‘El Gatopardo’ (1962): retrocrítica antes de su salto a serie en Netflix

10.000 velas encendidas. Un auténtico infierno para un equipo de rodaje que llevaba siendo exigido hasta el extremo desde mayo de 1962: aquella carga digna Atlas, sustituyendo y volviendo a encender las llamas para iluminar el palacio servía de perfecta metáfora de aquella epopeya sobre Sicilia. El Gatopardo (1963) es algo más que una gran película, prácticamente nos situamos frente a un tratado estético en cuyos jardines hay una falsa banalidad Rococó que camufla a un feroz debate historiográfico.

Póster de El Gatopardo.
Póster de El Gatopardo.

La trayectoria de Luchino Visconti estuvo plagada de éxitos, pero rara vez pudo tener una constelación tan internacional y audaz de intérpretes, acompañada de una música exquisita a cargo de Nino Rota. Por no hablar de Giuseppe Rotunno, director de fotografía: él decidió no recurrir al cinemascope y buscar una calidad fotográfica donde primasen las imágenes grandes. En aquel operativo, Visconti solía estar acompañado por Gioachino Lanza Tomasi, el heredero espiritual e hijo adoptivo del legendario Giuseppe Tomasi di Lampedura, autor de una obra capital en la mitología de las artes italianas.

De cualquier modo, no es tan conocido que sin el pulgar hacia arriba de una dama aquellas páginas y futura joya del séptimo arte habrían quedado aprisionadas en el baúl de las promesas incumplidas.

Elena Croce: Santa Croce

Era la hija de un filósofo napolitano y poseía olfato fino para aquellos manuscritos. Hasta ese momento el texto de Lampedusa, El Gatopardo, había pasado sin pena ni gloria por diversas editoriales. Igual que la madre de John Kennedy Toole, Elena Croce dio unos pasos trascendentales para evitar la desaparición de unas palabras que debían perdurar, sin importar la negativa de casas tan importantes como Mondadori. Estamos en la segunda mitad de la década de los cincuenta del pasado siglo y un dactiloescrito es mandado por la heredera del ensayista al poeta Giorgio Bassani, cambiando por completo la Historia.

Elena Croce.
Elena Croce.

A partir de entonces surge una leyenda. Un relato que se ha rememorado con sofisticación en El Gatopardo: La transformación y el abismo (2009), a cargo de una pluma nostálgica y con ribetes nobiliarios como la de Luis Antonio de Villena. Finalmente, la editorial Feltrinelli se aseguró que el príncipe (recordemos que en Italia dicho título no es tan infrecuente como en otros rincones del Viejo Continente) de Lampedusa pasara a una posteridad de la que no podría probar sus mieles por un tumor pulmonar.

¿De qué trataba aquella obra de ficción con ecos de veracidad? Basándose en las memorias familiares, el malogrado aristócrata había confeccionado un fresco de la transición en la atomizada península itálica que daba lugar a una nueva sociedad burguesa, modernizada y donde los viejos blasones habrían de convivir con un poder monetario que opacaría al de la sangre azul. Un lamento hábil, sin duda exquisito en sus formas, que no dejaba de ser la atávica protesta por los antiguos privilegios.

Las ironías del destino hicieron que el artero productor Goffredo Lombardo terminase, tras ciertas vacilaciones, encargado la adaptación al celuloide a Luchino Visconti, una personalidad sumamente próxima al pensamiento de izquierdas, incluyendo al Partido Comunista Italiano.

Burt Lancaster en El Gatopardo: Ancien Regime

Reconocer que Giulio IV di Lampedusa, su propio bisabuelo, no era tan inteligente como el personaje al que inspiró en su novela es uno de los muchos actos de honestidad artística del escritor de El Gatopardo. Sin duda regia figura, la pluma del bisnieto hizo todo lo posible por convertir su desdén nobiliario al cambio social del Risorgimento en algo hermoso, un hábil cálculo político donde las buenas maneras estrechaban lazos con el pragmatismo. Por ello, a Visconti le aterraba la insistencia de Lombardo a la hora de hablar con Burt Lancaster.

Indiscutiblemente, una figura de físico poderoso, pero bastante alejada, a juicio del cineasta transalpino, de lo que él tenía en mente. De hecho, para el realizador Rocco y sus hermanos (1960), aquel miembro de familia de acróbatas era perfecto para la ficción del Far West, un digno hijo de la frontera que resolvía todo a través del revólver. Previamente se barajaron otros nombres como los de Marlon Brando o Laurence Olivier.  Finalmente, el productor se salió con la suya y rara vez una elección dio tan buenos resultados.

