‘Gangs of New York’: la gran batalla de Scorsese

La odisea le dejó completamente exhausto. No obstante, el director de cabellos plateados terminaba reflexionando tiempo después que no había sido la peor danza en cuanto a agotamiento. La última tentación de Cristo (1988) se mantenía como la cruzada más personal de Martin Scorsese. Al menos, Gangs of New York (2002) no exigió cruzar las fronteras incómodas de los reinos religiosos. Eso sí, el largometraje excesivo y apasionado (próximo a las tres horas en su estreno) pareció confirmar esa extraña condición del italoamericano en la industria del entretenimiento en USA: diez nominaciones a los Oscars y otras tantas negativas a la hora de leerse el sobre premiado.

Es decir, próximo a la popularidad y alejado de la última línea de meta en la aceptación crítica. Autor de culto y con un punto agridulce, alimentando ese poco convincente argumento de que una carrera legendaria no estaría bien redondeada sin una estatuilla que, al fin, llegó con Infiltrados (2006). Un extraño fenómeno si tenemos en cuenta que obras maestras oscuras como Toro salvaje (1980) o Uno de los nuestros (1990) ya habían desfilado por la pasarela previamente.

Actualmente ya erigido en clásico indiscutido por propios y extraños, Gangs of New York gana peso en la filmografía de Scorsese, amparada en la música de U2 para rememorar los cimientos de una superpotencia que se edificaron con sangre. Es hora de que volvamos a acudir a una de esas experiencias del séptimo arte que nunca dejan indiferente a las personas que la ven por primera (o vigésimo octava) vez.

Póster de Gangs of New York.
Póster de Gangs of New York.

Gangs of New York: La ciudad que nunca duerme

No podemos entender el apasionante cine de Martin Scorsese sin New York. Igual que otros maestros del celuloide, la urbe de la Gran Manzana ha vertebrado buena parte de su mitología y personajes tan icónicos como los que poblaban Malas calles (1973). No obstante, la pasión del italoamericano por el lugar es el propio del amante exigente: nadie había denunciado lo desquiciado del enclave que nunca cierra los ojos como el cineasta que dejó en shock a la audiencia con Taxi Driver (1976).

Junto con uno de sus mejores edecanes, el director artístico Dante Ferretti, antiguo asociado de Fellini, se disponía a filmar una disección que buscaría arrancar las raíces de New York a través de sus días más violentos. Nada menos que aquellos acontecimientos que terminaron con los conflictos callejeros de 1863 en un contexto de guerra civil donde la que luego sería una cuna del cosmopolitismo no dejó de tener muchas facciones seducidas por la causa sudista y con un componente de racismo bestial.

El culpable de aquel rapto inspirativo bañado en sangre era Herbert Asbury, escritor de Gangs of New York (1977), una lectura que atrapaba y llevaba al salvaje régimen de Bill “The Butcher” Cutting. Jornadas de pulsos entre los Rabbits y los Uglies, un feroz odio al prójimo alrededor del asfalto en un lugar que pronto iba a conocer el poder de los ejércitos de la Unión. Kenneth Lonergan, Steven Zaillian y Jay Cocks se pusieron manos a la obra para adaptar las páginas escritas a un guion cinematográfico de resabios shakespearianos y un conflicto paterno-filial peculiar.

Siendo un muchacho de salud quebradiza en Little Italy, el imberbe Martin descubrió muchas cosas sobre por qué los edificios de su barrio eran tan peculiares y la violencia intrínseca de días realmente duros.

Gangs of New York.

Gangs of New York: Cuchillas afiladas

Se ha convertido en una imagen metaficcional icónica. Daniel Day-Lewis, encarnando al líder indiscutible de los “verdaderos americanos” de una New York en construcción, arroja un cuchillo sobre la foto de Abraham Lincoln, acertando de pleno. Años después (2012), el actor de método se encargaría de dar vida al presidente de la Unión que logró la abolición de la esclavitud y afrontó una guerra civil para luego ser asesinado. Originario de Kesington, el camaleónico artista se ha forjado una merecida fama como excelente (y extravagante) intérprete.

No pocos entrenadores profesionales elogiaron su juego de pies en The Boxer (1997), donde compartía cartel con la magnífica Diane Lane; de la misma forma, disfrutó encerrándose en talleres de costura para preparar al máximo a su protagonista de El hilo invisible (2017). Excesivo, hiperbólico y genial para esas encarnaciones, sorprende poco que se hallase tan cómodo con William Poole, más conocido como Bill the Butcher”, un auténtico carnicero que se hizo el líder de la Washington Street Gang para luego ser el macho alfa de los futuros Bowery Boys.

En un intenso prólogo, le veremos en sus días de gloria logrando una sangrienta victoria contra una corajuda congregación irlandesa. El líder de la misma es el padre Vallon. Si bien le tendremos poco en pantalla, Scorsese no vaciló en que un actor con el empaque de Liam Neeson le diera voz y carisma, hasta el punto de convertirse en el mejor trofeo de caza Bill, quien parece odiar y admirar a partes iguales a su oponente de los Dead Rabbits. Motivos raciales, religiosos (protestantes frente a católicos) y de clase (muchas familias irlandesas venían huyendo de la extinción por la crisis agrícola de su tierra) se entremezclan para solucionarse de la manera más primitiva y estúpida posible.

