‘La última noche’: Prueba de fuego

Es la prueba de fuego. Cada vez que el séptimo arte se acerca a New York hay una sensación de historia ya contada. ¿Qué rincones restan por explorar de la ciudad que nunca duerme? Manhattan nunca podrá lucir más ingeniosa y sofisticada que bajo la batuta de Woody Allen. ¿Podría alguien hacerla más amenazante en sus malas calles de lo que ya concibió Martin Scorsese?

De Niro y Keitel en Malas calles de Martin Scorsese.
De Niro y Keitel paseando por New York en Malas calles de Martin Scorsese.

No obstante, cuando todo parecía inventado, llegó él para demostrar que la belleza y el drama están en el ojo de quien mira. Spike Lee golpeó a la Gran Manzana con Haz lo que debas (1989), una joya que narra sin artificio el eterno verano en una humilde zona de Brooklyn. Las bocas de incendio, la acera recalentada y los hogares se mostraban con una naturalidad inédita.

Se pueden decir muchas cosas del chico que nació en Atlanta y se crio en New York idolatrando a los Knicks, pero jamás dudar de su talento. La filmografía de Shelton Jackson Lee, su verdadero nombre, es una bomba a punto de estallar, la mirada punzante que usa a su urbe para inspirarse. 

Si el compromiso político es evidente en Malcolm X (1992) o su amor al basket expuesto a través de Una mala jugada (1998), hay un film que no suele ser de los primeros en salir al evocar la trayectoria del artista afroamericano: 25th Hour (2002), traducida como La última noche en España.

Próximo al vigésimo aniversario de su estreno, Lee ha seguido su andadura, reflexionando sobre la era Trump a través del pasado evocado por Infiltrado en el KKKlan (2018) o su papel como maestro de ceremonias en Undisputed Truth (2013), documental sobre el controversial boxeador Mike Tyson.

Es hora de volver a recordar la historia de Monty Brogan.

Cicatrices

Fue el más duro despertar. Aquellas cosas no ocurrían; al menos, jamás en New York. Sin embargo, los atentados terroristas del 11S fueron el terremoto que sacudió los cimientos de una sociedad que se sentía segura. Sin apenas mencionarse, el espectro de las Torres Gemelas sobrevuela La última noche.

Solamente alguien con el nervio de Spike Lee podría usar las desventuras de un camello para reflexionar de forma tan aguda sobre la naturaleza humana. Monty Brogan nos habría podido resultar odioso de haberle visto lucrarse con las adicciones de otros, pero el hábil director nos lo coloca en su velada previa a ingresar en la cárcel donde va a pasar los próximos siete años de su existencia.

Edward Norton como Monty Brogan en La última noche.
Edward Norton como Monty Brogan en La última noche.

El material con el que trabaja el cineasta es de primera, nada menos que la novela de David Benioff. El escritor recordaba la sensación de ver la Quinta Avenida y Central Park mientras él se hallaba hospitalizado, sintiéndose parte de lo más íntimo de New York. Con todo, igual que haría Carlito Brigante (Al Pacino) con respecto a las páginas de las novelas de Edwin Torres, Monty Brogan no miraría atrás y hallaría en Edward Norton el salto definitivo para ser leyenda en la gran pantalla.

Si hay una película en este siglo que podría resultar un exponente del estoicismo bien podría ser esta singular carrera contrarreloj. Tras la negación inicial, Monty pasa rápido a la ira a través de un monólogo memorable frente al espejo que tiene todo el pulso que podemos esperar en un film de Spike Lee.

Con todo, la urgencia lleva a lo importante. No puede darse la autocompasión cuando las rejas están esperando. El argumento es puro noir, pero hay algo más. Una ciudad dañada y un habitante de la misma que deberán intentar sobrellevar sus cicatrices.

De amicitia

A simple vista, Monty ha cumplido las reglas. No delata a sus superiores, especialmente a un poderoso patrón de la mafia rusa que podría aparecer sin rubor en la formidable Promesas del este (2007). Se celebrará una fiesta de despedida, muchos rostros, aunque pocos amigos de verdad. Por ello, el protagonista buscará el único asidero de una sociedad que va a una velocidad de vértigo.

La última noche es uno de los más descorazonadores alegatos sobre los estragos del tiempo en los vínculos que parecen más sagrados. Y lo hace a través de dos personajes que transmiten verdad: Frank Slaughtery (Barry Pepper) y Jacob Elinsky (Philip Seymour Hoffman).

Barry Pepper y Philip Seymour Hoffman en La última noche.
Barry Pepper y Philip Seymour Hoffman en La última noche.

Ambos camaradas de juventud del protagonista. Probablemente, han celebrado sus éxitos como uno de los reyes de Manhattan, pero también envidiado algo de esa prosperidad, quizás sintiéndose aliviados de que, al fin, halla algo de justicia. Los diálogos chispean, la falsedad, el hablar mal a las espaldas o los reproches silenciosos entran sin dramatismos, con la contundencia y falta de estilo del mundo real.

