cuándo?

¿Cuándo comenzamos a vestir todos igual, a comprarnos la misma ropa en la misma tienda? A ver las mismas películas, las mismas series, comer lo mismo, peinarnos igual.

¿Cuándo?

Me da la sensación de que todo el mundo habla igual. Siento que todo el mundo cuenta lo mismo. Y eso que cuentan ya lo he oído en algún sitio. Oído, sí, no leído. Cada vez hay menos tiempo para leer, pero sí para oír, para repetir.

Los niños emulan e imitan a los adultos para aprender. Así comienzan a hablar y a repetir prácticamente todo lo que ven. Nos hemos convertido en niños vestidos de adultos por Zara. Seguimos repitiendo todo lo que vemos y oímos por Youtube o por la TV. Nos ponemos a aplaudir todos a una hora sin entender mucho por qué. Hablamos sin parar de una política ridícula, baja e incomprensible, cuando antes solo hablábamos de lo que nos apasionaba.

Hemos dejado de gritar, de reír, de bromear, de soñar.

Lejos

Lejos han quedado nuestros dejes, muletillas, nuestros pensamientos. Somos recipientes rellenos de pensamientos de otros. Suelo poder vivir así, pero cuando me doy cuenta del cambio, me da asco, me nace una arcada.

En casa suelo estar callado por el qué dirán de los vecinos. Cuando voy al pueblo, por el qué dirán sus gentes. En el barrio por el qué dirá la barriada. En la ciudad, porque no hacerlo me diferenciaría y eso no está bien. Me acabarían mirando mal y ¿quién quiere eso?

Recuerdo un momento en el que era al revés y la gente miraba bien. ¿Lo recordáis? La gente parecía hasta más guapa. Había menos constricción en sus rostros. Los 43 músculos de la cara vivían con gusto su relajación. La gente buscaba diferentes opiniones. Tenían curiosidad.  Los bares, las terrazas o el mercado, se llenaba de conversaciones a cuál más dispar. La gente se enriquecía por lo que le decían. Por compartir. Conocer nuevos puntos de vista. Plantearse nuevas opciones. Por la diferencia, la particularidad, lo original.

Los diferentes, los que llamaban la atención, lo que miraban la contraportada de la vida, eran esperados en cualquier fiesta o reunión. Podías no compartir sus ideas, pero solo poder ver y escuchar la forma en el que las defendían valía la pena.

Otros tiempos.

Truman Show

Ahora no queremos ser uno, necesitamos ser “uno más”. Sin llamar la atención, por favor. La vida dentro de una biblioteca sin libros. Intenta no replantear nada. Sigue mirando hacia abajo. No te separes del miedo. Ahora es tu mejor amigo, no lo pierdas. Gracias a él estás vivo, “el cementerio está lleno de valientes”, el miedo nos protege.

Aún me queda memoria y recuerdo que mi forma de pensar muchas veces me alejó del resto. Por momentos me pude sentir incomprendido, solo. Raro. Lo echo de menos.

Porque ahora no, nunca me siento solo, tengo al amigo miedo, ni me siento raro, todo el mundo me comprende, pertenezco a una comunidad y no quiero que cambie nada. Quiero que todo siga así. Traicionado por mí. Autocensurado. Viviendo la vida como si nunca fuera a acabar. Guardando y almacenando pertenecías bajo 1000 candados. Comenzando todas las frases con “Mi”.

Pero siento asco, mucho asco, me da arcadas. ¿Y tú?