¿Modificó el propio Visconti su prejuicio? Baste pensar que volvió a recurrir al intérprete para un rol muy especial: Confidencias (1974) habilitó a Lancaster para encarnar a un profesor exquisito, alejado del mundanal ruido en una fastuosa vivienda romana. Una familia de alborotadores encabezada por Silvana Mangano vendría a perturbar su sosiego y paz intelectual… descubriéndole que había cosas más importantes en la existencia. El artista norteamericano ya tenía en aquella década todo el aplomo del que se impregnó para Lampedusa, un titán cansado que no podía ofrecer síntomas de debilidad.

Giuseppe Tomasi di Lampedusa rindió un tributo generoso a la memoria y regaló a un protagonista inolvidable.

Burt Lancaster es el príncipe Don Fabrizio Salina en El Gatopardo.
Burt Lancaster es el príncipe Don Fabrizio Salina en El Gatopardo.

Alexandra Wolff Stomersee: Manners Maketh Man… and Woman

Consideró Berlín perversa y fascinante. Giuseppe Tomasi di Lampedusa poseyó el espíritu del viajero inquieto que quería compartir sus impresiones con los círculos cercanos a su persona. La editorial española Acantilado tradujo en 2017 la exquisita correspondencia aglutinada en Viaje por Europa: Correspondencia (1925-1930), una demostración más de la finesse de un curtido caballero que se movía por el continente.

La persona con la que más misivas intercambió fue Alexandra Wolff Stomersee, su propia esposa, con quien siempre se comunicaba en la lengua francesa, aquella que había imperado en el Siglo de las Luces. En ellas se desprenden las inquietudes culturales de ambos, además del a devoción por Stendhal: cara a su legado, el príncipe ansiaba hacer una aportación al campo de las letras.

Wolf Stomersee representaba, al igual que su cónyuge, una estampa que discrepaba de la nobleza ociosa. Había recibido formación en el psicoanálisis y, según han revelado testigos directos como Gioacchino Lanza Tomasi, ella le insistió en su etapa más melancólica para recobrar las ansías de vivir con la gimnasia literaria. Una medida efectiva que llevó a Lampedusa frente a la página en blanco para volcar el testamento idealizado de un mundo que iba expirando.

Precisamente Gioacchino subrayó lo complejo de la personalidad de sus célebres parientes: “La princesa (Alexandra von Wolff-Stomersee, alias Licy), no era una persona fácil. Era una mujer muy decidida”. De hecho, según el propio esposo, para entender la formación intelectual de su pareja había que mezclar sin miramientos a dos figuras tan aparentemente en las Antípodas como San Ignacio de Loyola y Vladimir Lenin. Una boutade certera que exponía la paradoja de El Gatopardo: el Partido Comunista Italiano y la Democracia Cristiana podían coincidir en querer apropiarse de los elementos de aquellas páginas.

Tomasi di Lampedusa y Alexandra Wolff Stomersee.
Tomasi di Lampedusa y Alexandra Wolff Stomersee.

Alain Delon en El Gatopardo: Il nostro Tancredi

Hay algo mágico en la frase. Una belleza sin igual que hace a personas de distintas ideologías pronunciarla con la seguridad de poseer un arma infalible, incluso cuando no están seguras del significado exacto: Se vogliamo che tutto rimanga com’è, bisogna che tutto cambi. En la cinta de Visconti, serían unas palabras pronunciadas con encantadora sonrisa a cargo de un galán seductor a quien el regista conocía a la perfección:

Alain Delon estaba en la nómina antes que Burt Lancaster y que cualquier otro. De hecho, la filtración periodística de que iba a encarnar a Tancredi a comienzos de la década de los sesenta, frustró mucho a un Visconti que quería ser hermético en todo el operativo que estaba desplegando. El actor francés iba a dar fuste al apuesto sobrino del príncipe Salina, un encantador maestro de la seducción que comenzaba con los camisas rojas de Garibaldi y terminaba adaptándose perfectamente a las fuerzas senatoriales burguesas.

En una obra que apuesta tanto por el poder de la sangre fascina que su novelista pusiera aquí algo de sí mismo. En efecto, adoptó a uno de sus jóvenes protegidos, nuestro ya citado Gioacchino Lanza Tomasi. De igual forma, el protagonista de El Gatopardo prefiere a Tancredi sobre el resto de sus familiares directos, convencido de que en el muchacho está su verdadera alma gemela, la punta de lanza que hará a su Casa sobrevivir a la siguiente centuria.

