La crisis del miedo
El mundo se ha convertido en un lugar de futuro incierto. Un lugar muy poco amable. Mires donde mires, vayas donde vayas, no hay escapatoria. Todo parece haber cambiado a peor. ¿Cuándo comenzó a ser así? ¿Cómo no nos dimos cuenta? O quizá sí que nos estábamos dando cuenta, pero no le dimos mucha importancia. Preferimos mirar hacia otro lado. Dejarnos llevar por la crisis del miedo.
La pandemia nos azotó en el culo sin previo aviso. Nos dijo: ‘chicxs, ¿qué os habéis pensado? Sois débiles, frágiles y todo lo que tenéis, lo que habéis construido y de lo que os sentís tan orgullosos se puede derrumbar como un castillo de naipes’.
Así fue.
No aprendimos de la crisis de 2008. Olvidamos lo fácil que era perder nuestros trabajos, nuestras viviendas, nuestra ‘estabilidad’. Ahora ha vuelto a ocurrir, pero aún es peor.
La crisis del miedo: Una crisis más profunda que la pandemia
A la inestabilidad económica, le tenemos que sumar el miedo. El miedo a contagiarse. También a contagiar. A perder a un ser querido. A que te induzcan un coma o a padecer una neumonía. Miedo a que la vida no vuelva a ser como antes y a que la nueva vida sea peor. Miedo a no recuperar los derechos perdidos. A no poder dejar de utilizar mascarilla. Miedo a morir.
Podría continuar enumerando miedos, pero, la mayoría, yo los conocéis.
Descuidamos tener una clase política de calidad, lo fuimos dejando pasar, y ahora nos quejamos de no haberlo solucionado antes.
Nuestros políticos, son personas con las mismas necesidades que nosotros. Tener una casa, una familia, mantener su ritmo de vida, que los suyos estén bien, no perder sus excelentes condiciones laborales.
Teniendo en cuenta eso, no es de extrañar que esa sea su única preocupación. Que la mayoría de nuestros políticos sean un grupo de arribistas sin ningún tipo de empatía. Un puñado de mediocres con hambre de sueldos vitalicios con los que asegurar la vida de su progenie. Gentuza que disfruta polarizando a la sociedad como hacía décadas que no ocurría.
Por todas esas cosas, esta crisis es peor que la de 2008.
Nuestro planeta se quejaba y no le hicimos caso. Ahora nosotros nos quejamos y esperamos que alguien nos haga caso. Ese alguien somos nosotros, no hay más. Aún podemos cambiar las cosas. Recuperar lo que nos quitaron. Cuidar del mundo que nos cobija. Decidir que políticos queremos, el tiempo que los queremos y en qué condiciones los queremos.
El mundo se ha convertido en un lugar de futuro incierto, esperando a ser reconducido. Un lugar muy poco amable que será reocupado por ciudadanos que conozcan el significado de esa palabra. Mires donde mires, vayas donde vayas, podrás decidir cómo vivir si no te dejas influenciar. Todo parece haber cambiado a peor. Pero no es así.
Solo nosotros cambiamos a peor. Y eso, tiene arreglo.