‘Godzilla: La Guerra del Medio Siglo’, un viaje nostálgico plagado de retos inolvidables
Cuando desapareció el soldado Ota Murakami, la bestia seguía allí. Una de las grandezas de Godzilla: La Guerra del Medio Siglo (publicada originalmente entre agosto de 2012 y abril de 2013) es haber conseguido hacer el viaje de Moby Dick (1851) en sentido inverso. El cómic de James Stokoe consigue que su protagonista vaya superando una fuerte obsesión para terminar admirando e incluso sentir cierta complicidad hacia una titánica figura que es fundamental a la hora de evocar la cultura popular.
Inexplicablemente sin traducción al castellano hasta 2023, hemos tenido que aguardar a la línea editorial Moztros para poder disfrutarla en un tomo único esta epopeya. Allí se aglutinan cinco números que son una auténtica carta de amor hacia del género del kaijū. Todo arranca en el marco temporal de una obra maestra indiscutible del celuloide, Godzilla. Japón bajo el terror del monstruo (1954).
Y es precisamente en 1954 donde se inicia la aventura que hoy nos ocupa, cuando el teniente Ota Murakami y su buen amigo Kentaro presenciaron algo muy próximo al Apocalipsis en pleno corazón de Tokio. Stokoe, el autor de la aventura, incluye una críptica referencia al doctor Daisuke Serizawa (interpretado por Akihiko Hirata), el gran héroe que se inmoló en aras de acabar con la pesadilla en el celuloide. Con mucho tino, estas viñetas consideran que sucedieron incluso más cosas de las que contaba la obra maestra de Ishirô Honda (un artista de alma pacífica que había sufrido el horror de ser recluta involuntario de las fantasías imperialistas del emperador Hirohito), algo que le permite explorar en los recovecos de la leyenda.
Bautismo sucio
Hay cuestiones donde merece más la pena ser una persona aficionada que alguien profesional. Al menos, en su punto de arranque. Nadie puede dudar que Jame Stokoe es un artista de cómic. Sin embargo, cuando aborda a Godzilla desprende una fuerte dosis de pasión que hunde sus raíces en su historia “World War G”. Se trató del trabajo de un fan consagrado a rendir tributo a una de las grandes amenazas del celuloide, ambientado en el futuro.
Gracias a la difusión por redes, Stokoe se hizo notar entre el fandom del kaijū. Empezaron a correr rumores aquel 2009 acerca de esa visión que deprendía tanta pasión por la cultura pop japonesa. Eso tampoco pasó desapercibido para IDW, una editorial que había adquirido la licencia de la franquicia del monstruo. Estamos hablando de palabras mayores dentro del campo de la nostalgia, puesto que dicho sello editorial ha sido la bandera de un excelente resurgir de otras leyendas como las Tortugas Ninja.
Stokoe podía sentir que estaba acariciando un sueño de infancia. Como en todo viaje heroico que se precie, habría de superar un rito iniciático. Bobby Currow, el editor que había quedado prendado de su material online, le pidió que representara gráficamente una batalla entre Godzilla y Hedorah. El plot lo firmaría Chris Mowry. Indiscutiblemente, la elección del contrincante no había sido dejada al azar.
Hedorah es la fuerza antagonista de Hedorah, la burbuja tóxica (1971), uno de los filmes más peculiares de la saga. Octavio López Sanjuán, autor de la fantástica guía Monstruos gigantes del cine japonés: Guía de kaijū (2022), subraya que dicha aventura debe enmarcarse dentro de la personalidad del director Yoshimitsu Banno, concienciado con los problemas de la contaminación. De hecho, Hedorah es un engendro espacial poco higiénico que saca su formidable fuerza de la suciedad terrestre.
Godzilla no se destruye, simplemente se transforma
Superada la prueba, Stokoe demostró que, además de habilidades como ilustrador, conocía perfectamente los materiales previos de la criatura cuya misión era expandir por el Noveno Arte. Con una ambición inusual para un artista relativamente desconocido que acababa de obtener un encargo importante al fin, pronto solicitó a IDW hacerse cargo asimismo de las historias del monstruo. No tener el apoyo de un guionista experimentado podía ser un reto.
No obstante, la editorial aceptó, a pesar de los riesgos. Carentes de recelo en cuanto al cariño que pondría a sus páginas sobre Godzilla, sería una apuesta que, si contagiaba un átomo de su devoción al público, debía funcionar. La primera parada en 1954 ya era un viaje nostálgico plagado de retos. Y es que el guion planteado por Takeo Murata e Ishirô Honda en el primer largometraje de la saga, basándose en la historia planteada por Shigeru Kayama, iba mucho más allá del género.