Tu, felix Austria, nube! El célebre lema de los Habsburgo emerge en el impetuoso muchacho, un aventurero que pronto se percata de que los aristócratas deben bajar de su pedestal y aliarse con la nueva élite financiera. Como si las deidades le guiñaran un ojo descaradamente, su oportunidad tarda poco en mostrarse de la forma más sensual posible.

Alain Delon es Tancredi en El Gatopardo.
Alain Delon es Tancredi en El Gatopardo.

Claudia Cardinale en El Gatopardo: Panthera Uncia

Hay muchas versiones fílmicas de El Gatopardo. Por ejemplo, Visconti quedó sumamente frustrado de los recortes en la proyección que viajó a los Estados Unidos, incluyendo alteraciones en el cartel para que el público pensara que Burt Lancaster volvía a coger su escopeta para un duelo en O. K. Corral. Sea como fuere, en cualquiera de ellas tarda bastante (casi una hora) en aparecer una de las estrellas de la función: de cualquier modo, no hay espera que eclipse la irrupción de Claudia Cardinale.

Angélica Sedara se antoja una estampa de cuento, justo la princesa que el apolíneo Tancredi merecería para una trama con los ribetes de la Disney más clásica. Pese a ello, hemos de observar con atención la evolución de esta relación, con múltiples aristas y un punto de desengaño. Tanto Lampedusa como Visconti coinciden en una atracción física descarada y evidente a cualquier mirada atenta. Hija de don Calogero, el usurero más hábil de la región, Angélica permite una difícil ecuación: la finura de una noble siciliana y una fortuna personal con pasado campesino de la que no dispone ninguna de las jovencitas de familias bien en la isla.

A través del recurso del narrador omnisciente, Lampedusa tarda poco en desengañarnos del affaire: adelanta recuerdos en el tiempo para confirmarnos que tanto Falconeri como Sedera cometerán infidelidades el uno contra el otro. La misma desazón que don Fabrizio tiene cuando admite a su confesor que pasó por el atar enamorado y ahora le es imposible recuperar esa sensación embriagadora en el hastío de la vida conyugal.

Si el blasón principesco alude a un hermoso felino, el de Angélica debería ser una majestuosa pantera negra con prestancia incluso a la hora de cazar a las presas mayores.

Claudia Cardinale es Angélica en El Gatopardo.
Claudia Cardinale es Angélica en El Gatopardo.

Si parpadeas…

“Hasta un parpadeo o un pequeño gesto debía calcularse y decidirse junto al director”. Claudia Cardinale ya no era ninguna desconocida en la industria cuando entró en la piel de la heredera de los Sedara. En cintas como La chica con la maleta (1961) ya había hechizado a la taquilla con el mismo talento y capacidad de atraer el foco que otras precursoras como Sophia Loren o Silvana Mangano. Más allá de una belleza evidente, demostraría en aquella época que podía compartir escena con monstruos de la actuación como Ugo Tognazzi sin desmerecerlos en lo absoluto, algo que daría su rédito en Celos a la italiana (1964).

Además, en aquellos compases de su carrera estaba en plena ebullición, una esponja capaz de analizar al mínimo detalle la masterclass que le estaba arrojando Visconti. Para ser una Angélica creíble no bastante con lucir hermosa en sofisticados vestidos. Representando a esa incipiente burguesía, aprendió durante la filmación a dar pasos valientes y decididos que ocupaban los lujosos escenarios de El Gatopardo. Sagaz observadora, la intérprete nacida en un puerto de Túnez se dio cuenta de que la enamorada de Tancredi debía decir una cosa con las palabras y una distinta con la mirada.

Probablemente, fue una de las primeras en darse cuenta de la sutil metamorfosis elaborada por el alquimista Visconti. Todavía hoy son recientes los trabajos de autoras como Maria Gabriela Giannice o su colega Alberto Anile que subrayan como la lupa del celuloide alteró las claves más atávicas del texto literario y lanzó un brindis a la adaptación hacia la política del momento. Los vientos sicilianos oscilan con misma sutileza que Tancredi, Salina y la propia Angélica. Distraernos un instante nos privaría de los códigos que se quiebran en aras de una nueva interpretación.

Claudia Cardinale en El Gatopardo.
Claudia Cardinale en El Gatopardo.

