‘Un año, una noche’: Isaki Lacuesta aborda el atentado en la sala Bataclán desde un prisma afectivo brillante

El director español Isaki Lacuesta vuelve a los cines con Un año, una noche, su nueva obra de arte junto a su compañera de guiones Isa Campo y su compañero Fran Araújo. Este brillante tándem se inspira en los hechos reales y vivencias de Ramón González. Narradas en su libro autobiográfico Paz, amor y death metal (2018). Como resultado en pantalla se obtiene una hermosa película esbozada desde lo más profundo de la epidermis. Un relato basado en la vibración de las pieles y el aflorar de las emociones. Un abrazo a todos los sentidos.

Póster de Un año, una noche.
Póster de Un año, una noche.

El director Isaki Lacuesta es popularmente conocido por su peculiar enfoque documental. Tal y como queda patente en sus trabajos La leyenda del tiempo (2006) y su secuela, también junto a Isa Campo y Fran Araújo, Entre dos aguas (2018). Esta última nominada a Mejor Película en los Premios de la Academia. Recientemente también, el trío de guionistas dio forma al último episodio de la sobresaliente serie Apagón (Movistar+, 2022). Alejándose en cierto modo de su línea más documental, pero sin dejar de lado la realidad que acontece.

El pasado 21 de octubre, estrenó en salas Un año, una noche. La cual debutó en la sección oficial del Festival de Berlín del presente año. En este largometraje, el cineasta mantiene su pasión por las obras documentales, aunque le da un giro de 160º en la manera de acercarse a ellas.

El guion se inspira en la obra autobiográfica de Ramón González, Paz, amor y death metal. La historia de una de las personas que sobrevivió al atentado yihadista que tuvo lugar el 13 de noviembre de 2015 en la Sala Bataclán, en París. Sin embargo, lo más genuino del relato reside en el enfoque en la vida posterior al atentado terrorista. Un año completo cuyo día a día queda entretejido de forma inevitable con cada uno de los terribles minutos que tuvieron lugar la noche del 13 de noviembre. ¿Cuánto puede cambiar un año de tu vida, tras lo acontecido en una sola noche?

 Noémie Merlant y Nahuel Pérez Biscayart en Un año, una noche.
Noémie Merlant y Nahuel Pérez Biscayart en Un año, una noche.

Un año, una noche: el giro afectivo cultural, el trauma y las narrativas del miedo y el odio como emociones sociales

Desde el inicio de Un año, una noche, el nuevo largometraje de Isaki Lacuesta, se asientan los cimientos para una obra muy férrea. Sustentada, de forma incuestionable, en los aspectos más afectivos. Dando forma a una obra casi kinestésica donde se puede tocar la piel de cada protagonista. Y sentir cómo se eriza con cada falta de respiración y ataque de ansiedad por el trauma causado tras la vivencia del atentado terrorista.

Respecto a esto, el cineasta se aleja de cualquier sensacionalismo en torno a las muertes. Acercándose, poco a poco, y de forma muy íntima, a cada nueva emoción emergida con el tiempo en las vidas de la pareja protagonista.

Para ello, en Un año, una noche se construye una atmósfera plenamente afectiva. Que bien podría estar esbozada sobre las teorías de Sara Ahmed – curioso apellido con relación al filme -, en su libro La política cultural de las emociones (2004). Una de las autoras claves en el giro afectivo cultural. El cual torna la mirada hacia las emociones y reacciones afectivas más allá de la racionalidad. Algo que incluso se puede ver reflejado en el séptimo arte.

Entre sus ricas reflexiones, se plantean cuestiones como:

¿De qué manera funcionan las emociones como el odio para que los colectivos se sientan confiados en cuanto a la manera en que leen los cuerpos de los otros? ¿Cómo funciona el odio para alinear a algunos sujetos con algunos otros y en contra de otros otros?

La política cultural de las emociones

Con cuestionamientos como los anteriores, se habla sobre la construcción de colectivos como “nosotro/as” frente a l/as “otro/as”. Grupos cuyos límites son formados a través de emociones y afectos comunes. En el caso de la historia de Ramón y Céline tras vivir la traumática experiencia del atentado terrorista, sus superficies se van modificando con el paso del tiempo. Cogiendo la forma del miedo y el odio hacia aquel colectivo que les hizo sufrir. Pero, ¿quién forma parte de ese colectivo en realidad?

La extensión del concepto de terrorismo a colectivos de diferentes etnias ha conllevado una larga historia de racismo infundado. Generado de forma irracional por las emociones. Emociones que son inevitablemente sociales, más allá de nuestra racionalidad individual.

Esta generalización del terrorismo hacia las personas árabes es una triste y desafortunada realidad que ha sido consecuencias de atentados como el de la Sala Bataclán, entre muchos otros. A manos de personas del grupo yihadista – que nada tiene que ver con el resto de personas que son árabes o profesan la religión musulmana – . Algo que se representa de forma extraordinaria en la historia de Un año, una noche, pero que no protagoniza la trama.

