‘Adolescencia’ (Netflix): la expansión de la manosfera, incels y misoginia en las aulas
Mucho se está hablando de la serie Adolescencia. de Stephen Graham, disponible en Netflix. La serie británica está batiendo récords de visionados en la plataforma y copa titulares en medios de comunicación de todo pelaje. Y lo hace porque nos deja mirar a través de la mirilla hacia un mundo, el de la adolescencia en el siglo XXI, que, aunque nos pese, desconocemos completamente. La miniserie de cuatro episodios, lo pone de relieve mostrándonos en primer lugar a un tierno y naif jovencito de 13 años que, a medida que avanza el metraje, desvela una verdad bañada de polarización, movimiento incel, manosfera y grandes dosis de misoginia.

La oscuridad del movimiento incel
En los últimos años, la palabra “incel” ha pasado de ser un término desconocido para el gran público a ocupar titulares, foros de debate y, cada vez más, los pasillos de las aulas. El acrónimo de “involuntary celibate” (célibe involuntario) surgió en Internet en los años 90 como un intento honesto de poner nombre a la experiencia de quienes no encontraban pareja a pesar de desearla. Sin embargo, lo que empezó como una comunidad de apoyo se fue transformando en una red tóxica de frustración, odio y violencia verbal (y a veces física) hacia las mujeres.
El discurso incel no solo no ha desaparecido, sino que ha mutado, extendiéndose a otras plataformas y espacios sociales, alcanzando así a públicos cada vez más jóvenes. Esto se ve muy bien en la serie Adolescencia. La ideología que sustenta a esta corriente se basa en la creencia de que el mundo está dividido entre “ganadores” sexuales (hombres atractivos y dominantes) y “perdedores” (ellos mismos), quienes culpan a las mujeres por sus fracasos románticos o sexuales. La misoginia es el cemento que une esta narrativa.
Y, precisamente, lo preocupante no es solo que este discurso exista en los márgenes de Internet, sino que ha comenzado a permear el comportamiento de adolescentes en edad escolar. Profesores y orientadores alertan de un creciente desprecio hacia las chicas, de burlas que antes se habrían considerado impensables y de una cultura del odio que se disfraza de chiste o meme. Lo que se decía en foros anónimos ahora se escucha en los patios de los institutos.

Adolescencia y ¿el reflejo de una generación?
La serie Adolescencia, estrenada recientemente en Netflix, ha puesto el foco en esa etapa vital en la que se fraguan muchas identidades y también muchos odios. Lo hace sin tapujos, sin concesiones, y con una crudeza que incomoda.
Los personajes masculinos de Adolescencia no son villanos de caricatura. Son chicos que podríamos encontrar en cualquier aula: inseguros, frustrados, a veces víctimas de su propio entorno. Pero también son chicos que reproducen discursos peligrosos, que enmascaran su dolor en misoginia y que encuentran en los algoritmos de TikTok o YouTube una validación constante. La serie logra retratar cómo la masculinidad tóxica puede incubarse en silencio, alimentada por un sistema, en este caso digital, que la refuerza y le da alas.
Adolescencia: la responsabilidad de las redes sociales
Mucho se habla de la responsabilidad de las redes sociales en esto o aquello, pero pocas medidas y cortapisas se ponen al respecto. Sabemos que los CEOs, CMOs, CTOs y cuantas siglas de mandamases de este tipo en las grandes tecnológicas se te ocurran, no dejan que sus hijos accedan a las plataformas ultra dopaminadas que ellos mismos han creado. Pero, el resto de los menores las consumen a diario, anestesiados por unos algoritmos que anulan la capacidad crítica, refuerzan la polarización y dañan de forma irremediable a las nuevas generaciones. No es un problema menor.
Es inevitable pensar en la responsabilidad que tienen las plataformas digitales en la propagación de discursos como el del movimiento de los incels. La famosa burbuja algorítmica no solo muestra lo que nos interesa, sino que también puede llevarnos por caminos oscuros si no hay una educación crítica que nos prepare para navegar por Internet. La serie Adolescencia funciona como un aviso: esto ya está pasando, y en nuestras casas, en nuestros colegios, en nuestras pantallas.
Del meme a la agresión: cómo se normaliza el odio
El papel de las redes sociales en este fenómeno no puede subestimarse. Plataformas como YouTube, TikTok, Instagram o incluso foros como Reddit han servido como caldo de cultivo para discursos misóginos disfrazados de humor, autocompasión o pseudociencia. Los algoritmos no solo recomiendan contenidos similares a los que consumimos, sino que refuerzan sesgos y pueden empujar a los jóvenes a una espiral de radicalización sin que apenas se den cuenta. En este entorno, los incels encuentran comunidades donde su frustración es validada y amplificada, creando una cámara de eco donde la violencia simbólica (y en ocasiones real) se percibe como legítima.
En las aulas, la misoginia ya no llega solo con insultos abiertos. Viene disfrazada de sarcasmo, de bromas aparentemente inocentes o de memes compartidos por WhatsApp. Se cuela en las conversaciones cuando se habla de las compañeras, cuando se comentan fotos de Instagram, cuando se ridiculiza el feminismo como si fuera una moda exagerada.

Adolescencia: los influencers que se meten en el coco de tu hijo
Los adolescentes no son ajenos a estas narrativas. Crecen en un entorno hipermediatizado donde las figuras referentes son youtubers, streamers o influencers cuyas opiniones pueden tener más impacto que las de un docente o un familiar. En este panorama, los discursos misóginos adquieren un barniz de legitimidad si quien los dice es carismático o divertido. Y lo preocupante es que, muchas veces, lo es.
Hay una delgada línea entre la ironía y el desprecio, y los chicos que se inician en estas comunidades incel a menudo no la perciben. Lo que empieza como un simple comentario se convierte en una forma de pensar. En este sentido, el humor puede ser tanto herramienta de denuncia como de reproducción de la violencia. Y no estamos hablando de exageraciones: las estadísticas sobre violencia de género en edades tempranas no paran de crecer.
Según un estudio de la Fundación ANAR, los casos de violencia de género en adolescentes aumentaron un 87,2% entre 2018 y 2022. Un 23,1% de chicos entre 15 y 29 años creen que la violencia de género “no existe o es un invento ideológico”, según el Barómetro Juventud y Género 2023 del Centro Reina Sofía de Fad Juventud.
Educar, no censurar: la urgencia de la prevención
¿Qué se puede hacer ante este fenómeno? Lo primero es asumir que prohibir o censurar no es suficiente. De poco sirve quitarles el móvil si no hay un acompañamiento emocional y educativo que les permita desarrollar pensamiento crítico. Hablar de afectividad, de consentimiento, de empatía, no debería ser una cuestión opcional en los planes de estudio.
Es urgente formar a los docentes para que puedan identificar estos discursos a tiempo. También hay que dotar a las familias de herramientas para abordar estos temas sin caer en la moralina o el castigo. Pero, sobre todo, hay que escuchar a los adolescentes. Entender de dónde vienen sus miedos, sus inseguridades, su rabia. Porque muchos de estos chicos no son monstruos: son producto de una cultura que no les ha dado otras formas de ser hombres.
Adolescencia acierta al no ofrecer respuestas fáciles. Su mayor virtud es quizá mostrar la complejidad del problema, sin caer en la demonización ni en la justificación. En ese sentido, es una serie necesaria, incómoda y valiente. Y ojalá sirva para abrir un debate más profundo en las aulas, en casa, en la sociedad. Porque el odio no es un juego. Y si no lo frenamos a tiempo, sus consecuencias pueden ser devastadoras.