La productora Toho dio luz verde a una aventura que se elevó, entre otras cuestiones, por los mágicos efectos especiales de Eiji Tsuburaya, un adelantado a su tiempo. Mientras los indefensos habitantes de la capital del archipiélago caminaba entre un gigante, el largometraje denunciaba con valentía la militarización de la Edad Contemporánea y cómo las superpotencias estaban jugando a ser deidades con las armas atómicas. El desventurado destino del barco atunero Daigo Fukuryū Maru, atormentado por las experimentaciones con una bomba de hidrógeno, resultó la fuente de inspiración definitiva. Estudios críticos como el de David Kalat o el libro Lucha de gigantes (escrito por Luis Miguel Carmona y Juan Luis Sánchez) exponen la complejidad del asunto.
El nivel detallista de Stokoe permite acentuar la sensación de que nuestra pareja de esforzados protagonistas son apenas hormigas en semejante cataclismo. Y la situación irá más allá, haciéndose personal.
Rascacielos carmesíes y junglas vietnamitas
Hay cómics que no lo necesitan. ¿Pierden un ápice de magia las historias de La Espada Salvaje de Conan por publicarse en blanco y negro? Probablemente, se refuercen. De cualquier forma, hay otras aventuras comiqueras que suspiran por el color como el gran ingrediente final. Los enormes edificios de Tokio suplican por escalas que invadan los espacios en blanco de las líneas para hacerles justicia en el caos de la destrucción provocada por el monstruo.
Godzilla: La Guerra del Medio Siglo es una obra muy afortunada por contar con una colorista como Heather Breckel, quien firma uno de sus mejores trabajos. No hay ejercicios de complemento rimbombante, puesto que con una predilección por el rojo hay un perfecto acompañamiento a las pisadas y destrucción del rey de las primigenias criaturas.
Posteriormente, iremos a una tonalidad distinta, la propia de una jungla salvaje. El siguiente salto temporal de nuestra contienda lleva a Vietnam en pleno 1967. El vuelo de los helicópteros en una splash page memorable nos retrotrae a Apocalypse Now (1979). Aquí Stokoe quiere rendir tributo a la Era Shōwa, esos primeros compases de una franquicia de películas que, si bien perdieron el impacto de la obra original, jamás carecieron del favor popular.
Este flash forward nos hace conocer una versión más curtida de Murakami, con dejes de algunos de esos esclarecidos veteranos de la guerra en el país asiático. Mitad de locura y otra de genialidad para descifrar lo salvaje. Lejos del shock que fue Tokio, aquí va aprendiendo que los animales como Godzilla tienen sus costumbres que pueden anticiparse, además de armar el suficiente barullo para captar su atención. Lástima que eso también conlleve a despertar a Anguirus, criatura del Cretácico, el primer gran oponente de su tamaño que encontró el rey de los monstruos (Godzilla contraataca, 1955).
Godzilla, cuestión de carácter
Hay muy pocas reglas que deban tenerse en cuenta para hacer una aventura entretenida de Godzilla. No obstante, vulnerar cualquiera de ellas puede desencadenar un despropósito. En todo momento, debe comprenderse que existen las mismas posibilidades de domar su carácter que las opciones de las que dispondríamos para hacer cesar una tormenta chasqueando los dedos. Un buen exponente de ello sería Godzilla Vs. The Mighty Morphin Power Rangers (2022), una miniserie de cinco números que, afortunadamente, ha sido sacada asimismo en castellano por Moztros.
Cullen Bunn entrega al público una refrescante y poco reflexiva trama, apenas una deliciosa montaña rusa para disfrutar de los héroes juveniles favoritos de la década de los noventa afrontando a una presencia titánica. Pese a ello, al igual que Stokoe, Bunn no comete el error de exhibir a la gran criatura como un océano que no es consciente de que ahoga a los náufragos: cuando Rita Repula intenta controlarlo mentalmente con su magia, comprendiendo pronto que está empujando la roca de Sísifo.
Un mecanismo similar lo advertimos en Godzilla vs. Kong (2021), donde la única solución que le queda a la Armada es apagar luces y motores para darle a entender a la bestia de que ha ganado. Es todo lo que necesita saber, cesa las bocanadas de su aliento. Paralelamente, no se conformaría con menos. Un espíritu indomable que Stokoe conoce a la perfección y sabe insuflar esa admiración en Ota Murakami, quien termina comprendiendo los códigos de su adversario.
Al igual que Murakami, casi exhalamos un suspiro de alivio cuando vemos que la criatura sigue siendo tan cabezota e indomable como en 1954. Una metáfora de la propia supervivencia de esta genial invención que ha conocido toda clase de etapas. De ser el terror de Japón a tornarse en su salvador.
Godzilla: La Guerra del Medio Siglo: Daños colaterales
Una de las cuestiones que nos hacen empatizar con el protagonista de nuestra aventura es su capacidad de asumir que algunas cuestiones son imposibles. En lugar de estrellarse contra una muralla insalvable, logra ayudar a la brigada especial de la que forma parte a la hora de establecer perímetros de seguridad e intentar salvaguardar lo máximo posible a ciudades como Bombay o la propia Tokio.
