Halloween: ‘La maldición de Hill House’, el terror doméstico de Shirley Jackson
Ningún organismo vivo puede prolongar su existencia durante mucho tiempo en condiciones de realidad absoluta sin perder el juicio; hasta las alondras y las chicharras sueñan, según suponen algunos. Hill House, que no era nada cuerda, se levantaba aislada contra el fondo de sus colinas, almacenando oscuridad en su interior; así se había alzado durante ochenta años y podría aguantar otros ochenta. En su interior las paredes permanecían derechas, los ladrillos encajaban a la perfección y las puertas estaban sensatamente cerradas; el silencio reinaba con monotonía en Hill House, y cualquier cosa que anduviese por ella, caminaba sola.
La maldición de Hill House, de Shirley Jackson.
Así comienza la obra espeluznante de una autora, hasta hace poco y aún hoy en día, poco reconocida. Shirley Jackson (1916-1965) publicó La maldición de Hill House en 1959, sentando un precedente en lo que se refiere al terror literario contemporáneo. No en vano, Stephen King ha catalogado la novela como una de las obras de horror más importantes del siglo XX y considera a Jackson una influencia en sus propios libros.
Pese a ello, muchos no sabríamos de la existencia de Shirley Jackson si no fuera porque hace unos años Netflix dio a conocer la serie antológica La maldición de Hill House, que se basa libremente en la obra de la que venimos a hablar.
Además de por sus novelas, la escritora es reconocida especialmente por sus relatos, de los que vieron la luz más de cien. La lotería es uno de los más recordados y cuya publicación fue complicada por la crudeza de la historia, con un argumento del todo macabro. Sus editores, solían contar que ella hacía brujería para poder vender sus obras de manera más fácil.

La maldición de Hill House: el terror personificado en una casa
Desde ese primer párrafo, Shirley deja claro qué es Hill House o, al menos, siembra ciertos interrogantes que pueden llevar al lector a descubrirlo. No es una casa cualquiera, es un edificio que vive, que respira, que siente y padece. Concretando, Hill House es una casa malvada.
Acostumbramos a oír, ver o leer cuentos sobre mansiones embrujadas. Habitualmente, en estos lugares ha pasado algo traumático que ha hecho que esté hechizado. No es exactamente así en el caso de La maldición de Hill House. La autora nos da a entender que el lugar siempre ha sido sombrío, lóbrego, que la casa fue construida con cierta intención malavenida que ha acabado dando como resultado un engendro que echa para atrás nada más verlo.
Todo comienza cuando el doctor en filosofía y científico, Montague descubre Hill House y, experto como es en estudiar fenómenos paranormales, decide reunir a un grupo de personas para pasar una temporada entre sus muros y observar, de primera mano, si es cierto lo que se cuenta sobre ella.
De este modo, Luke, heredero de la casa; Eleanor, una joven con un gran trauma por la reciente muerte de su madre y Theodora, que parece tener capacidades telepáticas, se embarcan junto a Montague en la aventura de vivir en una casa maldita.
Aunque todos tienen su papel y función en La maldición de Hill House, Eleanor es la protagonista indiscutible y la que se va a ver más envuelta que ninguno en el bucle de terror de esas colinas entre las que se levanta la construcción. Es ella la primera que llega a la casa, incluso antes que el propio Montague, y por tanto la que la muestra al lector.

