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‘La cama’: cuando el afecto ocupa el lugar de lo material

En La cama (2018), Mónica Lairana dibuja un hermoso boceto donde una mujer y hombre de edad avanzada se convierten en protagonistas incuestionables de un filme hermoso y conmovedor.

La representación de personas pertenecientes al colectivo etario envejeciente ha estado normalmente relegada a segundo plano. Normalmente han interpretado papeles secundarios, pasando del abuelo o la abuela adorable al viejo o la vieja insoportable. Así, se estereotipa a este colectivo, sino se le hace totalmente invisible.

Si a esta ecuación sumamos el facto de la sexualidad, se hace muy complicado encontrar obras audiovisuales que lo expongan con series de televisión más comerciales como Grace & Frankie (Netflix, 2015), dos mujeres mayores de 65 años se convierten en protagonistas. Protagonistas que además exploran su sexualidad, aunque no de forma explícita en pantalla. Entre otras, películas como La vida empieza hoy (Laura Maña, 2010) o la más reciente Salir del ropero (Ángeles Reiné, 2019), también abordan la sexualidad en la tercera edad, aunque con tintes humorísticos.

La cama, de Mónica Lairana.
La cama, de Mónica Lairana.

El placer en el detenimiento

Michael Haneke con su película Amor (2012) expuso la vejez con una cadencia pausada destacada. Vejez protagonizada por la patología y el propio detenimiento de ella. Mónica Lairana con su película La cama traslada este ritmo al proceso de separación de Jorge y Mabel.

La interpretación a cargo de Alejo Mango y Sandra Sandrini, respectivamente, es soberbia a todos los niveles. Actor y actriz encarnan los roles de forma natural y fluyen con el ritmo del filme. Desde el primer minuto, escuchamos a la pareja gemir, y la cámara se posa de forma elegante a observarles finalmente en la cama. Con ese primer instante, la audiencia ya es consciente de la separación por la que están atravesando.

Sandra Sandrini y Alejo Mango en La cama.
Sandra Sandrini y Alejo Mango en La cama.

La directora, así como el actor y la actriz, tienen la habilidad de mostrar a través del afecto, el propio dolor de la ruptura. La cama, además, se convierte de forma exquisita en objeto tanto material como simbólico de este proceso de separación. En una sociedad donde todo el mundo tiene prisa, va corriendo a todas partes, es hermoso pararse para deleitarse. Deleitarse en los detalles más nimios como compartir una cena mirándose a los ojos.

Mónica Lairana tiene la gran habilidad de filmar a dos personas en una casa, transitando cada recoveco al mismo tiempo que lo hacen a través de sus propias emociones. Una de las emociones claves es el placer. Es de reseñar cómo a pesar de la ruptura que atraviesan, tanto Jorge como Mabel buscan el placer a través de su sexualidad. La sexualidad de dos personas de edad avanzada se muestra en pantalla de forma deliciosa y honesta.

El afecto y la corporalidad como protagonistas

Uno de los rasgos más destacados del filme es la representación del afecto y las corporalidades de los dos personajes. En cada arruga, cada pliegue de la piel, tanto los personajes como la audiencia exploran al mismo tiempo la construcción de dos corporalidades tan unidas como divididas. Corporalidades envejecientes que normalmente no son expuestas totalmente desnudas en pantalla.

En el caso de La cama, el canon de belleza normativo se rompe por completo, mostrando la belleza en la propia vejez. Tal y como teoriza Laura Marks, algunas películas pueden tocarse, tienen piel. La película de Mónica Lairana es háptica en todos los sentidos. La audiencia puede tocar e incluso oler la madera que construye la escenografía protagonista.  De este modo, no hay nada fuera de lugar.

La cama.
La cama.

Incluso la propia casa que se va vaciando poco a poco, se convierte en pieza imprescindible para la construcción del relato y las corporalidades. Para la consecución de esta transmisión de afecto, uno de los engranajes incuestionables reside en la dirección de fotografía con contraluces que enmarcan sus siluetas o una iluminación que resalta las arrugas de las manos como las de Agnès Varda en Los Espigadores y la espigadora.

Otro de los pilares esenciales de esta película es el sonido o ausencia del mismo. Los silencios son tan ricos como los diálogos, donde las imágenes hablan por sí solas.

Una obra exquisita e imprescindible

El conjunto general de la obra argentina se presenta como aportación cinematográfica de inestimable valor. Un filme donde el proceso de separación y venta de la casa se representa de forma exquisita a través del propio flujo narrativo. Así como la vivienda se va vaciando poco a poco, también lo hace la propia película.

 Sandra Sandrini en La cama.
Sandra Sandrini en La cama.

Con más silencios, más luz entrando por las ventanas. Con más miradas distanciadas. El tiempo se va volviendo más hastío conforme se va a acercando el momento inminente de marchar. No obstante, nunca se pierde la transmisión de afecto. Los cuerpos van ocupando los espacios que el mobiliario va dejando.

Una obra de arte donde el placer se sitúa en el centro. Placer que además se disfruta desde el detenimiento. Parándose a saborear cada instante, incluso cuando este está lleno de nostalgia e incluso dolor. Como si de un cuadro de realismo de Hopper se tratara, la audiencia puede observar y sentir en cada trazo las emociones y el afecto transmitidos de la mano de la directora y su gran trabajo cinematográfico.