‘El rayo verde’: el mito de Éric Rohmer

Preferentemente en la playa, en un día despejado, desde una posición alta y sin que nada ni nadie interrumpa unos cuantos metros de horizonte, quizá sea posible ver el rayo verde. El fenómeno óptico es el último destello visible del ocaso solar. No es fácil observarlo, y es probablemente por eso por lo que muchos atribuyen a este hecho físico un poder mágico con alma de mito.

Ya en 1882, Julio Verne escribió una novela llamada El rayo verde en la que dotaba a este fugaz reflejo del sol de un poder de entendimiento. La historia giraba entorno a la idea de que si la protagonista lo observaba, entendería sus sentimientos y los de aquellos que la rodeaban.

Lo cierto es que cuando en 1983, Éric Rohmer tuvo la idea primigenia de lo que tres años después sería El rayo verde, la película no tenía aparente conexión con el último destello de la puesta de sol. De hecho, los títulos que se manejaban en un principio eran La paseante, Un amor de vacaciones o Los veraneantes de agosto. No obstante, todo se desarrollaría a golpe de casualidad y el cineasta seguiría el camino del escritor para presentar una de sus mejores obras.

La huida de Delphine

En El rayo verde (1986) Rohmer cuenta la historia de Delphine, interpretada por Marie Rivière, una joven parisina que de la noche a la mañana se queda sin plan para sus días de vacaciones de verano. Este hecho destapa en ella un gran desasosiego. No está a gusto con nadie, se siente mal con ella misma y está sola.

A pesar de la melancolía y tristeza que arrastra, Delphine siempre se sobrepone e intenta salir del atolladero. Visita diferentes lugares, va a la playa, va a la montaña, va a la casa de verano de una amiga, pero ningún sitio es suficiente y siempre regresa a París hastiada, deshecha, y con días de vacaciones de más.

El rayo verde
El rayo verde.

Delphine busca, no sabe qué, pero busca. En su camino va encontrando pequeños rastros de luz. Se topa con cartas por la calle, escucha conversaciones sobre fenómenos ópticos, huye y después regresa y, todo ello, la lleva hasta el esperado rayo verde. La esperanza resurge al final del filme en forma de destello esmeralda. Delphine está tan desesperada que deja las decisiones importantes, su futuro, al azar. Si uno se detiene a pensar se da cuenta de que esta esperanza está plastificada y es tan efímera como el propio rayo verde.

Un Éric Rohmer harto de pretensiones

Soy guapa. Soy de Biarritz. Debería gustar y los hombres no me prestan atención, ¿por qué?”. El anuncio se publicó en un periódico de Biarritz en octubre de 1983. La bombilla se encendió en la cabeza del director y guionista. Esta llamada desesperada en un diario local fue la primera semilla para que creciera la planta de El rayo verde.

La idea surgió en ese momento y, en menos de un año, en verano de 1984, se filmaría todo el metraje, aunque no se estrenaría hasta dos años después, en 1986.

Hacía tiempo que Rohmer estaba pensando en hacer una película sin guion. Lo que le motivó fue, seguramente, el hartazgo producido por el rodaje de Las noches de la luna llena (1984). Una cinta con más presupuesto del habitual para el francés (si bien no llegaba a la media de esa época) y que no le había satisfecho como otras. El abuelo de la Nouvelle Vague estaba harto de que catalogaran su cine como literario, solo preocupado por el texto y con personajes que hablaban de forma artificial.

A Marie Rivière le confesaría: “Me reprochan que hago frases demasiado largas. ¡Pero en la vida la gente habla mucho tiempo sin parar! Y voy a demostrarlo. Nadie verá la diferencia entre un texto escrito por mí y uno improvisado”.

Fue así, de este repentino (o no) arrebato de insolencia, como se decidió que El rayo verde sería una película sin guion. Se sabía qué pasaría al final, pero no estaba escrito. Para prepararse, durante diciembre de 1983, Rohmer pasaría mucho tiempo hablando con Marie Rivière y grabándola en un magnetofón. Ya había trabajado con la actriz en La mujer del aviador (1981) y ella tenía formación en improvisación. Debía darle la sensación de que era ella quien escribiría la película dejándose llevar por la espontaneidad delante de la cámara, pero él guiaba la conversación hacia los puntos que le interesaban para contar la historia.

El propósito de Rohmer al hacer El rayo verde era, según la propia Marie Rivière, musa indiscutible del largometraje: “Seguir a una chica que está sola e intentar comprender por qué no consigue sentirse a gusto con los demás”.

Marie Rivière en El rayo verde.
Marie Rivière en El rayo verde.

Una película amateur

A pesar de que el largometraje es una de las obras cumbre de su autor, el rodaje y proceso de creación fue casi un experimento. Para empezar costó un esfuerzo de meses conseguir una producción solvente para el proyecto, que no era precisamente de los más caros de la época.

Mientras se arreglaba la parte financiera, en verano de 1984, Rohmer y cuatro mujeres rodaron la película. “En El rayo verde, donde la improvisación era casi total, tenía algunas escenas planteadas, pero ningún diálogo había sido escrito. Es cierto que Marie Rivière, en el momento de sus confidencias, era mucho más libre porque todo el cuadro técnico estaba compuesto por mujeres. Eso creó una complicidad, una connivencia”, afirmó el director.

La productora, una operadora, la técnica de sonido y Marie Rivière era todo lo que tenían. El resto de actores, algunos sí reconocidos como Béatrice Romand o Rosette, eran personas que se encontraban por la calle o amigos de Marie.

