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Wislawa Szymborska: a algunos todavía les gusta la poesía

“Les gusta,

como también les gusta la sopa de fideos,

como les gustan los cumplidos y el color azul,

(…)

como les gusta salirse con la suya,”

La palabra de Wislawa Szymborska podría ser un bisturí ardiente. La brillantez, el movimiento corto y preciso. Afilada como para cauterizar una estampa de la realidad o toda una oscura historia en tan solo una frase breve y concisa. En una palabra, común y anodina, que se concentra en una esencia, en un punto y final.

Wislawa Szymborska
Wislawa Szymborska

Podría serlo pero no del todo; al final se templa, con frescura, en la funda llena de nieve fría de una fina ironía que ofrece el aparente escape de un sentido del humor. Del juego que parece restar filo (aunque no agudeza).

Aún la vuelve al ojo inexperto algo similar a un juego amable, en lugar de un instrumento quirúrgico de tratar realidades. El verso de una mujercita menuda que tenía la elegancia de parecer siempre inofensiva y de estar siempre a punto de podar a su gusto algún seto o sustantivo.

Aunque lo desmintiera esa sonrisa cargada de inteligencia, la suficiente para comprender la broma infinita de la vida que oculta su importancia en los lugares más visitados por todos, los que están más a la vista, los comunes.

“Una vez encontró en los arbustos una jaula de palomas. Se la llevó y para eso la tiene, para que siga vacía”

Wislawa Szymborska

Confieso que he vivido

Lo suficiente como para haber sobrevivido a la Gran Guerra y aun así no ir por ahí contándolo nunca para ganar un lector. Wislawa escribía como vivía: discretamente, a pasos pequeños, recorriendo con ellos todo el camino de cuanto merecía la pena verse, contarse y aún callarse en la vida.

Los silencios son casi más significativos que las palabras a la hora de contar la historia que el lector tiene que esforzarse en completar con la imaginación. No hay un paso dado al azar. Pero tanta pequeñez esconde la magia de la intensidad; el secreto de cómo somos y como sobrevivimos, dicho y no dicho.

Soy una persona muy chapada a la antigua, que se resiste a hablar de sí misma. Aunque quizás sea, más bien, al contrario: soy vanguardista: ¿y si en épocas venideras la moda de desnudarse públicamente fuera cosa del pasado?

Wislawa Szymborska

 Su discreción tiene el sentido de la educación más clásica de la vida, aquella en la que la letra con sangre entra.

La escritora nunca hablaba de sus sentimientos ni de los hechos de su vida, ni de sus filias o fobias políticas. En Polonia, su país natal, vio a edad muy temprana como la ola del nacionalsocialismo anegaba viejas mentalidades y dejaba corrientes muy turbias que te podían arrastrar solo por haber vivido contando abiertamente quienes eran tus antepasados o por tus simpatías políticas.

Wislawa Szymborska
Wislawa Szymborska

Esto ocurrió en varias ocasiones, de hecho. Primero durante la II Guerra Mundial, con la ocupación de Alemania, donde, cuando cerraron las escuelas, aprendió estudiando en emplazamientos secretos. Después con la invasión soviética.

Ella nunca hablaba de esos periodos de infancia y juventud, pero es un hecho que los vivió y que en ellos perdió un novio que murió en el campo de Prokocim, y a su primo Román durante el alzamiento de Varsovia.

Tras sus dos primeros libros, abjuró de la corriente estalinista en ellos y tras una tercera obra de repulsa, nunca más tomo partido abierto. Pasando a centrarse en eternizar y hacer brillar los pequeños momentos cotidianos.

Que las personas que nunca encuentran el amor verdadero sigan diciendo que no existe tal cosa. Su fe les facilitará vivir y morir.

Wislawa Szymborska

Lo que dejó atrás el naufragio

A lo largo de su vida, Wislawa Szymborska dejó no solo 15 libros de poesía y prosa, sino una amplia reputación de crítica literaria gracias a sus reseñas, y de traductora fluida de literatura francesa.

Su azarosa vida fue templando ese bisturí hasta convertirlo en un instrumento especializado en reconocer la importancia de los hechos cotidianos, del momento que pasa y que para alguien en un futuro será exactamente igual y el mismo momento.

Alguien para quien el poema es el deber de dejar constancia de lo extraordinario en lo cotidiano, y la poeta, un ser que constantemente ha de reconocer esa cotidianidad y cuestionarse el mundo. Preguntarse constantemente “por qué”, pero con una sonrisa y reservándose siempre algún misterio propio. Algún silencio entre tiempos...

Wislawa Szymborska
Wislawa Szymborska

Una geógrafa del instante que dibuja un mapa amable y que a la vez que las expone, no deja de ocultar, aunque sea por discreción algunas verdades fundamentales. 

Leerla es leernos a nosotros mismos. Con destellos de claridad meridiana y una sonrisa juguetona en la comisura de la boca.

Una experiencia que le valió en 1996 un premio Nobel que recibió con discurso de agradecimiento, pero del que no dejó de preguntarse con cierta sorna en adelante porque realmente acudió a recibir la entrega si ella realmente ya estaba de vuelta de todo…

Y así era la ironía amable de Szymborska; como para descubrirla con auténtica furia.

Me gustan los mapas porque mienten. Porque no dejan paso a la cruda verdad. Porque magnánimos y con humor bonachón me despliegan en la mesa un mundo no de este mundo.

Szymborska

Wislawa Szymborska en primera persona

Wislawa Szymborsca (Kórnik, Poznan, 1923-Cracovia,2012) poeta, traductora y ensayista. Vivió en Cracovia desde 1931. Estudió Literatura Polaca y Sociología en la Universidad Jagiellonian.

Con su primera publicación Busco la palabra en 1945, seguida de Por eso vivimos en 1952 y Preguntas planteadas a una misma en 1954, logró ser reconocida en Europa.

Apelación al Yeti en 1957, Sal en 1962, En el puente en 1986, Fin y principio en 1993 y De la muerte sin exagerar en 1996, Instante en 2002, Dos puntos, en 2004, y su punto y final, Hasta aquí, en 2009, son obras posteriores.

Ha ameritado el Premio del Ministerio de Cultura Polaco 1963, Premio Goethe 1991, Premio Herder 1995 y Premio Nobel de Literatura 1996. Recibió además el título de Doctor Honorífico de la Universidad Adam Mickiewicz en Poznan, 1995.