El conde de Lonate Pozzolo

La expresión matrimonio a la italiana parecía haberse forjado justamente para ellos. Goffredo Lombardo estaba haciendo una apuesta personal con aquella campaña, endeudándose hasta límites que le exigirían toda su habilidad para mantenerse en la industria hasta que llegaron los reconocimientos y premios internacional. No obstante, Luchino Visconti peleaba cada centímetro durante un rodaje accidentado en el que soñaba con mostrar la Sicilia decimonónica: “Solo la puedo hacer así. Si quieres, me puedes sustituir”.

Con la misma arrogancia y exquisitez que un Salina, el director pedía lo mejor y en el momento preciso: el palazzo Villa Boscogrande le fascinó para filmar allí la principal parte del drama, sin importar que hubiera que dejar una fortuna en restaurarlo. Ianko López ha rememorado varias de estas volcánicas discusiones en un artículo para El País sobre una cinta que estaba destinada a ser objeto de culto. A destacar, como bien señala el periodista, que los habitantes originarios eran miembros del linaje histórico de los Valguarnera, cuyo apellido de origen catalán había protagonizado miles de vicisitudes dignas de la propia pluma de Lampedusa… o de un capítulo de George R. R. Martin en Juego de tronos.

Durante varios años, un sector del Partido Comunista Italiano buscó desacreditar las páginas de Lampedusa por su contenido contrario a su ideología política, ignorando insensiblemente sus muchos méritos artísticos. De igual manera, un sector de la élite censuraría lo efectuado por el equipo de Visconti en cuanto pervertían su concepto inmovilista, pasando por alto los muchísimos matices y riqueza estilística de un capolavoro detrás de las cámaras. La paradoja de un cineasta de izquierdas con sangre azul. La ironía de un antiguo señor feudal capaz de hacer unas páginas conmovedoras de la vida y la muerte que el padre Pirrone (Romolo Valli) habría de perdonar.

El Gatopardo.
El Gatopardo.

El Gatopardo: Cicatrices atávicas

“Antes de la puesta de sol, las tres o cuatro ramerillas de Donnafugata (también las había allí, pero no trabajaban juntas, sino que cada una tenía su propio negocio) aparecieron en la plaza con cintitas tricolores en la cabellera para protestar porque las mujeres no tenían acceso al voto; las pobrecillas debieron retirarse ante la granizada de burlas que incluso los más fervientes liberales soltaron contra ellas, y no tuvieron más remedio que esconderse en sus casas”.

Ricardo Pochtar traduce así para una de las mejores ediciones de Alianza sobre El Gatopardo (2013) unos pasajes sumamente significativos. Si algo tenían en común los mundos nobiliario y burgués era un nulo interés en acelerar los incipientes pasos del feminismo. Si Olympe de Gouges había caído sepultada en Francia en un ostracismo que duraría más de un siglo, las reivindicaciones de las mujeres sicilianas congregadas a votar son despachadas en apenas estas líneas de Lampedusa, donde incluso se otorga un punto tragicómico a una realidad terrorífica.

Nos pilla todavía reciente la magnífica Siempre nos quedará mañana (2023) de Paola Cortellesi para recordar lo tardío de un derecho que debe ser intrínseco a cualquier persona. Don Calogero Sedara se va erigiendo en el innegable cacique del asunto en unas urnas que le darán, por supuesto, el resultado que anhela. No obstante, más allá de las regias formas del príncipe Fabrizio, ¿podemos estar seguros de que él no hubiera encajado asimismo como un estilizado señor de los votos en Los pazos de Ulloa de Emilia Pardo Bazán?

El tono de sátira en la ópera visual de Visconti no esconde que se están cambiando unos amos por otros. En realidad, al aceptar personarse para dar el sí, el último de los grandes Salina abandona definitivamente el navío de los Borbones y acepta el orden instaurado.

Paolo Stoppa en El Gatopardo: Don Calogero

Paolo Stoppa siempre fue un actor prodigioso. La audiencia española lo asociará siempre a Los jueves milagro (1957), la muy mutilada sátira de Luis García Berlanga hacia el fenómeno de los milagros en la península ibérica. Stoppa siempre aportaba un matiz cómico a sus personajes, algo que le hizo una presencia requerida por maestros como Vittorio de Sica para sus fábulas napolitanas.

Pese a ello, quizás nos falte algo en la configuración del padre de Angélica y futuro hombre fuerte de la política en Sicilia. Cuando comienza a investigar a través de su círculo interno a don Calogero, está claro que todos le describen al príncipe de Salina a un hombre astuto, alguien que, a diferencia de muchos de ellos, no se ha contentando con su condición de cuna y sostener el rifle de caza de los señores feudales. Sus inversiones y usura endemoniada le han colocado en una posición de auténtico poder que irá a más en el país que se está unificando a marchas forzadas.