Frank es un broker, alguien que trabaja en Bolsa, una persona que se ajusta la corbata y piensa en la cuenta corriente para evitar escuchar el alma. A su manera, la genial caracterización de Pepper nos habla del cuñadismo que estaba por venir. “Sabe” beber, conoce los mejores locales de alterne, apenas tiene modales en su vida íntima y se muestra orgulloso de ello. Y, con todo, quizás es quien mejor entiende la situación.

Jacob es la sensibilidad, un profesor de pátina literaria. Hoffman esconde con el oficio de gran actor que le caracterizó su carisma para componer a un tipo con aristas. La simpatía de su timidez esconde algo que podríamos hallar en la Lolita de Nabokov, especialmente por su alumna May D´Annunzio (Anna Paquin).

Philip Seymour Hoffman y Anna Paquin en La última noche.
Philip Seymour Hoffman y Anna Paquin en La última noche.

La última noche: De amore

Era algo único. Un aroma portorriqueño que devoraba la pantalla con un solo gesto. La cámara de Spike Lee deja a Rosario Dawson adueñarse del escenario para componer a Naturelle Riviera, la pareja de Monty. Un amor que intuimos sólido, si bien plagado de dudas desde la irrupción de la policía.

Un escondrijo perfecto en el sofá. Solamente dos personas viven en ese apartamento de lujo y con un póster de uno de los filmes emblemáticos de Paul Newman. El último día de libertad de Monty está salpicado por la incertidumbre de si la traición ha venido de su relación más íntima. Los flashbacks del metraje son claros, precisos y el propio director contiene su legendaria verborragia para ir directo a la esencia de las cosas.   

Dawson, Norton y La leyenda del indomable colgada en la pared. La última noche.
Dawson, Norton y La leyenda del indomable colgada en la pared.

Las escenas conjuntas entre Norton y Dawson, incluyendo el recuerdo de su primer encuentro en un parque, rezuman autenticidad. Naturelle es una de las piezas más positivas en un tablero sucio, aunque Lee también la usa para poner algunos dedos en la llaga.

¿Sabe de dónde viene el hermoso vestido que luce la fiesta? Indudablemente, tanto como nosotros somos conscientes de la procedencia de nuestras últimas zapatillas deportivas o las materias primas expoliadas que han construido nuestro teléfono móvil de nueva generación. En las entrañas de la globalización, hemos aprendido a mirar a otro lado, satisfechos de silenciar las preguntas incómodas.

Y, con todo, siempre nos hallamos ante una historia de amor entre ellos dos. Queda el asterisco de ese inexorable paso de siete años. La última noche no pretende darlo todo mascado, observaremos al reparto presentarse en el escenario y habremos de sacar nuestras propias conclusiones.

Naturelle Riviera (Rosario Dawson) en el parque en el que conoció a Monty. La última noche.
Naturelle Riviera (Rosario Dawson) en el parque en el que conoció a Monty.

En el nombre del padre

Es una de esas figuras que inspiran confianza. Vuelvan a ver Braveheart (1995). ¿Cuánto tiempo está en pantalla Brian Cox? Muy poco, escasas escenas. Sin embargo, es esencial para vertebrar el drama épico compuesto por Mel Gibson. Su personaje es un mentor que pone remedio a las incertidumbres del joven William Wallace.

Spike Lee tampoco duda en emplear ese fino y pulido metal para conseguir algunas de sus secuencias más intensas. Cox firma un rol que podría descuadrarnos, si fuésemos superficiales, en uno de los cineastas más reivindicativos con la causa afroamericana: un veterano trabajador irlandés que siente haber estado perdiendo a su hijo.

James Brogan es la roca sobre la que muchas sitcoms familiares cimentaron su fortuna en la década de los 90 del siglo pasado. Incluso las más sofisticadas y brillantes, como es el caso de Frasier, recurrieron a tipos experimentados como John Mahoney para dar vida a un ex policía que, en varias cuestiones era incluso más perspicaz que sus brillantes retoños psiquiatras.

Monty y James Brogan ( Brian Cox).
Monty y James Brogan ( Brian Cox).

Monty se ve obligado a volver a sitios que tenía olvidados. En la lista de cosas por arreglar, ese vínculo es uno de los más definitorios. James es otro pedazo de New York, el tipo de emprendedor que monta un bar y no tiene miedo de doblar el espinazo. Lo conmovedor del asunto es su falta de reproches, perfectamente consciente, igual que Pleberio, de que nada sacaría de la simple cólera.

Intuimos que hubo un momento donde los caminos de padre e hijo se separaron. Como sucede en muchos aspectos de La última noche, igual que en los guiones de Quentin Tarantino, resulta innegable que Benioff conoce como la palma de la mano a sus personajes, pero a la audiencia muestran solo una parte. Y esas pequeñas dosis de información que aporta bastan para entenderlos.

