‘Red State’: Snoochie Boochies (Parte 10)
Después del estreno de Cop Out, quedó demostrado, al menos, que Kevin Smith podía manejarse en situaciones complicadas. Así que Warner Bros. le propuso quedarse en su nómina de directores a sueldo, a la espera de otro guion que adaptar en el futuro. Pero Kevin había tenido más que suficiente y, como buena alimaña indie que es, con Red State volvió a su agujero arañando el suelo tras de sí.
A esas alturas, el director de Clerks ya contaba con numerosos fieles que se tomaban su palabra como dogma de fe. Los intentos por abarcar más allá de su nicho (a saber: Jersey Girl, Zack y Miri, y Cop Out) habían resultado desastrosos por varios motivos. De modo que Kev tomó nota, y se despidió de Warner Bros. con un «hasta luego, y muchas gracias», y retornó a sus raíces independientes.
Red State: Como estrellas de rock
En 2006, Smith anunció que estaba trabajando en una película de terror. De esta semilla nació Red State, cuya producción se fue retrasando, entre una cosa y otra, hasta mediados de 2010.
Kevin Smith no pudo contar con la colaboración de su socio habitual. Scott Mosier lo había acompañado en sus primeras ocho películas. Desde entonces, sin embargo, había decidido emprender una nueva carrera profesional por su cuenta. Así que Smith recurrió a Jon Gordon, otro producto de la escuela Miramax (que ya había ejercido como productor ejecutivo en Dogma, Jay y Bob el Silencioso Contraatacan, y Jersey Girl) para producir el film.
Siguiendo el camino marcado en su día por su gurú, Harvey Weinstein, los autodenominados Harvey Boys encontraron quien les financiase la película, y realizaron su propio casting. De este modo lograron juntar un grupo entusiasta y comprometido, encabezado por actores de la talla de Michael Parks, Melissa Leo y John Goodman.
A la hora de publicitarla y distribuirla, Smith y su nuevo cómplice decidieron hacer las cosas, también, a su manera. Tomando como inspiración, otra vez, el antiguo modelo Weinstein, organizaron varias proyecciones de la película por todo Estados Unidos, seguidas de largas sesiones de preguntas y respuestas. De gira como lo hace una banda de rock, Red State llenó salas enteras de incondicionales de Kevin Smith, que se veían más que recompensados por el precio de su entrada.
Una fea beldad
Red State rompió con el tono habitual de sus films anteriores. Para empezar, contaba con un reparto totalmente nuevo. Además, no era una comedia, sino una película de terror. Y, aun así, lo cierto es que resultó ser el trabajo más distintivo de Kevin Smith desde Clerks II.
Rodada con un presupuesto de “tan solo” cuatro millones de dólares (más de siete veces menos de lo que costó hacer Cop Out) la décima película de Smith es una historia delirante y feísta que luce estupenda a su rudimentaria forma. Red State es una película de los comienzos de Miramax veinte años después, con un sentido del humor un tanto cruel y un regusto a serie B.
Ya de primeras os advierto de que ni entiendo ni me gusta el cine de terror. No porque piense que se trata de un género menor, ni nada por el estilo. Sino simplemente porque soy un c-a-g-u-e-t-a, con todas las letras. Seguramente algún entendido dirá que Red State no es una buena película de miedo. Pues de acuerdo. Yo pasé angustia en algunos momentos. ¿Qué quiere decir eso? Probablemente nada.
Lo que sí puedo afirmar con algo de autoridad es que, como sátira, es un pepino, y que derrocha actitud. Red State es una tarta ácida hecha a base de comentario social, con un glaseado de ultraviolencia y una guinda de humor underground. Y aunque no esté entre mis favoritas, creo que objetivamente es una de las cinco mejores películas de Kevin Smith.
Red State: A tiros con la razón
La historia arranca con Travis, Jarod y Billy Ray, tres chavales de instituto en busca de un polvo fácil que contestan a un anuncio sexual por internet. Dicho anuncio los lleva hasta una caravana perdida en medio de ninguna parte, donde se encuentran con Sarah, una cincuentona de acento sureño. Después de un breve diálogo acerca de meterse en los asuntos del Diablo, la mujer les da beber cerveza con alguna clase de somnífero.
Cuando los jóvenes despiertan, se encuentran encerrados en la Iglesia Trinitaria de los Cinco Puntos. Esta es una secta religiosa que aboga por los valores tradicionales y considera la fornicación y la homosexualidad como pecados imperdonables que están corroyendo América. En la parroquia se consideran con autoridad divina para impartir castigos, y cuentan con un enorme arsenal de armas de fuego para realizarlos.
El pastor Abin Cooper da su enardecido discurso desde el púlpito, a espaldas de un hombre desnudo, amordazado y amarrado a un crucifijo con papel de plástico. Es mejor no encariñarse demasiado con ninguno de los personajes de esta película. Nadie está a salvo.
Tras recibir múltiples torturas, uno de los tres jóvenes logra escapar de la iglesia y dar la voz de alarma. Así es como llega a las inmediaciones de la parroquia Joe Keenan, agente de la ATF, con una patrulla entera de hombres armados hasta los dientes. La sangría está servida.