Liam Neeson y Daniel Day Lewis en Gangs of New York.
Liam Neeson y Daniel Day Lewis en Gangs of New York.

Solo soy leal al sueño

Con estas atinadas palabras, el célebre guionista Frank Miller definió al Capitán América de Steve Rogers durante su breve aparición en la apasionante saga Born Again, una joya de los cómics de Daredevil que Disney + ha versionando en formato de serie televisiva. El Centinela de la Libertad acariciaba la bandera con cuidado, temeroso de romperla, mientras era arengado por un alto mando claramente corrupto. Ser leal a un sueño debe hacernos cautelosos de pervertirlo.

A su manera, ver a la figura de Lewis envuelta en la bandera con las barras y estrellas provoca sensaciones encontradas. Igual que con el Tony Soprano de James Gandolfini, nos hallamos frente a una sombra tan repugnante como imposible de no observar. Lewis imprime una fuerte energía a este matón, haciendo creíble que incluso antiguos acólitos de Vallon hayan aceptado su manto protector. Como con el Negan de Jeffrey Dean Morgan, sabe crear un halo paternalista y de comunidad a quienes estén dispuestos a seguir a rajatabla su rol de paterfamilias intocable.

Justo los ingredientes que Scorsese precisa para traer a su Hamlet particular: Leonardo DiCaprio, quien dio luz a Amsterdam Vallon. “¿Amsterdam? Yo soy New York”, afirma al conocerle un sonriente Lewis, capaz de ser tan magnético como irritante. De igual forma, cual sátrapa, no vacila en apretar con fuerza sus cinco dedos para recordar a propios y extraños que él mantiene en un peligroso puño a Five Points. El dominio en bruto que políticos y dirigentes portuarios necesitan para mantener una precaria paz en pleno clima de guerra civil.

Fuerzas corruptas como el policía “Happy Jack” (John C. Reilly) reflejan el ascenso social de antiguos Rabbits que se tornan colaboradores bien remunerados el cabecilla de una red criminal que, además, apunta sin piedad hacia las nuevas olas de inmigrantes.

Leonardo DiCaprio es Amsterdam Vallon en Gangs of New York.
Leonardo DiCaprio es Amsterdam Vallon en Gangs of New York.

En el nombre del padre

Hay cuestiones sumamente embriagadoras en un film que podía caer presa fácil de la toxicidad y una testosterona asfixiante. Sin dulcificar para nada a unas criaturas sumamente desagradables, Gangs of New York es capaz de mostrar la humanidad de cada pequeña historia que pasa por sus sucios callejones. Incluso “El Carnicero” es capaz ser una especie de mentor o sustituto del padre del joven Amsterdam, quien irá viéndose víctima de inesperadas dudas a media que va conociendo a la persona detrás del feroz conductor de hombres que acabó con la persona que amaba.

A medida que va conociendo New York, va creando nuevos lazos y descubriendo los verdaderos poderes entre bambalinas. Tal es el caso de William M. Tweed (Jim Broadbent), un auténtico “Boss” cuyas miras políticas le hacen tener una relación similar a la que ambiciosos senadores como Publio Clodio tenían con las bandas criminales de la Subura. Un mundo de grises donde el personaje de DiCaprio irá debatiéndose entre el espectro de su difunto progenitor y la vida que podría llegar a tener en ese orden.

Nada es casual a lo largo de las escenas, no solamente es una cuestión de navajas, puñetazos y golpes bajos. El intento de acabar con la vida de Bill que frustra Amsterdam es mientras acuden a la representación teatral de La cabaña del tío Tom (1852), obra de la escritora abolicionista Harriet Beecher. Qué irónico hubiera sido que el alfa de los “americanos puros” hubiera fallecido viendo una pieza que subrayaba el racismo contra la comunidad afroamericana.

¿Faltaba algo al cóctel? Pues sí, un nuevo vértice para convertir esta falsa relación padre-hijo en un triángulo amoroso con pocos precedentes en el cine de Scorsese.

Gangs of New York.
Gangs of New York.

Cameron Díaz: Una rubia muy ilegal

“Marty cumple”. Era una presencia de cabellos rubios que ya había hecho una irrupción notable embelesando a Jim Carrey en La máscara (1994). Apenas cuatro años después confirmaba estar en la cabeza de cartel con los irreverentes hermanos Farrelly, dispuestos a demostrar que, efectivamente, algo pasaba con Mary. A aquellas alturas de su carrera, la posibilidad de trabajar con Scorsese era una entre un millón, uno de esos caprichos que una estrella cotizada podía y debía darse.

