‘Sleepy Hollow’: El sangriento cuento de hadas de Tim Burton

La atmósfera es la parte esencial para conseguir narrar una buena historia de miedo. La hoguera que se va apagando, un oportuno chirriar de la puerta o la fina lluvia rozando el cristal son solamente algunos de esos complementos. Sin embargo, en ocasiones se nos olvida un ingrediente fundamental de la pócima: la persona narradora debe disfrutarla, prestando voz justo a la clase de trama terrorífica que habría querido que le contasen. Sleepy Hollow (1999) supone una cinta que a Tim Burton le habría fascinado en su niñez.

Devoto seguidor de las salpicaduras de sangre en los títulos de la Hammer, cuesta poco pensar que el talento nacido en el condado de Los Ángeles gozó con La leyenda de Sleepy Hollow (1949) de Disney, un cortometraje de la compañía de Mickey Mouse donde la oscuridad y la narración del genial Bing Crosby dejaban con ganas de saber mucho más sobre aquella aldea de New York.

Como el propio director ha admitido, nunca ha sido un lector disciplinado. Motivo por el que La leyenda del jinete sin cabeza (1820), el sugerente relato de Washington Irving en aquellas Trece Colonias recién emancipadas no pervivía en su memoria. No obstante, la animación de aquella montura y jinete oscuros alzando una calabaza en llamas le resultaba subyugante.

De hecho, como advirtió Marcos Marcos Arza, el cineasta se sentía, al igual que Ichabod Crane en aquel camino nocturno, a punto de perder la tez. Su proyecto de Superman había sido paralizado súbitamente, reflejo de cómo la Warner Bros temía el toque excesivamente sombrío que le estaba dando al icónico kryptoniano, especialmente teniendo en cuenta la gótica Batman vuelve (1992).

Al borde del agotamiento y sin la confianza de antaño, no podía ni imaginar que uno de sus filmes más legendarios estaba a punto de arrancar…

 La leyenda del jinete sin cabeza.
La leyenda del jinete sin cabeza.

Un libreto incómodo

Nombres consagrados como Francis Ford Coppola no habían querido saber nada del asunto. Con todo, en Paramount Pictures se observó con atención aquel libreto, atípico en sus formulaciones. La idea había surgido de todo un experto en efectos especiales, Kevin Yagher, quien formó tándem con Andrew Kevin Walker, guionista responsable de joyas como Seven (1995).

Yagher era un gran admirador del potencial para asustar de la pieza de Irving. Pero se daba cuenta de sus carencias para ser adaptada en un largometraje al uso. Existía un precedente curioso en el cine mudo: The Headless Horseman (1922), bastante fiel al texto original, simplemente añadía lo que Irving apenas insinuaba: que el decapitado jinete que perseguía al maestro de escuela Ichabod Crane era en realidad Abraham Van Brunt, apodado “Brom Bones” en Sleepy Hollow por su fortaleza y destreza a caballo.

En muchos sentidos, la narración original no dejaría de ser, descrita con mucho ingenio, una broma de pueblo donde un colono neerlandés se quitaba de encima a un incómodo yankee que había venido a la localidad para convertirse en pretendiente de su amada: Katrina Van Tassel, heredera del linaje más acaudalado del lugar.

Walker firmó un argumento sólido que brindó las llaves para el éxito: mezclar las dos posibilidades y hacerlas conjugar en una doble trama. Por un lado, habría una investigación racional y criminal de los acontecimientos, la cual iba paralela de un fenómeno sobrenatural que hacía real al jinete venido de las sombras, el cual fue aquí tornado en un feroz mercenario originario de Hesse con una retorcida afición a la sangre.

El productor Scott Rudin quiso hincarle el diente a ese proyecto, aunque tenía recelos con Yagher, un gran especialista, pero sin publicidad cara al público de masas. Por ello, su excelente idea fue ofertada a Tim Burton. 

Como niño con grilletes nuevos

Yagher se convertiría en uno de los paladines discretos de nuestra historia. Lejos de enfadarse por la negativa, prestó con entusiasmo su sapiencia. Ayudó a Burton a la hora de realizar las cabezas decapitadas más creíbles que se habían visto en décadas.

Su equipo y él incluyeron magníficos trucos para un Tim Burton que estaba recuperando viejas sensaciones. Era como un enfant terrible a quien hubieran regalado nuevos juguetes de tortura. En su entusiasmo, incluso una contrariedad se tornaba en positiva. Por ejemplo, el enclave actual de Sleepy Hollow fue supervisado para comprobar que no existía ya ningún parecido con el relato de Irving.

