La conexión real en la era digital: Reivindicando más realidad y menos virtualidad

¿Seguimos existiendo fuera de nuestros móviles? ¿Nos tomamos el tiempo de imaginar sin filtros? Hace años las redes sociales prometían acercarnos. Hoy, ¿cuántas veces elegimos deslizar la pantalla sin sentir? ¿Cuántas conversaciones por chat se tornaron cadenas de stickers en vez de silencios compartidos durante una conexión real?

Como experiencia personal, hace más de dos años que decidí cerrar mis redes sociales, y fue un acto de liberación hacia mi misma, ya que antes el tiempo se me escapaba entre notificaciones y pantallas y hoy lo recuperé en forma de palabras, dibujos, pensamientos y silencios y descubrí que la imaginación crece cuando no está sujeta a algoritmos ni a tendencias efímeras: pues lo creativo nace, justamente, en los márgenes de la desconexión.

Aprendí también a habitar las conversaciones de otra manera, escuchar sin mirar el celular, reír sin pensar en registrar la foto, compartir sin urgencia de la validación, de estar presente en un encuentro real ya que es una experiencia cada vez más escasa y, por eso mismo, más valiosa. La conexión humana no necesita filtros ni hashtags: se alimenta de miradas, gestos y pausas

Conexión real: La era del scroll infinito

Las redes sociales nos dieron respuestas al instante, likes inmediatos y emociones de bandeja de entrada, pero al mismo tiempo nos robaron el suspenso, la espera y la alegría del descubrimiento lento. ¿Qué pasó con caminar sin rumbo, mirar al cielo, sentir que el pensamiento propio era suficiente o incluso aburrirnos? Hoy, el deseo se ha digitalizado: se vive en stories, se consume en tiempo real y la contemplación –ese presente sin filtro– pasó a segundo plano, si no existe como contenido, si no se sube a las redes, ¡no existe!

Conexión real.

El descarte digital: cuando “salteo la story

Esa sensación de “todo es reemplazable” que Zygmunt Bauman llamó “amor líquido”, se extiende también a nuestras conexiones. Las amistades, los vínculos, el arte propio: todo puede volver a “borrarse”, deslizarse al costado de la pantalla. Si no entretiene, si no es original, si no genera comentarios, desaparece. Y en ese espacio urgente solo quedan relaciones fugaces, superficiales y efímeras.

Qué raro que ya no tengamos paciencia para imaginar, que cualquier pausa sea tiempo perdido, que crear sin socializar sea casi un sinsentido, que el aburrimiento no forme parte del vocabulario y menos forme parte de la vida moderna. Que imaginar un relato en silencio parezca una pérdida de tiempo mientras nuestras pantallas deciden por nosotros qué pensar, qué sentir y cuándo.

Imaginación como acto de rebeldía

Pero todavía estamos quienes soñamos sin filtros, quienes escribimos sin publicar en 24h, quienes compartimos lecturas sin saber si habrá “me gusta”. Nos tomamos el tiempo de conocer, de construir mundos propios, de sentir el peso de la duda y la belleza del error creativo.

Esa resistencia —esa práctica de no usar las redes y usar nuestra imaginación— guarda un acto radical: elegimos la lentitud, el encuentro sin mediadores digitales. Volvemos al café con charla extensa, a las caminatas con música, a los silencios que no hay que llenar, elegimos recuperar el diálogo cara a cara, el gesto sin emoji o la risa inesperada. Y claramente, a permitir aburrirnos, ya que eso desarrolla nuestra capacidad para imaginar.

Antitecno-narcisitas: Por qué necesitamos recuperar la conexión real

Las pocas personas que quedamos sin usar las redes sociales para “conectar”, no somos antisociales, somos antitecno-narcisistas. Donde no rechazamos las redes, rechazamos que ellas organicen el mundo, nos negamos a ser cuerpos que se calibran por likes y comentarios, reclamamos tiempo: para leer, para pensar, para crear y para soñar.

Por eso abogo por un uso más consciente, incluso menor, de las redes sociales. No se trata de demonizarlas, sino de ponerlas en su lugar: una herramienta y no un sustituto de la vida. Mientras más tiempo dedicamos a deslizar pantallas, menos espacio dejamos para imaginar, crear y sentir de verdad. Y al final, ¿qué es más revolucionario que elegir la presencia real en un mundo obsesionado con lo virtual?

Conexión real.
Conexión real.

Porque conectar y estar presente no significa ingenuidad, sino apostar por la imaginación y por algo fundamental, conectar de forma humana. Y en este contexto líquido, elegir lo real, lo físico y lo espontáneo es una forma de amor propio, de rebeldía creativa y de comunidad posible. Así como aquel artículo que escribí hace ya un año, el cual reivindicaba el amor en tiempos de descarte, hoy reivindico la conexión auténtica en tiempos de virtualidad e inteligencia artificial.

Yo lo aprendí cuando solté las redes, y descubrí que el silencio no era vacío, sino un espacio fértil, que el tiempo sin pantalla se convierte en tiempo de crear, de amar, de estar, que los encuentros reales, sin mediar notificación, se vuelven memorables. Por eso, somos más los que aún queremos conexiones reales, sin filtros y estamos aquí, sin miedo a imaginar otra manera de sentir y habitar el mundo.