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Sitges 2025: ‘Reflection in a Dead Diamond’ y ‘The Plague’: el pasado que arde bajo la piel


Sitges 2025 sigue siendo un espejo fragmentado donde cada película devuelve una versión torcida del mundo. Reflection in a Dead Diamond, de Hélène Cattet y Bruno Forzani, transforma el recuerdo en un objeto afilado, mientras The Plague, de Charlie Polinger, lleva la adolescencia al terreno del contagio moral. Ambas retratan el mismo miedo ancestral: el de ser visto demasiado de cerca.

Reflection in a Dead Diamond (Reflet dans un diamant mort): el deseo como detonador visual

La directora Hélène Cattet y Bruno Forzani regresan con su propuesta más hipnótica y laberíntica hasta la fecha. Reflection in a Dead Diamond es un delirio sensorial, un collage de memoria, crimen y deseo, ambientado en un universo que parece construido con los restos de mil películas olvidadas.

El protagonista, John D (interpretado en su madurez por Fabio Testi y de joven por Yannick Renier), vive retirado en un hotel junto al mar. Una desaparición repentina lo obliga a mirar atrás, pero lo que encuentra no es un recuerdo sino un caleidoscopio de versiones posibles de sí mismo.

Cattet y Forzani filman como si diseccionaran un sueño. Cada plano parece a punto de romperse, cada reflejo amenaza con convertirse en otro. Colores saturados, texturas de otro tiempo, ecos del giallo y del euro-thriller setentero conviven en una experiencia que no pide comprensión, sino abandono. La música se comporta como un arma de hipnosis y el montaje corta como un cristal.

Más que una historia, Reflection in a Dead Diamond es un estado mental: la nostalgia de algo que nunca ocurrió, el vértigo de saberse irrepetible. Los directores no reconstruyen el pasado, lo dejan brillar un instante antes de volver a hacerlo añicos.

Póster de Reflection in a Dead Diamond.
Póster de Reflection in a Dead Diamond.

The Plague: juventud, fiebre y contagio

La ópera prima de Charlie Polinger arranca como un coming-of-age deportivo y termina convertida en una parábola enfermiza sobre la crueldad y la pureza. En un campamento de waterpolo, un grupo de adolescentes compite por ser los mejores, pero una enfermedad desconocida, o tal vez un rumor, empieza a circular entre ellos. La llaman “la plaga”, aunque nadie sabe exactamente qué es.

Everett Blunck interpreta a Ben, un chico nuevo que intenta adaptarse a un entorno donde la masculinidad huele a cloro y miedo. Su figura paterna está encarnada por Joel Edgerton, que aporta una calma ambigua: la del adulto que intenta proteger, pero también perpetúa las normas que enferman a los jóvenes. Edgerton es el eco del mundo exterior que observa sin intervenir, símbolo de una autoridad tan ausente como dañina.

Polinger rueda con una fisicidad casi táctil. La cámara roza los cuerpos, observa los gestos con un erotismo que incomoda y convierte el sudor, la respiración y la fiebre en lenguaje narrativo. The Plague es menos una película sobre enfermedad que sobre el miedo a contagiarse de uno mismo, sobre lo frágil que resulta ser diferente cuando todos quieren ser idénticos.

La plaga, al final, no es biológica sino moral: la exclusión, el señalamiento, la violencia del grupo frente al individuo. Y cuando el brote llega a su clímax, el terror es tan real que cuesta distinguir si lo que arde es el cuerpo o la culpa.

Póster de The Plague.

Sitges 2025: Epílogo de día

Reflection in a Dead Diamond y The Plague parecen hablarnos desde extremos opuestos, pero comparten un pulso subterráneo. En la primera, el pasado se descompone hasta convertirse en joya corrupta; en la segunda, el presente se infecta hasta pudrirse. Ambas películas recuerdan que mirar demasiado puede doler, y que la memoria, igual que la juventud, siempre termina brillando justo antes de romperse.

Y así sigue latiendo Sitges 2025, ese territorio donde el terror no solo se proyecta, sino que respira entre nosotros. Un festival que, como sus películas, nos obliga a mirar el reflejo aunque duela, y a admitir que a veces el miedo también es una forma de belleza.