Se aborda desde los aspectos más sutiles, e incluso monólogos muy remarcables. Como es el caso de una de las secuencias protagonizadas por Quim Gutiérrez – como amigo de la pareja protagonista y también víctima -. Donde la reflexión sobre la irracionalidad del odio como afecto social se plasma a la perfección.

Pero Isaki siempre termina poniendo el foco en la forma de gestionar las emociones de forma brillante. Experiencias personales válidas, más allá de la política y la situación social.

Un año, una noche: dos actuaciones impecables de la mano de Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant

La pareja protagonista de Un año, una noche está formada por Céline y Ramón. Interpretados, respectivamente, por Noémie Merlant y Nahuel Pérez Biscayart. Este último, es conocido por papeles como el de 120 pulsaciones por minuto (Robin Campillo, 2017). En este último filme lleva a cabo un papel espléndido. La masculinidad encarnada por el protagonista es exquisita. Construyendo un personaje repleto de emociones que debe lidiar con un trauma difícil de olvidar.

Nahuel Pérez Biscayart.
Nahuel Pérez Biscayart.

Junto a él, se destaca el papel de la actriz Noémie Merlant. El polo opuesto de Ramón pero que encaja a la perfección con él, dando forma a una pareja hermosa y en equilibrio. No obstante, este último parece ir desmoronándose poco a poco tras lo ocurrido en la Sala Bataclán. Para ello, la actriz francesa desarrolla una evolución magnífica e imparable. Con una interpretación de una calidad inexorable. Como ya demostró en otros papeles como el de Marianne en Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma, 2019).

Como pieza esencial, también se encuentra la pareja que estuvo en el concierto con los protagonistas. Formada por Quim Gutiérrez en su papel como Carlos. Y su pareja Lucie interpretada por Alba Guilera. Cuatro amistades que han compartido momentos inolvidables. Pero que todos parecen difuminarse bajo la tinta indeleble de aquel 13 de noviembre de 2015.

Noémie Merlant, Alba Guilera y Quim Gutierrez en Un año, una noche.
Noémie Merlant, Alba Guilera y Quim Gutierrez en Un año, una noche.

En el ámbito laboral de Céline, el papel de la actriz Hyam Zeytoun es esencial. Una compañera que desconoce lo ocurrido a la protagonista en Bataclán. Lo cual hace todavía más complicado el compartir con ella un espacio como es un Centro de Protección de Menores. Donde personas de diferentes etnias van dando forma a aquella juventud que, quizás, por la gestión de una política que no los incluye realmente en la sociedad, puedan tener un futuro muy incierto y desafortunado a la hora de desarrollarse como ciudadano/as.

También la familia española de Ramón protagoniza alguna secuencia imprescindible en Un año, una noche. Con una composición de reparto de lo más peculiar. Incluyendo a C. Tangana como uno de los personajes secundarios. Y que lleva a cabo su actuación de forma muy acertada. Junto a él, una actriz y un actor de gran calibre interpretativo como Natalia de Molina y Enric Auquer, terminan de cerrar un círculo actoral sobresaliente.

Isaki Lacuesta rueda una película de sobre terrorismo que se aleja del sensacionalismo para acercarse a las personas  

Hay múltiples producciones sobre terrorismo. No es una temática novedosa ni mucho menos. Sin embargo, una de las virtudes de Isaki Lacuesta en Un año, una noche, reside en su peculiar y muy acertado enfoque. Aplicando un prisma afectivo que va sacando a relucir cada pequeña emoción de lo/as protagonistas. Sin dejar de lado las reflexiones subyacentes sobre el racismo y la política implicada.

La multiculturalidad en Francia es un hecho irrefutable. Sin embargo, esta diversidad de cultura no conlleva una inclusión real. La multiculturalidad debería terminar progresando hacia una interculturalidad. Donde todas las culturas estén interrelacionadas, sin distinción o discriminación.

No obstante, los atentados terroristas de manos de grupos yihadistas han jugado con las narrativas afectivas del miedo que se han terminado convirtiendo en narrativas de odio hacia un colectivo étnico general. Achacando reacciones afectivas injustas y de rechazo hacia personas que son tan víctimas como las otras de la misma sociedad quebrantada.

Un año, una noche.

Isaki Lacuesta, además, junto a Irina Lubtchansky en la dirección de fotografía, construyen una narrativa visual espléndida para representarlo. Con unos juegos lumínicos hermosos que aportan la calidad visual necesaria para poder construir un relato adecuado para el argumento de Un año, una noche. Algo que también se encuentra en el impecable uso de las estructuras narrativas y temporales.

Aportando la importancia necesaria a aquella noche del atentado, que, a pesar de su corta duración, tiene un gran peso en la vida de los personajes protagonistas. Al igual que lo tiene en el desarrollo del relato. Porque relativizar es muy complejo. Y, ¿se puede superar lo ocurrido en una sola noche, durante un año?

No todo es cuestión de tiempo. Sino de emociones. Las cuales son vividas por cada persona de forma única. Y deben ser vividas, y compartidas, para poder asumirlas y seguir hacia delante. Porque a veces, lo único que se necesita es un abrazo en silencio que abarque todo el dolor sentido y lo haga un poco más pequeño.