Ello se convirtió en una excusa perfecta para dejar los Estados Unidos y marchar a Inglaterra, donde cayó enamorado de los Shepperton y Leavesden Studios. Con un ambiente de decorado delicioso donde se incluía un molino que recordaba poderosamente a Las novias de Drácula (1960). El cineasta se sentía en plena efervescencia creativa para sacar todo el gótico que llevaba dentro.

Sleepy hollow
Sleepy Hollow.

Los bosques siempre han sido caldo de cultivo para los mejores cuentos. Carlos Cuéllar Alejandro, autor de una deliciosa monografía sobre el film, califica de goce infantil todo el proceso que lleva al director y su staff a hacer creaciones tan monumentales como cierto árbol donde el jinete dejar su botín. Algo tan amenazante en su quietud natural que bien puede haber sido una influencia para El prisionero de Azkaban (2004) que regaló Alfonso Cuarón.

El árbol de Sleepy Hollow

Tras las reticencias halladas al sumergirse en el marco superheroico con los grandes estudios, en el género del terror Burton se sentía con una mano de mono sin efectos secundarios a la hora de concederle deseos. Incluso se le dieron lujos como traer a iconos de la Hammer como Christopher Lee para el mejor casting que Halloween podía comprar.

Christopher Lee en Sleepy Hollow
Christopher Lee en Sleepy Hollow.

El héroe discreto

Ichabod Crane nunca recibió un trato excesivamente amable en la aldea donde fue a impartir magisterio; parece que nunca se empeñaron demasiado en averiguar su paradero. La versión Disney fue algo más benigna. Si bien se intuía que volvía a ser exiliado por los fornidos huesos de su oponente, diestro domando monturas.

La pluma de Irving no deja de insinuar que su amor por Katrina tiene bastante que ver con la acaudalada posición económica de la dama de alcurnia holandesa. De cualquier modo, el libreto de Walker y la mirada de Burton serían bastante benignas hacia un docente que aquí queda convertido en un agente de la ley incómodo para sus superiores por su fe en lo científico.

Katrina e Ichabod (Christina Ricci y Johnny Depp).
Katrina e Ichabod (Christina Ricci y Johnny Depp) en Sleepy Hollow.

Burton, quien se veía muy identificado en algunos aspectos, gustaba de la superstición que atenazaba a Ichabod, además de su capacidad de ensimismarse en sus pensamientos. El argumento del largometraje le dio unas raíces profundas con un severo padre incapaz de comprender a su esposa (espléndida Lisa Marie), una bruja benigna a la que condenó a un destino como involuntaria Dama de Hierro.

Lisa Marie interpreta a la madre de Ichabod Crane
Lisa Marie interpreta a la madre de Ichabod Crane.

Durante el metraje, observaremos la evolución de un neoyorquino que llega como una especie de alter ego de la mejor creación de Conan Doyle. Ansioso de usar el método hipotético deductivo y la medicina para analizar las escenas del crimen.

Johnny Depp.
Johnny Depp.

Durante este camino, le aguarda su némesis, concepto que Burton ya había usado con el Batman de Michael Keaton frente al Joker de Jack Nicholson (1989): un todopoderoso jinete que, eso sí, carece de cabeza, el instrumento que él usa hasta la extenuación.

La difícil papeleta de dar vida este protagonista recaería en la musa de Burton: Johny Depp. Perfecto para tener ribetes de galán sin perder la vulnerabilidad y miedo, nuevamente en una gran actuación.

 Johnny Depp
Johnny Depp.

La comunidad hechizada

Dentro de los ecos de la leyenda de Sleepy Hollow, Katrina Van Tassel era una voz silenciada. La literatura decimonónica la tornó en el objeto de deseo de los varones de su comunidad, pero nunca conocemos su pensamiento o cómo se siente ella con respecto a la disputa mantenida por Ichabod y Brom.

A las puertas del siglo XXI, al fin sucedió. Lo haría a través de Christina Ricci, intérprete capaz de dotarla con fuerza y un aroma sobrenatural. Esencia que la conectaría con la clase de hechicería blanca que contrasta con un pueblo que se antoja endemoniado. Su papel en la aventura será, al fin, en igualdad de condiciones, participando activamente en la investigación y afrontando a los demonios en lugar de aguardarles como ángel del hogar.

Christina Ricci es  Katrina Van Tassel.
Christina Ricci es Katrina Van Tassel.

Su pretendiente de la comunidad, caracterizado por Casper Van Dyen, no es censurado en esta reformulación de Burton-Walker. Le vemos, en efecto, lanzar la calabaza ardiendo al forastero que tan poco le gusta, si bien aquí con verosimilitud en el resultado final. Más allá de eso, se le muestra como una persona valiente a la hora incluso de enfrentar a criaturas infernales.

