‘Cómo meterse en un jardín’: la fragilidad como hándicap impuesto

Cómo meterse en un jardín (Landscapers) es una miniserie de tv británica creada por Ed Sinclair y Will Sharpe basada en la historia real de Susan y Christopher Edwards. El asesinato de William y Patricia Wycherley en 1998, que llevó al arresto de Susan y Chris en 2014.

Olivia Colman y David Thewlis en Cómo meterse en un jardín (Landscapers).

La serie original de HBO y Sky Atlantic ha pasado desapercibida. Una más entre las múltiples producciones de “true crime” de la última década. Un género en tendencia que aborda distintos crímenes reales, y los trae a la actualidad. No obstante, Cómo meterse en un jardín merece una especial atención. La teleserie es una pieza genuina entre las demás obras audiovisuales.

[En la presente crítica, y para el correcto análisis de la perspectiva de género, se desvelarán ciertos datos relevantes en la trama. Se alertará de spoilers llegado el momento].

Un formato quizás, demasiado atrevido

Ed Sinclair y Will Sharpe deciden apostar por una evidente oda al séptimo arte. Charlie Kaufman con su último filme Estoy pensando en dejarlo (2020) rinde un peculiar homenaje al cine. Algo que otras como Black Bear (Lawrence Michael Levine, 2020) también abordan desde un relato estremecedor y brillante a todos los niveles.

Incluso la serie remake de Secretos de un matrimonio (HBOMax, 2021), saca en pantalla los entresijos del rodaje al finalizar y comenzar los episodios. El agotamiento de ciertas fórmulas lleva a creaciones más elaboradas. Tras décadas de continuas producciones audiovisuales, las innovaciones se trasladan de los guiones a las narrativas. Una de las evidencias más palpables está en la proliferación de obras que recrean hechos reales. Y en particular, aquellos hechos truculentos que rodean los crímenes más llamativos.

En la presente Cómo meterse en un jardín, esta reformulación narrativa se lleva a un extremo, quizás, demasiado pretencioso. Una de las principales justificaciones para dicho formato es la idea de “vivir en un sueño”. La protagonista, Susan, fan incuestionable del género western y Gary Cooper, vive inmersa en un universo como el construido en las películas del Oeste. La fábrica de sueños de Hollywood. Un espejismo donde la protagonista vive para sobrevivir a una realidad insoportable. La pareja además vive en París, siendo este un escenario propicio para rendirle homenaje al cine.

Olivia Colman en Cómo meterse en un jardín.
Olivia Colman en Cómo meterse en un jardín.

Una coctelera de referencias cinematográficas

Actores como Gerard Depardieu son integrados en la trama de forma explícita. Otras películas como La rosa púrpura del Cairo (Woody Allen, 1985) funcionan como referente claro para los creadores. Recreando esa misma concepción metafílmica.

En una de las secuencias sitúan a Susan y Christian frente a la pantalla, visionando además un filme de Jean-Luc Godard: Hélas pour moi (1993). Donde, además, Gerard Depardieu aparece como protagonista. Un juego de muñecas rusas metafílmico complejo. Despliegue de la cultura cinematográfica de los creadores. Aunque al mismo tiempo, queda relegado a un segundo plano o incluso pasa desapercibido entre el resto del relato.

Hélas pour moi (1993), de Jean-Luc Godard.
Hélas pour moi (1993), de Jean-Luc Godard.

Otra de las fórmulas que se explota es la ruptura de la cuarta pared. Los personajes miran a cámara e introducen a la audiencia en la realidad fílmica. Por otro lado, se explota el juego con las diferentes lentes, enfoques y profundidades de campo. Otros muchos recursos son aplicados para transgredir la narrativa de la trama. No obstante, se convierte en un formato ostentoso que termina por agotar a la audiencia. Querer decir y hacer muchas cosas, en poco tiempo y espacio. Consiguiendo finalmente que no se transmita el objetivo de los creadores.

Cómo meterse en un jardín.
Cómo meterse en un jardín.

“No soy frágil, pero estoy rota. Nadie puede hacerme daño”

[A partir de aquí se harán spoilers de la serie].

Una vez que Susan y Christopher son detenido/as, lo ocurrido con los padres de ella se empieza a desgranar. La policía protagonista, es una de las principales figuras que ya rompe moldes y roles de género. Las películas policíacas así como las del Oeste han sido preeminentemente masculinas. En Cómo meterse en un jardín también se transgrede esta concepción. Colocando a una mujer como policía en el papel de “poli malo”, y a Susan como protagonista del género western.

Kate O’Flynn es la “poli mala”, en Cómo meterse en un jardín.

Uno de los aspectos más señalados es el que rodea la historia de Susan. William y Patricia Wycherley, desaparecieron un día de mayo de 1998 de su casa adosada en Forest Town, Mansfield. Al ir desvelando los entresijos de aquel día, se descubre un hecho terrible. El padre de Susan había abusado de ella cuando era una niña. Siendo este el detonante para que ella terminara asesinándolo.

Aunque en la serie esto se presenta como algo anecdótico. Que ocupa tan solo unos minutos de la trama. Es el hecho angular que construye todo el relato. Porque los viajes de Susan entre mundos diegéticos y extradiegéticos tienen justificación. Vivir en las películas le hace evadirse del hecho más traumático de su vida.

A lo largo de toda la teleserie, su marido repite constantemente que ella es alguien frágil. Por lo que intenta protegerla por encima de todo. Sin embargo, ella no requiere de protección. Tal y como ella misma dice en el juicio cansada de escuchar este calificativo: “No soy frágil. Pero estoy rota. Nadie puede hacerme daño”.

Cómo meterse en un jardín.
Cómo meterse en un jardín.

El sistema patriarcal establece unos patrones sobre cómo superar una violación. Ya en casos como el de La Manada salieron a la luz las incursiones del patriarcado en el sistema judicial. ¿Cómo puede ser que ella estuviera tan feliz los días siguientes a su violación? Las mujeres deben comportarse de una forma u otra. O eso dice el sistema.

El príncipe azul debe rescatarnos de nuestras prisiones. Pero nadie podrá entender jamás cómo es la prisión donde vive Susan. Como otras muchas mujeres que han sufrido abusos sexuales. Y son ellas mismas las que deben decidir cómo y cuándo afrontarlo. La fragilidad es un calificativo que durante años se ha impuesto a las mujeres. Del mismo modo que hoy en día se etiqueta a otras mujeres como empoderadas. Pero son las vivencias y experiencias únicas las que construyen a cada mujer. Genuina e irremplazable. Vivencias que merece la pena escuchar antes de juzgar.