Sin embargo, al igual que en las páginas literarias, no deja de poseer siempre un punto ridículo. Stoppa se las ingenia para que miremos con simpatía que el homo nuovo es un pez fuera del agua cuando debe colocarse un frac o acudir a una recepción oficial. Incluso su matrimonio con una campesina de espectacular belleza tiene un punto fatídico: Angélica y él la ocultan por su falta de formación en las reuniones sociales, avergonzados de que su impresionante apostura no vaya acompañada de las refinadas maneras que sí tiene la retoña.

En el pasado, las casas aristocráticas podían emplear nada sutiles derechos de pernadas y desechar amantes con una siembra variada de bastardos por los campos de Sicilia. Ahora, los hombres como don Calogero aprecian la ironía de poder cobrar realmente por el privilegio.

Paolo Stoppa es Don Calongero en El Gatopardo.
Paolo Stoppa es Don Calongero en El Gatopardo.

El Gatopardo: Fantasmas

Hay dos espectros a lo largo tanto de las páginas como del metraje. El primero de ellos es una figura histórica: Garibaldi, el carismático líder a quien nunca veremos, pero se nos habla a todas horas de él. Pese a su éxito, son políticos hábiles como Cavour y monarcas como Víctor Manuel II quienes cosecharan los éxitos para la próspera tierra del Piamonte. Quien fuera el líder de los camisas rojas quedó herido y postrado, despojado del sueño que ha enarbolado en una bandera tricolor que luce majestuosa bajo la cámara de Visconti.

La otra presencia fantasmagórica es Concetta. Lucilla Morlacchi da vida a la más importante de las hijas del paterfamilias. El propio personaje de Lancaster admite que le agradan sumamente los modales de su retoña, pero esos mismos motivos son los que apartarán a la joven de su anhelo de casarse con Tancredi. Al igual que en El tío Vania o La casa de Bernarda familia, nos adentramos en un sutil gore emocional, uno donde las normas de la Casa ahogan a individuos de buenos propósitos que se hunden en unas ataduras impuestas que nadie les va a desabrochar.

Siendo agraciada, Concetta nunca podrá aspirar a la exuberancia de Angélica. Tampoco se lo podía permitir la aristócrata en caso de estar en disposición. Verá volar a su primo sin comprenderlo, algo que sí hace la joven Sedara; probablemente, la única persona del hogar que realmente la entiende y se compadece de ella por permanecer muda y ajena a los cortejos de otros oficiales, presa de un amor platónico nunca correspondido, prendada de una irrealidad bajo la fastuosa sonrisa de Delon.

Lucilla Morlacchi (a la derecha) es Concetta en El Gatopardo.

La Danza Fúnebre

Resulta una de las secuencias más admiradas, repetidas y emuladas del celuloide. El baile de Ponteleone es el clímax de la cinta de Visconti y para ello se encomienda a sus dos asideros principales: Claudia Cardinale y Burt Lancaster prestan todo su encanto y savoir faire para un instante delicioso, un instante donde el venerable noble y la pujante burguesa se fusionan en un vals que sirve como la baja de telón para el príncipe de Salina. Tal vez, cubriendo aquella vieja máxima de: Una persona debe saber salir de la fiesta cuando todavía todo el mundo disfruta de su presencia.

Tanto Cardinale como Lancaster precisan de pocos añadidos para brillar, si bien la cámara se pliega a su servicio en una atmósfera irrepetible: una galería de espejos del palazzo Valguarnera-Gangi se coloca como sofisticada testigo de ese momento de intimidad entre ambos personajes. Con cierta ironía, Lampedusa coloca en los pensamientos de Angélica que su nuevo tío político le resulta demasiado intelectual para su gusto, prefiriendo sin duda los pies puestos en la tierra del galán Tancredi. De igual forma, la novela incide en que hay cierto ostracismo autopremeditado en don Fabrizio cuando se encierra a estudiar y observar los astros.

Si bien son tres cuartos de hora, nada en la filmación de este último festejo sobra o está puesto sin más. Mientras el sobrino del último Gatopardo ha logrado todos sus anhelos, sabemos inminente el fusilamiento de los últimos garibaldinos de estrato social popular. Los acomodados ya han sabido cerrar filas y jurar lealtad a la Corona, paralelamente a que la Santa Sede ha vuelto a jugar sus cartas diplomáticas con suma habilidad. La frialdad de Tancredi frente a la caída de sus viejos camaradas de armas horroriza a Concetta y es comprendida con calma por Angélica.