Realmente, hay toques en Jenny Everdeane dignos de una criatura dickensiana, una de esas astutas carteristas y pícaras callejeras que habrían sido fichajes estelares para Fagin. Superviviente de todo en New York, también logra escapar a la parca en una de esas intervenciones que en el siglo XIX podían acabar con muchas mujeres embarazadas: una cesárea provocaría que perdiera al retoño que iba a darle a “El Carnicero”, de quien fue amante.

El vínculo entre ambos sigue manteniéndose para cuando se inicia la epopeya cinematográfica. Particularmente es palpable la sensación de peligro en la escena donde Lewis y Diaz representan una exhibición del primero arrojando cuchillos para deleite de un público entregado frente a tan grotesca exhibición. “¡Esta es una noche para americanos!” afirmará Bill tras provocar una pequeña herida en el cuello de Jenny. La cámara juega con la perplejidad del personaje encarnado por DiCaprio, el vehículo para trasladar la mirada angustiada de la audiencia.

A nivel de crítica, la estrella (quien aceptó bajar notoriamente su caché con tal de poder estar en la superproducción) tuvo que sufrir unos maremotos similares a los que Viggo Mortersen padecería en Alatriste (2006). Cuestión de acento. O, mejor dicho, cierto punto de impostura de la actriz de San Diego a la hora de hacerse pasar por irlandesa. Una pena subestimar otros aspectos de su performance.

Cameron Díaz en Gangs of New York.
Cameron Díaz en Gangs of New York.

El equilibrio de la balanza

Dicciones aparte, resulta innegable el gancho comercial que propiciaba la explosiva pareja formada por Diaz y DiCaprio. De hecho, la conexión entre ambos es un alivio necesario en una obra donde se destripa la violencia sin ninguna clase de paliativo. De igual forma, a nivel de rodaje una presencia como la de la antigua modelo daba un aporte de frescura preciso en el clima de un set donde Lewis llevaba a sus clásicos extremos querer sentirse como en el siglo XIX… riesgo de neumonía incluida.

Sorprende poco que el londinense decidiera raparse tras haberse sumergido hasta la exageración en los grasientos cabellos de un villano que, eso sí, siempre posee un carisma y aura con pocos precedentes. Frente a la obsesión de uno y otro en un pulso malsano, la figura de Jenny nos conecta con la sensatez y casi suspiramos porque Amsterdam tenga la lucidez de aceptar esa oferta de la carterista para huir a San Francisco, alejarse de esa espiral de horror.

Unas habilidades de latrocinio que incluyeron clases magistrales para Cameron Diaz en Cinecittà. Scorsese hizo traer al rodaje nada menos que a uno de los más célebres amigos de bolsillos ajenos para hacer totalmente fluidos los movimientos de Everdeane. En un cameo para el recuerdo, Scorsese sería el adinerado padre de familia a quien la buscavidas desvalija.

Salida de su retiro para colaborar con Jamie Foxx, Diaz ha destacado que nunca ha conocido a un colega de profesión tan intenso como Lewis en aquel principio del nuevo milenio. Curiosamente, el británico se hallaba también en un retiro voluntario, fabricando zapatos en Italia, cuando DiCaprio decidió persuadirlo para aceptar embarcarse en esta odisea de barrios al borde de ser incendiados.

Cameron Diaz y Daniel Day Lewis en Gangs of New York.
Cameron Diaz y Daniel Day Lewis en Gangs of New York.

Gangs of New York: Forjada en las calles

Las tensiones entre italianos e irlandeses mostradas en Gangs of New York son realmente descorazonadoras. A diferencia de otros excelentes colegas de profesión, la violencia de Scorsese tiene un punto que traspasa el pacto de ficción: se siente como real, no es tan comiquera o visceralmente divertida como la de Quentin Tarantino. Esa prescripción autoimpuesta en este artista de formación católica nunca ha relucido con mayor vigor que en Gangs of New York, donde, como bien la advirtió a su entrevistador Richard Schickel para un libro, el drama es que apenas arañó la superficie.

A su juicio, con bastante fundamento histórico, ni siquiera las novelas de Dickens logran aproximarse a toda la auténtica dureza que hubo que recibir en aquellos días decimonónicos. En pleno pulso con el productor Harvey Weinstein, de quien tiempo después se revelaría una sucesión de escándalos y abusos de poder, el realizador pudo recrear Five Points en los mismísimos estudios de Roma. Nada mejor que la antigua urbe de la loba para reconstruir zonas donde los Bowery Boys (nativos americanos) se batían el cobre con los Dedad Rabbits.

La sensación que nos dejan esos títulos de crédito, todavía en la actualidad, es la de haber asistido al delirio de uno de los más grandes realizadores del séptimo arte, todavía capaz de conmovernos con una explosiva mezcla de superproducción de época con uno de los mejores castings que el dinero podía comprar. Una aglutinación de referencias que van desde las pioneras abolicionistas hasta el cine de DeMille, un capricho irrenunciable que nos permite acercarnos a unos años que un enclave tan emblemático como New York se vería tentado de borrar… de no ser porque sus cicatrices todavía impregnan sus atávicos huesos.