Como suele suceder en muchos filmes sobre monstruos, Stokoe presenta la verdadera maldad en algunos humanos. Por ejemplo, “Doc” Randall, quien escenificaría ese porcentaje de nuestra especie que ante las crisis ven una oportunidad de lucrarse. A ese respecto, una de las metáforas más interesantes la hallamos en Mechagodzilla, cuya primera aparición en 1974 debe enmarcarse dentro de la fiebre nipona por los robots gigantes debido al emergente éxito de Mazinger Z. Si bien el diseño original del ingenioso Akihiko Iguchi sigue manteniendo un gran potencial visual, Stokoe atina al darle un origen puramente terráqueo, olvidándose el tono alienígena de su origen que podría haber desvirtuado un poco el tono de esta miniserie.
De hecho, aquí se marca un tono más realista para esta temible fuerza contra Godzilla que luego pudimos apreciar asimismo en la versión hollywdoodiense que aportaba la compañía Apex Cybernetics. La pureza de Murakami contrasta con las manipulaciones de los grandes estados a la hora de intentar aprovechar a estas fuerzas de la naturaleza en aras de conseguir objetivos geopolíticos.
Un idéntico foco pone el dibujo a la hora de hacer justicia a Mothra. De hecho, no parece casualidad que Moztros haya regalado en su primera edición una pegatina del célebre lepidóptero. A diferencia de muchos otros enemigos de Godzilla, dicha criatura voladora puede presumir de haber tenido su propio film (1961) antes de haberse dejado caer por la franquicia (1964).
La inexorable clepsidra
Conforme avanza la cronología de La Guerra del Medio Siglo, más podemos apreciar la evolución de la saga. Por ejemplo, la cuarta entrega nos transporta a 1987, unos instantes coetáneos a la llamada era Heisei del rey de los monstruos, un periplo que marcó un punto de ruptura y solamente tenía referencias a la primera parte de 1954, ignorando toda la demás continuidad.
Un curioso reflejo de la sensación que va teniendo el teniente Ota, probablemente compartiendo la impresión de esa parte del fandom que un día se despierta descubriendo que es más viejo que Batman, Superman o Wonder Woman. Las figuras de la ficción que veneramos en la infancia se nos revelan después como un retrato de Dorian Gray a la inversa que siempre permanecerá joven y lozano.
Igual que acontece con los cazadores de Drácula, la Fuerza Anti Megalosaurus está destinado a ver que su objetivo no se fatiga o muestra arrugas. Godzilla seguirá haciendo arder las costas de China y provocando temblores en Taiwán, mientras ellos van enterrando a sus camaradas.
Buen conocedor de los hitos indispensables, Stokoe regala alguna splash page memorable, algo que luce especialmente con las batallas campales frente a Ghidorah, el célebre dragón de tres cabezas que provocó dos hechos fundamentales en nuestra leyenda: Ishirô Honda volvió a ponerse detrás de las cámaras y el guion de Shinichi Sekizawa apostaba por colocar a Godzilla como el salvador de Japón antes que su destructor.
El campo de cultivo perfecto para que Stokoke pueda colocar las últimas piezas de un tablero donde cerrar un círculo metaficcional casi perfecto.
Shōwa Must Go On
Con mucho tino, el telón del arco argumental cae en 2002, quedando enlazado con la época Millenium, donde surgieron nuevas amenazas como Orga, entidad alienígena hibernada que, de momento, se ha tenido que conformar que breves cameos en algunas secuelas. Son unas viñetas de mayor maquinaria, alta tecnología y la demostración de que la humanidad ha alcanzado un potencial destructivo que nada debería envidiar a un kaijū.
Sin caer en spoilers, podemos asegurar que la última batalla (no necesariamente como enemigos) de Ota Murakami con el rey de los monstruos está a la altura de todo lo que cabría esperarse de un gran samurái que ha aceptado su destino. Una última llamarada de la que no se reducirá a cenizas un diario muy especial.
Honestamente, pocas cosas pueden gustar más al auditorio que ver a presencias malignas siendo asoladas por otras tan o más poderosas que ellas. No contento con su viaje metaficcional de diez lustros, Stokoe ha seguido vinculado con su querido monstruo, incluyendo otras miniseries de interés como Godzilla in Hell (2015). Un giro dantesco que podría hermanarse con otra propuesta de IDW que pareció beber de este descenso a lo avernos de la bestia: Shredder in Hell (2020). Ya sea en el Noveno Arte o series de animación (tradición iniciada en 1978), la amenazante criatura halla vías de escape.
El rey de los monstruos no ha muerto. Larga vida.