Liberado por su pasado

Cuesta imaginarlo, pero es así: el pasado no puede dañarnos en sí mismo. Simplemente, son fragmentos y recuerdos distorsionados por nuestro subconsciente. Aunque algunas de las cosas que nos muestra podrían destrozarnos, el inconveniente radica en la relación que vayamos estableciendo con esa facultad de la mente.

Si atendemos a los clichés del género, aguardamos a que Monty coja una pistola y ejecute su venganza. Real o imaginaria. No obstante, La última noche se distancia del modelo Taxi Driver (1976) o El precio del poder (1983). Este antihéroe de Spike Lee aparece dándole acogida a un perro de la calle. Es un acto noble, aunque, si leemos entre líneas, tanto Monty como su camarada Kostya Novotny (Tony Siragusa) regresaban aquella noche de huir de la policía.

Tony Siragusa y Edward Norton.
Tony Siragusa y Edward Norton.

Norton imprime a su actuación la mirada lúcida que colocaba Al Pacino para su último morriqueño. Sabe que su amigo Frank ya tiene proyectos amorosos para Naturelle en cuanto él se vaya a cumplir condena. Tampoco se hace ilusiones sobre las excusas que Jacob le cuenta para hablarle de una de sus estudiantes.

Monty es lúcido incluso consigo mismo. Lee, siempre capaz de rodar con soltura momentos de acción, se contiene incluso en el duelo contra la policía. Durante el registro de su casa, el camello no pierde la compostura o los modales. Incluso durante el interrogatorio, ante las hábiles provocaciones para que delate a su cúpula criminal, recurre a la ironía antes que a la pérdida del control.

Lejos de aburrirnos, ese planteamiento diferente nos hacer albergar sospechas de que hay algo más. ¿Por qué acepta con asertividad el revés del destino? ¿Queda un último as en la manga? Contamos las veinticuatro horas que van transcurriendo, sabiendo que habrá algún momento de prórroga, el giro inesperado de un partido que se intuía sentenciado.

La última noche: Central Park

“¿Se dan cuenta de lo bueno que es?”. Roger Ebert ha sido uno de los críticos más perspicaces desde el primer momento a la hora de analizar esta pieza de Spike Lee. Esta obra no mitifica los delitos urbanos, tampoco juzga con severidad. Hay un problema de alcohol paterno que llevó a deudas y, quizás, hizo que Monty tuviera una imperiosa necesidad de dinero que llevó a un chico listo que jugaba al basket a tomar otro sendero.

La dicotomía del control fue advertida en la antigua Grecia, si bien la humanidad sigue golpeándose contra la misma pared. En su último día de libertad, Monty tiene la lucidez del joven Leónidas de Esparta al mirar por primera vez a un lobo. Incluso el miedo le es útil, focaliza su atención. Su amigo Jacob puede que cruce un Rubicón que haga peligrar su carrera, mientras que Frank, el hombre que vive en el mundo real, está forzado en su apartamento a recordar cada amanecer el peor atentado terrorista que vivió New York.

Central Park resulta una estampa prodigiosa. El espíritu de John Lennon sobrevuela su vegetación. Spike Lee cuenta con un extra para darle una luz diferente y volver a hacer especial el emblemático parque, puesto que la fotografía de Rodrigo Prieto es una de las más finamente trabajadas que se recuerdan, luciendo de igual manera en la fiesta y los momentos de intimidad en los apartamentos.

Hay algo único y especial en ese día de reflexión que Monty se concede a sí mismo. Ann Hornaday, desde las páginas de The Washington Post, lo exterioriza con elocuencia: “Una película que resulta ser mucho más que la suma de sus partes”.

El director ama Central Park, pero sin desoír lo peligroso que puede resultar este enclave a altas horas de la noche o de madrugada.

Country roads, take me home

Quedaba una última guinda para esta ópera en la jungla de asfalto. Ante las fuertes emociones contenidas de todo el drama que hay detrás, resta un final a la altura. No resulta sencillo, puesto que la tentación de caer en una explosión tras tanto autocontrol parecería casi un imperativo cinematográfico para dejar algo memorable en la retina.

Con delicadeza, Spike Lee se aprovecha de la voz de Cox para brindar el servicio final a la epopeya, mostrándose a la altura del magnífico guion de Benioff. La carta de amor a New York concluye, casi emparentada con Cavafis, recordándonos que debemos querer a Ítaca y no pedirle más de lo que pueda darnos.

Monty Brogan en su última noche. La última noche
Monty Brogan en su última noche.

Una carretera. La fe en un auditorio inteligente. Un film para el recuerdo. Quizás la cinta que nos permite entender lo realmente bueno que ha sido siempre Spike Lee.