Los ricos quieren ser inmortales: un nuevo capricho patriarcal

La muerte es la gran igualadora. Al menos lo era hasta que Jeff Bezos, Larry Ellison o Peter Thiel decidieron que ese detalle tan molesto de la condición humana podía resolverse a golpe de talonario. La nueva moda entre los ultrarricos no es comprarse un yate más grande ni una isla en medio del Pacífico: es invertir millones en biotecnología para alargar sus vidas. Quieren rejuvenecer, vivir 150 años, incluso ser inmortales. La pregunta es inevitable: ¿qué pasa con el resto de los mortales? ¿Nos acercamos al mundo de inmortales de primera, mortales de segunda?

Un puñado de multimillonarios, obsesionados con la longevidad, financian empresas que investigan terapias experimentales: transfusiones de sangre joven, edición genética, reprogramación celular, fármacos milagrosos y, por supuesto, inteligencia artificial. Todo vale con tal de seguir soplando velas.

Jeff Bezos, CEO de Amazon
Jeff Bezos

Ricos e inmortales: la inmortalidad como nuevo juguete de lujo

La ironía es que estos hombres —sí, casi siempre hombres— quieren comprarse un futuro donde la muerte no exista. Como señala la filósofa Rosi Braidotti, la promesa transhumanista de una vida ilimitada responde más a un deseo individualista que a un proyecto de bienestar colectivo.

La inmortalidad, en la manera en que la plantean los grandes magnates tecnológicos, parece pensada más como un privilegio exclusivo que como un avance al alcance de toda la sociedad. Y esa es, quizá, la gran contradicción: que mientras unos invierten millones en prolongar su existencia, millones de personas en el mundo luchan por acceder a una sanidad básica o por envejecer en condiciones dignas. La inmortalidad, parece, también es patriarcal.

El selecto club de los inmortales

El perfil se repite con sospechosa insistencia: hombres blancos, de Silicon Valley o sus réplicas en distintos sectores, multimillonarios que han hecho fortuna en la tecnología y ahora quieren invertir en su propio cuerpo como si fuera otra start up. Jeff Bezos, el fundador de Amazon, es el rostro más reconocible de este selecto club, pero no es el único. Larry Ellison, el octogenario dueño de Oracle, lleva décadas soñando con vencer al tiempo. Peter Thiel, cofundador de PayPal, financia investigaciones sobre criopreservación. Sergey Brin, de Google, o el magnate Bryan Johnson también se ha apuntado a la carrera.

Su laboratorio estrella se llama Altos Labs, con sede en California y fondos que superan los 3.000 millones de dólares. Su objetivo declarado es “revertir el envejecimiento celular”. Traducido: que las arrugas desaparezcan, los órganos se regeneren y la biología deje de seguir su curso natural. Como si la vida fuera un software que puede reiniciarse.

Una distopía biológica

Pero más allá del hype tecnológico, las consecuencias éticas pueden ser devastadoras. Si solo unos pocos pueden acceder a estas terapias, ¿qué ocurrirá con el resto de mortales? Imaginemos un futuro en el que los poderosos viven 150 años y el resto de personas sigue muriendo a los 80. Legaríamos a una distopía en la que la brecha de clase ya no solo es económica, sino también biológica.

El feminismo aporta también una dimensión interesante a este debate. Si las nuevas terapias para alargar la vida quedan en manos de un grupo reducido de magnates tecnológicos, surge la duda de cómo se distribuirán después entre el resto de la población. La medicina ya ha mostrado desigualdades históricas en el acceso y la investigación —por ejemplo, en los ensayos clínicos centrados en cuerpos masculinos o en los retrasos en diagnósticos de ciertas enfermedades—, y no sería extraño que estas diferencias volvieran a aparecer en un campo tan exclusivo como el de la longevidad. Sector que, además, augura grandes beneficios posiblemente con un marketing agresivo que seguirá impactando en fran medida en las mujeres y su imposición de eterna juventud.

El precio de ser inmortales

Como apuntábamos anteriormente, el sueño de los ricos por vivir eternamente, por ser inmortales, no es solo ciencia, es también negocio. Según estimaciones de la industria, el mercado global de la longevidad moverá más de 600.000 millones de dólares en 2025. Un filón para farmacéuticas, start ups biotecnológicas y consultoras médicas. El envejecimiento, convertido en la última gallina de los huevos de oro. No podía ser de otra manera.

Pero no se trata solo de dinero. También está en juego el poder. Un multimillonario que vive el doble de tiempo tiene el doble de oportunidades para seguir acumulando riqueza, influencia política y capacidad de decisión. En otras palabras, la inmortalidad de unos pocos sería la condena de los demás a una desigualdad perpetua.

Bryan Johnson y su hijo
Bryan Johnson y su hijo.

Quieren vivir para siempre, aunque el planeta no llegue a mañana

Muchos de los empresarios que hoy invierten en proyectos de longevidad provienen de sectores cuya actividad ha sido objeto de debate por sus modelos de negocio y sus condiciones laborales. Amazon, fundada por Jeff Bezos, ha sido criticada en diversas ocasiones por la dureza de sus jornadas, y Oracle ha estado vinculada a prácticas de externalización. Este contraste genera interrogantes sobre cómo se relaciona la búsqueda individual de longevidad con los retos colectivos en materia de bienestar y derechos sociales.

A ello se suma que buena parte de las terapias en investigación siguen siendo experimentales y con resultados aún inciertos. Algunas, como la transfusión de plasma joven, han suscitado dudas entre las autoridades sanitarias, incluida la FDA estadounidense. La posibilidad de efectos secundarios o riesgos desconocidos plantea un debate adicional: hasta qué punto la búsqueda de una vida más larga puede convertirse también en un desafío para la salud pública

¿Quién quiere vivir para siempre?

La obsesión de los ricos con la inmortalidad revela, en el fondo, un miedo atroz: el miedo a desaparecer, a dejar de formar parte de los estratos de poder en los que están asentados. La muerte es la única experiencia que no pueden comprar. Ni con islas privadas ni con cohetes a Marte. Y esa vulnerabilidad, parece ser, que les aterra.

Más que preguntarnos por la posibilidad de vivir eternamente, quizás convenga plantear cómo podemos vivir mejor el tiempo que tenemos. En un mundo marcado por la desigualdad, la crisis climática y los retos democráticos, la verdadera cuestión es cómo garantizar una vida digna y sostenible para la mayoría. Avanzar en sanidad pública, reducir las violencias, cuidar el medio ambiente y repartir de forma más equitativa los recursos son pasos que inciden directamente en la calidad de vida.

Manifestación por la crisis climática

Cuando los millonarios juegan a dioses: la vida eterna como negocio

La idea de unos pocos “inmortales” frente a una mayoría que sigue limitada por la biología no es solo materia de ciencia ficción, sino un escenario que plantea dilemas sociales y éticos de gran alcance. La posibilidad de que la longevidad se convierta en un privilegio exclusivo invita a pensar en cómo se distribuirán los beneficios de la ciencia y hasta qué punto podrían ampliarse las brechas ya existentes entre diferentes grupos sociales.

En este sentido, el debate sobre la longevidad, sobre los dioses tecnológicos inmortales que pueblan nuestro mundo, no debería limitarse a los avances tecnológicos de unos pocos, sino abrirse a la reflexión sobre qué tipo de futuro queremos compartir como sociedad.

Imagen de portada: El magnate Bryan Johnson en un fotograma del documental No te mueras (Netflix)