La mirada de Casper Van Dyen (a la derecha de la imagen), denota como desconfía de  Ichabod Crane.
La mirada de Casper Van Dyen (a la derecha de la imagen), denota como desconfía de Ichabod Crane.

El resto de la comunidad nos recibe con la misma fría cordialidad con la que Rick Heinrichs trazó la arquitectura de la recreación de la aldea, dotada de una sensación de inhóspita para los recién llegados. Entre muchos secundarios de gran solvencia y tablas (Richard Griffiths, Michael Gough, Jeffrey Jones…), sobresale una cautivadora Miranda Richardson como Lady Van Tassel.

El increíble reparto de Sleepy Hollow
El increíble reparto de Sleepy Hollow.

Un grupo idóneo para protagonizar un relato detectivesco de Agatha Christie o un aquelarre. En el caso de Burton, optará por colocarles con características de ambos eventos de manera simultánea. El mal en Sleepy Hollow no es exclusivo de los monstruos, de igual manera que no todas las hechiceras son malvadas.

Miranda Richardson como Lady Van Tassel.
Miranda Richardson como Lady Van Tassel.

El jinete esquivo

La estética de esta cinta de terror que no renuncia a las pausas humorísticas y al romanticismo es tal que no causa sorpresa que exista una obra deliciosa titulada The Art of Tim Burton’s Sleepy Hollow. Cogiendo lo mejor de los trucos artesanos de la industria con el abanico de posibilidades de los incipientes recursos digitales, el film se erige en una pieza de museo.

Naturalmente, el temido lansquenete debía ser la figura aterradora de la función, algo que presentaba dificultades. Christopher Walken no dudó en dejarse alterar sus ojos de forma profesional para transmitir esa sensación de venir de otro mundo, pero hubo un talón de Aquiles que hizo peligrar su credibilidad como villano: no podía montar a caballo. Bebiendo de un recurso ya utilizado por la legendaria Elizabeth Taylor, el equipo de efectos usó una montura electrónica para algunas de las escenas que no podían hacerse con especialistas.

Christopher Walken.
Christopher Walken.

De igual forma, no bastaba con dejar a las monturas a su antojo. En una denominación que parecía beber de la literatura de George R. R. Martin, Sleepy Hollow contó con su propio Horse Master: Steve Dent, quien quedó prendado de los caballos españoles, particularmente de un ejemplar de Sevilla que mostraba una habilidad inusitada a la hora de recordar los trucos que serían precisos en las escenas de acción.  

En varios estudios sobre esta obra, se compara a la figura de Depp con la de un cuervo que va oteando el horizonte en busca de pistas, sin perder nunca el recelo o una sensación de espanto. El caballo del esquivo jinete representaría lo contrario, un avance brioso, si bien nada cauto, arrasando toda a su paso sin ser consciente de cuál es la pieza que él precisa para acabar con su maldición.

Ambos antagonistas se necesitan.

Sleepy Hollow.

Cuestión de feeling

La música es un elemento imprescindible para hacer mítica a una obra del género terrorífico. ¿Sería Halloween la rentable franquicia que sigue vigente hoy día sin la melodía de John Carpenter? No obstante, cuando Tim Burton se reúne con Danny Elfman, su compositor de bandas sonoras de confianza, rara vez hablan en términos melómanos.

Más bien, el director deja una serie de impresiones y sensaciones que pretende inyectar a la persona sentada en la butaca. Elfman vuelve a exhibir su habilidad sobrenatural para mostrar atmósfera lúgubres y oscuras donde adentra a los personajes del largometraje.

Nadie está a salvo. Esa sensación es el macabro aviso que hace el acompañamiento a las metálicas pisadas del guerrero de Hesse cuando se adentra en una apacible reunión familiar. Su cruzada demoníaca incluye todo tipo de presas, algo que golpea, advirtiéndose en los temas que no habrá ninguna concesión para el paladar de la audiencia.

El trabajo lleva a un hábil conflicto entre los instrumentos de su orquesta para que intenten imponerse en esta feroz carrera a toda velocidad. Con resonancias al teatro de la tragedia griega, hay una hábil utilización de coros que son insertados en los momentos oportunos y de evocadora poesía, sobre todo en los flashbacks de la infancia de Ichabod.

La excelencia del trabajo de Elfman es que hace concesiones a ese tenebrismo, permitiendo momentos de verdadera belleza optimista. Todo ello acude en sintonía de la percepción que estaba embriagando a Burton detrás de cámara, mientras estaba filmando una obra que parecía dedicada al niño devoto al Frankenstein de la Hammer que fue.

Un New York luminoso aguarde a Katrina e Ichabod tras haber afrontado la oscuridad. Hay muchos sentimientos durante la noche de brujas, pero uno de los más fiables sigue siendo el de volver a visionar Sleepy Hollow.