Marie Rivière y Rosette en El rayo verde.
Marie Rivière y Rosette en El rayo verde.

Hay una escena particular que constituye el núcleo del sentido de la película. Se trata de esa en la que un grupo de señoras habla sobre la novela homónima de Verne. Eran personas que encontraron en la playa y, en particular, un señor mayor explica el fenómeno óptico al resto. Este hombre era en realidad un investigador alemán experto en este tipo de hechos meteorológicos. La casualidad no solo vertebra la ficción, sino que también ayudó en el plano de la realidad a que la película fuese lo que es hoy.

Por supuesto, los contratos eran precarios, pues no había nada asegurado y eso causó ciertas tensiones. Para arreglar el problema con la producción, consiguieron un acuerdo con el Canal +. La película se vería en televisión antes que en el cine, algo que desató el recelo de muchos. Hubo que recalificar la película como telefilme para que pudiera pasarse en la caja tonta. Al mismo tiempo, El rayo verde ganaba el León de Oro en el Festival de Cine de Venecia, pese a la reticencia de algún miembro del jurado, y acumulaba espectadores en las salas de cine recuperando por completo lo invertido. Resulta paradójico pensar que esta obra acabara a la vez en la categoría de telefilme y con uno de los mayores galardones del cine europeo bajo el brazo.

Explorando la feminidad

“Es más fácil poner algo de uno mismo en una película en la cual estará disimulado (a mí me gusta estar disimulado). Como se sabe que la identificación no podrá ocurrir, resulta menos embarazoso. Así que, de alguna manera, podría decir: Delphine soy yo”, declaró Éric Rohmer en una entrevista sobre la cinta. Le gustaba estar disimulado, tanto que su nombre de cineasta era un pseudónimo (en realidad se llamaba Maurice Schérer), tanto que su madre no sabía que era uno de los directores con mayor prestigio de Francia.

Es conocido, asimismo, el gusto rohmeriano por las protagonistas jóvenes y bonitas. Al hilo de esta obra también dijo: “No es que ame las chicas jóvenes, sino que siento a la joven que hay en todo hombre. La siento dentro de mí”.

Éric Rohmer.
Éric Rohmer.

El rayo verde es la historia de una mujer perdida, en constante búsqueda, incómoda por todo. Reflejo, en palabras del autor, de esa parte de él, más delicada y femenina, que no se sentía del todo a gusto en el mundo y que, en ocasiones, no sabía bien cómo abrazar la soledad.

El rayo verde: en búsqueda y captura

No había nada escrito, los actores improvisaban con base en unas pautas de Rohmer y si quería que dijeran una frase concreta se la decía, pero no se escribía.

Lo único que estuvo claro desde casi el principio era el final. Delphine veía el rayo verde junto a un posible nuevo amor. Había que filmarlo. Y lo consiguieron. Se capturó primero en Biarritz, pero no acabó de convencer al equipo porque no se veía del todo bien en cámara. Se mandó entonces un operador de cámara al Canal de la Mancha y otro a la costa atlántica. Este último atrapó el rayo en Las Palmas de Gran Canaria en las navidades de 1985. El resto de la historia estaba acabado y quedó resguardado más de un año esperando a este fenómeno que no se dejaba coger con facilidad.

Pese a conseguir la toma precisa, seguía sin verse nítidamente en cámara y hubo que usar artimañas técnicas para lograr que el verde refulgiera en las pantallas. La película se estrenó así y todo quedó ahí hasta 1996.

El rayo verde.

En ese año, Rohmer y su equipo se encontraban en Dinard, en la costa francesa, filmando Cuento de verano, uno de los capítulos de sus Cuentos de las cuatro estaciones. Al finalizar el rodaje, en un día claro de cielo despejado, el artista sorprendió a su equipo técnico pidiéndoles que no se marcharan: quería apresar el rayo verde a toda costa. Melvil Poupaud, protagonista de Cuento de verano contó la historia de ese día: “Era como Acab empeñado en capturar a Moby Dick. Nos apostamos sobre el acantilado. Nunca había visto a nadie tan excitado. Cuando llegó el momento rodamos un chasis entero, diez minutos, hasta que el sol se puso…, pero no hubo nada, apenas un tenue resplandor. Se sintió decepcionado y disgustado, y para embriagarse, como no bebía, bailó como un chalado, bailó la giga con nosotros hasta el final de la noche…”.

A diferencia de las protagonistas del libro y la película, a Rohmer le derrotó el rayo verde. No pudo con él y no consiguió que su belleza, esperanza y fulgor real quedasen guardados en esa gran obra que es El rayo verde para deleite de todos los espectadores.

El rayo verde.
El rayo verde.

Sin embargo, sí logró su primer objetivo. Hizo una película sin guion que, para el público promedio, no tiene gran diferencia con el resto de sus cintas guionizadas en cuanto al texto, que sigue teniendo tintes filosóficos. Demostró que no somos simples al hablar, que retorcemos las palabras y hacemos frases enrevesadas y largas, que nos metemos en conversaciones incómodas sin querer y que la literatura está presente en muchas de las cosas que salen de nuestras bocas.

Como Delphine, Rohmer estaba solo en esa búsqueda incansable por encontrar la esperanza quizá perdida, quizá nunca hallada. A los demás les quedó la anécdota contada por Poupaud, la de un artista que se enamoró hasta el final del mito del rayo verde.