Red State no da respiro de principio a fin, está llena de giros inesperados, y cuenta con un final de un excesivo que no deja indiferente a nadie.
Un reparto digno de Tarantino
Kyle Gallner, Michael Angarano y Nicholas Braun están más que correctos interpretando a los tres adolescentes. Lo mismo puede decirse de Melissa Leo y John Goodman (Sarah y Joe, respectivamente), dos actores que podrían llenar una vitrina entera a base de premios.
En Red State, además, se produce la primera colaboración cinematográfica entre Kevin Smith y Ralph Garman. Este encarna a Caleb, el marido secretamente gay de Sarah. Ralph es más conocido como presentador de radio y actor de voz. Durante años participó en un popular programa matinal de la emisora KROQ, hasta su repentino despido en noviembre de 2017.
Menciono a Ralph Garman porque interpreta un papel de lo más intenso en el film que nos ocupa, y porque es una de mis personas favoritas en el mundo. Desde agosto de 2010, codirige con Kevin Smith el que es, sin duda, mi podcast favorito: Hollywood Babble-On. Además, actualmente cuenta con su propio programa diario: The Ralph Report.
La estrella de Red State, sin embargo, es Michael Parks. Kevin Smith quiso trabajar con él desde la primera vez que lo vio actuar en Abierto hasta el amanecer. Hasta el momento de su triste fallecimiento en 2017, Sparks era uno de los actores fetiche de cineastas tales como Quentin Tarantino o David Lynch (casi nada). En Red State interpreta al pastor Abin Cooper. Cada vez que aparece en pantalla, resulta absolutamente magnético, derrochando ese diabólico carisma que poseen a veces los megalómanos y los sádicos.
Que este personaje estaba basado en Fred Phelps, y su iglesia en la Bautista de Westboro, no es ningún secreto. Las repercusiones, por supuesto, no tardaron en llegar.
Red State, dios odia a los que odian
Kevin Smith sabe que no existe la mala publicidad, y todo el odio y el vitriolo que estas piadosas gentes derramaron sobre él y su película le resultó de lo más rentable. Para que os hagáis una idea del tipo de personas de las que estoy hablando, os diré, por ejemplo, que se presentaban en los entierros de personas homosexuales con carteles de “God hates fags” (“Dios odia a los maricones”). Si de verdad existe un Dios, les deseo mucha suerte en la otra vida, porque les va a hacer falta.
Durante semanas, Kevin estuvo recibiendo todo tipo de reproches por parte de Phelps y sus seguidores, incluyendo amenazas de muerte. En la primera proyección de Red State, varios de ellos aparecieron con eslóganes tan lindos como el que hemos mencionado antes. La respuesta de Smith y sus acólitos fue pacífica e ingeniosa, con sus propias frases pintadas. Entre ellas: “Thor hates straights” (“Thor odia a los heteros”), “God hates rainy days ans Monday” (“Dios odia los días lluviosos y los lunes”) y, mi preferida, “Dick tastes yummy” (“Las pollas saben deliciosas”).
Por cosas como estas, algunos amamos profundamente a Kevin Smith. No nos queda otra.
Vuelta a los elogios
El director de Nueva Jersey se había cansado de recibir palos por parte de la crítica. En su libro autobiográfico Tough Sh*t, dice lo siguiente:
“Solo alguien que no entiende el arte le dice a un artista que ha errado de alguna manera. ¿Cómo coño puede el arte errar? El arte no se puede calificar, puesto que significa algo distinto para cada uno. No se puede aplicar un criterio matemático al arte porque es una forma de expresión particular”.
Y yo no podría estar más de acuerdo. Aunque sí creo que existen algunos criterios (muy pocos) que pueden aplicarse para considerar una obra artística como meritoria o no. Y, creedme, soy el mayor demócrata del mundo en lo que respecta a estas cuestiones. Si no, no me creería con la potestad ni de acercarme a un teclado o a un lápiz.
Pero hay que admitir que algunas películas de Kevin Smith son irrefutablemente buenas, y otras… no tanto (aunque a mí me gusten todas excepto Cop Out).
Por suerte, Red State es de las primeras, y tenga él en cuenta o no la opinión de los entendidos, lo cierto es que fue favorable.
En Smod confiamos
La película se estrenó en el festival de Sundance en enero de 2011. Fue ahí donde Smith rompió lazos definitivamente con el que fuera su admirado mentor, Harvey Weinstein.
Para ese entonces, Smith ya había consolidado su particular imperio de podcasts. A través de ellos, encontró un altavoz con el que dirigirse a su público sin filtro alguno.
Smodcast, Jay & Silent Bob Get Old, Fatman on Batman (luego Fatman Beyond), o el ya mencionado Hollywood Babble-On, le permiten total libertad para ser todo lo ingenioso, divertido, elocuente y malhablado que quiera. Tanto es así, que no mucho después de Red State anunció su retirada del cine.
Sin embargo, para alegría de muchos (y desesperación de otros tantos) fue en uno de esos podcasts donde nació el germen de la que sería su undécima película: Tusk.
Pronto os contaremos la historia del #walrusyes, y la idea más surrealista (en el mejor sentido de la palabra) de Kevin Smith.
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