‘The Humans’: la mujer sin rostro que acecha en las pesadillas, y en la realidad
El 26 de agosto se estrena en FILMIN The Humans, el debut de Stephen Karam como director de cine. El guion teatral que escribió en 2015 es trasladado a la pantalla. Con una atmósfera dramática espléndida y una cinematografía exquisita. Una primera cinta del cineasta, bastante prometedora. Aunque quizás el ritmo del argumento se descuelga de la calidad de las imágenes.
En 1928 el pintor René Magritte llevó a cabo una de las piezas más hermosas y angustiosas al mismo tiempo: Los amantes. Con esa pintura de los amantes sin rostro que se funden en un beso, se transmite el enigma y la belleza de este. Al mismo tiempo que la angustia y la asfixia de no poder respirar con los velos húmedos que cubren sus rostros.
¿Qué significa esta pintura? Tal y como bien decía Marcel Proust: “Cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo. La obra del escritor no es más que una especie de instrumento óptico ofrecido al lector para permitirle discernir lo que, sin ese libro, no hubiera podido ver en sí mismo”. Algo que ocurre con todas las obras de arte, incluido el teatro y el cine.
La vida real funciona como esos velos húmedos que, de forma inevitable, y en algunas ocasiones, no te dejan respirar. Entrelazando además de forma inexorable a todos los seres humanos que comparten algún tipo de relación. Y es que la condición humana, ha quedado históricamente plasmada como indescifrable. Como hermosa a la vez que terrorífica. Porque el ser humano es capaz de crear lo más bello, como el séptimo arte. Pero en el otro extremo y al mismo nivel, también es capaz de destruirlo.
Una historia que atraviesa la pantalla, dejando atrás el telón
El relato The Humans fue en primer lugar una obra teatral, estrenada en 2015. El dramaturgo Stephen Karam, ha ganado dos premios Pulitzer con sus guiones de teatro Sonso f the Prophet (2012) y la propia The Humans. En 2021, decide dar el paso más allá de las bambalinas y traslada su obra de teatro al cine. Este tipo de adaptaciones tiene tantas ventajas como desventajas. Otras películas como la española Toc, Toc (Vicente Villanueva, 2017) o Un dios salvaje (Roman Polanski, 2011) llevan a cabo una fórmula similar. Recurriendo al escenario único, donde el foco se pone en los personajes y sus diálogos.
Sin embargo, la peculiaridad de The Humans reside precisamente en su mayor foco en el escenario. El cual cobra vida más allá de los propios humanos que lo transitan. ¿Tendrá más alma una casa que la persona que en ella habita?
Los planos que encuadran de forma excelsa cada detalle de la escenografía son de una calidad exquisita. Perfectos para el deleite cinematográfico de la audiencia. Algo que no habría sido posible sin el trabajo del director de fotografía Lol Crawley. La cámara atraviesa cada estancia, ventana y escalera del edificio donde todo transcurre. Regalando imágenes de una belleza cinematográfica incuestionable. Sin embargo, estas secuencias se descuelgan en cierto modo del ritmo argumental.
The Humans: un relato donde lo visual supera con creces lo argumental
La construcción visual y su juego con la escenografía tiene un sentido alegórico que cobra cierto sentido al final del filme. Sin embargo, a lo largo de la cinta, parece que el cineasta quiere plasmar su calidad cinematográfica, sin ningún vínculo con la historia narrada. En una película cuya historia transcurre en un solo escenario con los mismos personajes, los diálogos y argumento son imprescindibles para mantener el interés del público. No obstante, la ópera prima de Stephen Karam flaquea en este aspecto.
Otra pieza esencial en la construcción de este tipo de relatos son las interpretaciones del elenco actoral. Algo que supera con creces las expectativas. Destaca el ya conocido Richard Jenkins en su papel como el padre de la familia Blake. Pero es necesario reseñar el trabajo de la actriz Jayne Houdyshell como la madre. Actriz que ya ganó el premio Tony a Mejor Actriz de Teatro en 2016 por The Humans. Ella es la única que repite en la película y, por lo tanto, juega con ventaja. Algo que se demuestra a la perfección en su magnífica e imprescindible actuación.
La perspectiva de género, desafortunadamente, es muy superficial. A pesar de la inclusión de un personaje homosexual, junto a otro de diferente etnia, no es todo más que un lavado de cara. Porque el añadir a personajes secundarios pertenecientes a colectivos oprimidos por el sistema normativo, no es crear una historia con perspectiva de género, sino todo lo contrario. Con dos hombres y cuatro mujeres en escena, el hombre sigue siendo el protagonista y vertebrador del relato.
La mujer sin rostro que acecha las pesadillas, imagen alegórica que vertebra la historia
Al mismo tiempo que el hombre protagonista vertebra el relato, lo hace la mujer sin rostro que aparece en sus pesadillas. Cada rincón del piso que es transitado por el protagonista va cobrando vida ante los ojos de la audiencia. Con imágenes soberbias y una fotografía hermosa. Terminando por dar sentido a esa imagen alegórica que le persigue y observa desde cada rincón.
La manera de filmar el edificio es una de las mayores virtudes de la cinta. Dúplex unido por una escalera de caracol que termina de aportar calidad cinematográfica y narrativa al relato. Esa leve interconexión entre el piso de arriba y abajo por una simple escalera. Que realmente muestra la desconexión entre una planta y otra. Así como todo lo que transcurre en cada una de ellas. Ese vínculo entre las relaciones familiares, que también está repleto de luces y sombras. Algo que es también perfectamente construido a través de la iluminación y su juego cromático. La calidez y la frialdad de las imágenes, así como la profundidad de campo creada a través de ellas.
¿Qué puede temer más el ser humano?: ¿Aquello que le acecha en sus pesadillas? ¿o la realidad inevitable que ha de afrontar? Quizás, aquello que te persigue en tus pesadillas no es más que el reflejo de la realidad que intentas eludir.