Sus primeras impresiones son horrorosas, el matrimonio que cuida de Hill House es bastante desagradable y ya da pistas de lo que se cuece entre sus muros: “Yo no me quedo por aquí después de que oscurezca”. Si a la luz del sol, la estampa de la casa ya genera una cierta sensación de angustia, por la noche es el momento del baile de sombras que acontece entre los corredores.
Eleanor, que viene de cuidar durante años a su madre enferma y que no tiene una vida propia (vive con su hermana) ve este experimento como una oportunidad de comenzar su propio camino. No obstante, al llegar, a punto está de darse la vuelta para irse por donde ha venido. Como de no ser así no habría historia, se queda y van arribando el resto de invitados.
Theodora es una mujer inusual para la época, acaba de dejar a una amiga con la que convive (suponemos que en realidad era su pareja) tras una bronca y se ha marchado al escuchar la llamada de Montague. Es especialmente sensible a lo que piensan los demás, casi lo adivina, y tiene una personalidad extrovertida, irónica y descarada. Encarna esa sinceridad deslenguada que cae simpática.
Por su parte, Luke es un raterillo sin oficio ni beneficio al que su tía (dueña de la casa) obliga a pasar esas semanas allí para que vigile a los intrusos y así tenga algo que hacer, al margen de robar y continuar con la mala vida que lleva. Montague representa, por su parte, la coherencia, la racionalidad, el espíritu mismo de la ciencia y el rigor. En La maldición de Hill House tiene un papel de padre con respecto a los demás, que genera cierta tranquilidad.
El gran personaje de La maldición de Hill House, a pesar de ellos, es la casa. Una construcción cuyas paredes parecen rectas, pero de ángulos torcidos imperceptiblemente para generar esa sensación de apabullante angustia, de monstruo que quiere comerse sin demora aquello que penetra en sus fauces.

La maldición de Hill House: la adicción al miedo
Muchas personas, entre las que por supuesto me incluyo, sienten más miedo al leer historias de terror que al verlas. La primera impresión de una imagen que asusta es muy potente, estamos de acuerdo. Pero leer algo de lo que tu cerebro se inventa esa fotografía del horror es bastante peor.
Hay partes en La maldición de Hill House que hielan la sangre. Realmente, como tal, no pasa nada. El miedo va por debajo, buceando. Como les sucede a los personajes, todo son sombras, golpes, sensaciones, puertas que jamás permanecen abiertas. Este tipo de terror psicológico es mucho más dañino a largo plazo que cualquier otro.
La casa quiere tragarse a los personajes, ellos lo notan, quiere quedárselos, embalsamarlos, guardarlos para siempre en su interior. De la misma forma, el lector tiene la sensación de ser engullido por el libro, de estar en Hill House y no poder salir, o lo que es lo mismo, no poder dejar de leer.
La forma de narrar de Shirley Jackson, la intensidad de ciertos pasajes, hacen que no quieras soltar el libro de La maldición de Hill House. aunque estés tiritando en el sofá y mirando de reojo hacia la puerta de la sala, esperando que algo informe toque para que le dejes pasar. El relato es adictivo, la historia le traga a uno así como la mansión quiere hacer con los protagonistas.
Es de este modo es como Hill House actúa. En un momento dado los cuatro personajes saben que la casa físicamente no les va a hacer nada. Es mucho peor lo que pasa en sus mentes y, especialmente, en la de Eleanor. Ella, que es la más débil mentalmente, la más dócil, agradable, tierna e ingenua, es a la que la casa escoge. La elige, quizá, porque es más fácil colarse en su cabeza y arrebatarle la individualidad, despojarla de su empatía y retorcerla (gracias a sus traumas maternos) para volverla mala, egoísta, cruel y que incluso acabe odiando a sus compañeros de batalla.

Shirley Jackson: el horror doméstico de los años 50
Shirley Jackson nació en 1916 en San Francisco. En los años 50 era madre, esposa, ama de casa y escritora. Estaba inmersa en un matrimonio infeliz e, incluso, hubo una época en la que le costaba salir de casa (esto quedó reflejado en la ficción por la película Shirley, protagonizada por Elisabeth Moss).
Seguramente de ahí nazca ese calificado como horror doméstico. El terror de que se le cayera la casa encima, que el edificio la tragase y se negara a soltarla, haciendo de sí mismo una prisión plagada de terrores nocturnos y diurnos.
La maldición de Hill House comienza con ese ente, que es la propia casa, revelándose (todo lo que anduviese por ella caminaba solo). Es un inicio que ya te encadena a la lectura, te ata a los protagonistas y, sobre todo, a la mansión. En estos recopilatorios de “mejores inicios de la literatura” debería sin duda incluirse el de esta obra, que hiela la sangre y genera ganas de continuar a partes iguales.
“En esta casa – dijo Eleanor – nada se mueve hasta que apartas la mirada, y aun en ese momento solo te percatas con el rabillo del ojo”.
Esa es la sensación que uno tiene cuando lee La maldición de Hill House, que por los márgenes del libro, escondido, algo acecha agazapado esperando su momento.